#Polémica: Allen vs Farrow – Algo a favor

Por Agustín Campero

EE.UU., 2021, 4 episodios de 50′
Creada por Kirby Dick y Amy Ziering
Con testimonios de Mia Farrow, Dylan Farrow, Ronan Farrow, Carly Simon, Frank Maco, Dylan Farrow, Tisa Farrow, Maureen Orth, Alissa Wilkinson

El infierno tan temido

Allen v Farrow es un documental contundente y descarnado sobre el abuso sexual al que Woody Allen sometió a su hijastra de 7 años Dylan O’Sullivan Farrow en el año 1992. 

El documental no es sólo sobre el abuso, pero este eje central es tan fuerte y está tan sobre argumentado, documentado y con fuertes y seguros testimonios, repetidos en loop de principio a fin, que resulta totalmente convincente y shockeante. Ni la música inaudita que contamina los cuatro capítulos del documental, ni la exasperante personalidad y presencia de Mia Farrow, ni su intento de asimilación de este caso con otros casos de abuso sexual en Hollywood, ni su esfuerzo suplicante por pertenecer al mundo del movimiento “Me Too”, nada de eso debilita el tema central de la docuserie: que Woody Allen sometió a su hijastra de 7 años Dylan O’Sullivan Farrow en el año 1992. Me Too

El primer paso del documental marca el sendero para lo que vendrá: la fortaleza de la historia se centra sobre su protagonista y víctima, Dylan Farrow, luego de que se muestre la argumentación más fuerte que Allen presentó en una conferencia de prensa al inicio de la acusación, o unos meses después de la violación. En esa conferencia de prensa Woody Allen lanza la tesis de que su ex pareja Mia Farrow manipulaba a Dylan para que mintiera. Según Allen, la “programaba” para que Dylan termine contestando lo que Mia deseaba. Y que en realidad Mia estaba resentida porque Woody la dejó para unirse en pareja con Soon Yi, hijastra de ambos. Con ese procedimiento Woody Allen hacía popular el argumento del “síndrome de alienación parental”, que desde entonces se utilizó masivamente como explicación gracias a la cual niños abusados eran asignados en custodia a sus padres acusados de abuso. 

El hecho de que la protagonista sea la víctima, Dylan, y que el documental la reivindique, la entienda, se ponga todo el tiempo de su lado, acompañe su desarrollo y su presente, encarne su dolor, también muestra el narcisismo de Mia Farrow con su presencia. Desde el mismo nombre de la docuserie. La justificación de su paso a paso, la presencia de los audios que sin aviso grabó de sus conversaciones con Woody Allen (por razones distintas a la violación, por Soon Yi), la comprensión de sus procedimientos, inclusive la estirada argumentación y expiación por desistir de haber llevado a juicio a Woody Allen para que su niña no se viera sometida a la traumática experiencia de un juicio sobre su violación, todo eso resulta a la vez narcisista y por eso defectuoso pero también humano. El documental no oculta ni disminuye ni disimula ninguna de las debilidades de Farrow, más bien las pone arriba de la mesa y las desnuda. Son parte esencial de la puesta en escena. Es más, el documental lleva bastante lejos cierto exhibicionismo alrededor de la familia conformada por Mia Farrow. Desde los primeros planos de su rostro y el physique du role a medida de una madre con problemas mentales, lo que vemos es una mujer vulnerable, extravagante, resentida y calculadora y que hace lo que puede con lo que tiene para salir del infierno en el que está metida. Pero lo hace bien. A veces le sale, y a veces no. No deja de ser una boxeadora arrinconada que tapa con sus codos los riñones, con los guantes su rostro, y que de vez en cuando larga una piña. Los entresijos menos iluminados y más tensionantes –la relación con los dos hijos que no acompañan su historia, la excentricidad de adoptar tantos niños, el haber aceptado durante tanto tiempo los términos de la relación impuestos por Allen– también son una y otra vez machacados, como si hubiese cierto regodeo en salir de la zona de confort. Pero lo que el documental hace respecto a la caracterización de sus personajes es no hacerlos más preciosos ni idealizarlos. 

Otro acierto del documental es que no especula con momentos de tensión, no concatena pruebas o hechos o acontecimientos con una lógica narrativa de especulación dramática. Más bien tiene una lógica que es la línea de tiempo, acompañada con el acontecimiento principal (la violación) y abriendo distintas ramificaciones con las situaciones principales de la cronología temporal. Muchas veces con testimonios de los protagonistas (en dos tiempos, testimonios registrados en aquel momento y testimonios ahora), con documentación, con explicación de expertos, y varias veces con relleno de planos y música con cierta intención dramática, que como atmósfera resulta cenagosa. 

Los elementos más fuertes de la serie y de la argumentación son los testimonios de Dylan, de aquel momento y de ahora, y de las niñeras y los hermanos que recuerdan el momento de la violación. Mia Farrow filmó a la niña unos días después de haber sido violada para que cuenta frente a la cámara qué y cómo había sucedido, pensando que a medida que creciera la niña de 7 años iba a enterrar esos recuerdos. Tenía razón. Los testimonios de la pequeña Dylan se acompañan con la Dylan de ahora, adulta, que recuerda todo eso y que también explica y transmite lo que vive en el presente. Mia fue lo suficientemente prudente como para no exhibir públicamente esas filmaciones en aquel momento, ni hasta ahora. Las grabaciones caseras con el testimonio de la Dylan niña se muestran varias veces, y la más importante en el tercer capítulo, el más contundente. Los directores debilitan ese testimonio triste y abrumador con música dramática como si fuese necesario climatizar la escena de una niña contando cómo fue violada por su papá. Más allá de eso, la sucesión de testimonios de la Dylan de entonces y la de ahora resulta demoledor y es el corazón de la serie. 

Lo más problemático del documental es su apego al “Me Too” y las argumentaciones a favor de la cultura de la cancelación. La película, y en especial Dylan, reclaman la vidriera del “Me Too”, como si eso le diese mayor jerarquía. Lo que es cierto es que Dylan fue tomada en serio, y creída, a partir del fenómeno del “Me Too” y no antes. Recién entonces recibió solidaridades masivas. El documental argumenta y justifica, en su último capítulo, la cancelación. De alguna manera pide que la gente deje de celebrar la obra de Woody Allen y deje de ver sus películas, y pone en el mismo plano a varios artistas que cometieron algún horror imperdonable (violador, esclavista) o a colegas, críticos y medios que opinan bien de la obra de estos artistas. De ese modo el documental desconfía de la letalidad de la eficacia de las pruebas y de todo lo acontecido. Lleva el dilema moral masticado y digerido para el espectador, como si ya no existiese ese dilema con todo lo que vimos en los más de cincuenta minutos de cada uno de los cuatro capítulos reiterativos, contundentes y reveladores. 

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