Sandman

Por Ariel Esteban Ramos

The Sandman
EE.UU., 2022, 45′
Creada por Neil Gaiman, David S. Goyer & Allan Heinberg
Con Tom Sturridge, Gwendoline Christie, Sanjeev Bhaskar, Amid Chaudry, Charles Dance, Boyd Holbrook, Vivienne Acheampong, Kirby Howell-Baptiste, Mason Alexander Park, Donna Preston, Jenna Coleman, Niamh Walsh, Joely Richardson, David Thewlis, Kyo Ra, Stephen Fry, Razane Jammal, Sandra James-Young, Patton Oswalt, Vanesu Samunyai

Enter Gaiman

Conocí a Neil Gaiman como escritor fuera del registro fantástico. O casi, porque tampoco podría decirse que el tema de Mitos nórdicos sea no ficción. Aunque muy por debajo del fantástico Mythos, del incomparable Stephen Fry, Gaiman contagia su disfrute por esas historias antiquísimas sin perderse en detalles enciclopédicos. Tal vez su frugalidad se deba a un clarísimo respeto a las lecturas de infancia, las propias y las de su audiencia más pequeña. Después, o antes mejor dicho, está Coraline, una de las pocas maravillas oscuras que cinematográficamente han volado en la misma cota que la obra de Tim Burton.

Así llegamos a este producto trasladado desde el comic. Sandman, ilustrado por diversos artistas, es un título de culto que desde 1989 lleva a la fecha 75 números a través de varios sellos editoriales. El estilo y la calidad de sus textos colaboraron en la creación de un público diferenciado e intelectualoide pero que no escapa al anzuelo de la diversión. Tal vez esto es lo primero hay que agradecer en la reciente adaptación de Netflix, cuyo guión cuenta con la pluma del mismo Gaiman, entre otros. Un universo de seres y personajes conocidos, desarmado y vuelto a armar para generar nuevas distancias, nuevas lentes. Los intentos de adaptación comenzaron muy tempranamente, en 1991, pero fracasaron sin excepción hasta que en 2019 Netflix tomó las riendas en formato serie.

Sueño (o Morfeo, como se lo denomina comúnmente en la serie) es uno de los “Sin fin”, seres eternos relacionados con lo más esencial de la humanidad. En su caso, con un giro junguiano, el mismo protagonista habla del “inconsciente colectivo”. Pero hay lugar para toda la amplia polisemia del verbo y del sustantivo inglés en el personaje. Así, Sueño es tanto el señor de todas las criaturas de la imaginación como el de los anhelos humanos. Su función es crear y mantener a raya a las figuras, oscuras y brillantes, que acompañan los devaneos de los mortales. El staff de sus hermanos los sinfín incluye a figuras como Deseo, Decepción, Muerte, unas Horas brujeriles a la Macbeth, pero también a Lucifer Morningstar (fantástica actuación de la gigantesca Gwendoline Christie) y otros que aún son un misterio (¿quién es “el Pródigo”?). Esta mescolanza sui generis de registros mitológicos con elementos psicológicos y fantásticos resulta exitosa en la medida en que plantea con naturalidad sus propias reglas: aunque el conjunto se compone de piezas conocidas, resulta novedoso sin ser forzado. 

El riesgo de la trivialidad y la ensalada sin ton ni son acecha siempre, pero Sandman se vale de buenas dosis de extracto de realidad en sus primeros diez capítulos. El repositorio de un comic probado por el paso de los años es invaluable. Y sobre todo, Gaiman sabe dónde golpear: la frontera entre los sueños y la realidad nunca es clara, y su confusión puede resultar tan fantástica como ominosa. Acaso la imaginación de los hombres sea la más peligrosa de sus armas si se vuelve patológica o se usa de manera amoral (recuerden la Cereal convention que se realiza en el hotel). Porque, para unir dos sentencias conocidas, si la vida es sueño, cuidado porque algunos sueños producen monstruos. No son pocos los diálogos, y esto puede sonar grandilocuente tratándose de una serie, que logran una profundidad memorable en un tono absolutamente casual. A años luz del famoso y trillado “diálogo inteligente” con el que toda serie aburre y aburrirá. En esa confluencia exitosa de cierto efecto literario del guión y la buena dirección actoral estriba gran parte del buen resultado. Un buen ejemplo es la interacción entre Sueño y Muerte (Borges me recuerda que en palabras de Wilhelm Klemm, el primero es una caricatura de la segunda: Traum, Affe des Todes), otra integrante de los hermanos sinfín. En contraste con el resto de los personajes, Muerte se manifiesta con una extraordinaria luminosidad, empatía, amabilidad… en fin, humanidad. No podían faltar algunas figuras obligadas de la teología de género que todas las series deben saber patinar en la pista de Netflix. Pero en el contexto de un relato que fluye, casi no molestan: pasan del proscenio al trasfondo sin pena ni gloria entre tantas otros motivos, sin el típico regodeo, énfasis ni la aburrida puntuación a prueba de telespectadores con capacidades ideológicas diferentes a la que nos tienen acostumbrados. Otros aciertos tienen que mencionarse, comenzando por el casting: después del primer capítulo, no puede pensarse en otro protagonista y sobre todo en otra voz. Mezcla de Edward Scissorhands, el Principito y un magro ángel caído barroco, el monotono ronco del inglés Tom Sturridge suple cualquier posible defecto de caracterización. El resto del reparto no tiene puntos flacos, con el lujo de la siempre afortunada participación de Stephen Fry, una lista de actores de voz que vale la pena googlear, y un rosario de efectivos Thespians británicos con los que, hay que decirlo, nada puede salir muy mal. 

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