The Devil Next Door

Por Federico Karstulovich

EE.UU., 2019, 5 episodios de 50′
Creada por Daniel Sivan y Yossi Bloch
Con John Demjanjuk,  Yoram Sheftel

El proceso

Obsesionados por las series, las películas en las que el régimen de verdad es un norte, nos metemos de lleno en casos que desconocemos o que creíamos haber conocido pero que se nos revelan como verdaderos pozos sin fondo. Se me ocurre que una de las grandes obsesiones que podemos compartir quienes disfrutamos ver películas sobre los juicios es que, precisamente en ese ciclo genérico, lo que se juega es un hecho central para la vida en cualquier república medianamente democrática: saber si podemos confiar en la palabra del otro, si conjuntamente somos capaces de vivir en comunidad bajo el imperio de la ley y la verdad. Pero claro, si esa pretensión de máxima fuera en efecto posible, también estaríamos ante un mundo de temer, en el que cualquier mentira, cualquier falseamiento a la verdad traería implicada una circunstancia cotidiana de controles sin fin. En definitiva, el fascismo estaría a la vuelta.

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Una de las grandes angustias que proporciona toda representación de cualquier juicio es que lo que verdaderamente queda en entredicho es saber veredaderamente con quiénes convivimos (puesto que no podemos vivir en una sociedad policial que vigile todos y cada uno de nuestros movimientos, que se cerciore de que la idea que mostramos de nosotros mismos se corresponda con todos y cada uno de los actos que cumplimos), ya que en el el fondo lo más factible es que nunca llegamos a conocernos en profundidad, incluso con los más íntimos. La angustia de los casos basados en juicios deriva entonces de que pretendemos de ellos algo màs que el cumplimiento de la ley. Porque sin aceptarlo quizás pretendemos que regulen el imaginario social de justicia en relación a la verdad, a la historia y a los hechos. Y en un mundo adulto esos conceptos no siempre van de la mano, no se acompañan mutuamente. Son miles los ejemplos en los que el acceso a la verdad no necesariamente es revelador de la historia completa y no necesariamente habilita el cumplimiento de la justicia. A su vez ninguno de estos tres conceptos van necesariamente en la misma dirección que la ley. Nos encanta pensar en un mundo justo, ubicuo, claro, estable. Pero la mayor cantidad de las veces que ahondamos en los intersticios nos damos cuenta que el mundo puede ser ancho, ajeno, problemático, cruel, contradictorio.

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Terminada la segunda guerra mundial un joven ucraniano logra emigrar a EE.UU. en condiciones que desconocemos. Instalado en su nuevo país y nacionalizado adopta un nuevo nombre pero mantiene su apellido. Casi cuarenta años después de haber migrado, trabajado como operario automotriz y ya siendo jubilado, John Demjanjuk es citado en 1983 por la justicia israelí acusado de haber cometido crímenes de lesa humanidad como partícipe necesario de la organización interna en un campo de concentración en Sobibor, en Polonia. Acusado de haber participado de la muerte de casi 28 mil personas, su juicio se convierte en el último gran juicio contra criminales de guerra responsables de crímenes de lesa humanidad durante la existencia del régimen nazi. El problema es que no podemos definir con precisión si es quien los acusadores dicen quien es o no. Es apenas el inicio de una pesadilla para todos: el hombre de 60 y tantos años fue un criminal o está siendo confundido con otra persona con paradero desconocido?

Como se imaginarán, si todo fuera tan fácil, si toda acusación fuera tan simple, no estaríamos ante otra cosa que no fuera la constatación de los datos de un asesino, la aclaratoria pertinente de los datos fácticos, la corroboración de los hechos, el juicio en cuestión y, finalmente, la ejecución, ya que los criminales nazis responsables de crímenes de lesa humanidad son condenados a la pena de muerte sin solución de continuidad. Pero estamos apenas ante la punta de un ovillo complejo, enrevesado como pocas veces vayan a reconocer. The Devil Next Door ingresa en un terreno en el que Netflix suele hacerse fuerte (me atrevería a decir: quizás sea su único fuerte, de las pocas cosas que hacen bien), que es el de los docu-series centrados en casos reales, que giran en torno a acusaciones, procesos judiciales varios y sus pormenores. El tema es que en The Devil Next Door nos enfrentamos a la novedad de estar frente a un caso que no se cerró hacia una u otra dirección ni está impune ni está en desarrollo. Sencillamente es un caso que quedó en un limbo, en un hueco jurídico, pero también en un hueco ético.

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El caso que despierta el pedido de detención de John Demanjuk en 1983 (hecho que se extenderá hasta 2012) no tiene nada que envidiarle a otros casos similares: idas, vueltas, versiones parciales, resoluciones de primera instancia, apelaciones, corte suprema. La clave aparece en que toda la serie se concentra en la posibilidad de resolución, la posibilidad concreta de que el sistema de juicio funcione y que las instituciones logren su cometido, que es el de que la ley se cumpla. El problema es que la serie no se preocupa porque nosotros podamos hallar un dictamen (el inocente declarado culpable, el culpable que se sale con la suya, el que estaba a punto de zafar pero finalmente es apresado, el que estaba a punto de ser condenado y finalmente se salva), sino que lo más angustiante que tiene para ofrecer en concreto es que no hay posible definición. Esto se debe a que la misma serie hace todo lo posible porque los indicios que la pueblan nos lleven a diferentes direcciones y posibilidades sin definición clara. En esta serie todos tienen algo de razón pero también la pifian. Todos alegan datos posibles pero al mismo tiempo contrastables. Como si en efecto los datos fácticos no fueran capaces de aportar nada, la verdad nunca emerge. En todo caso la serie elige que el problema a tratar sea el factor político de la pretensión de verdad que exhiben los personajes. De ahí que el centro de lo que podemos ver en The Devil Next Door sea siempre la condición de las víctimas (las de los campos de concentración pero también la familia del acusado y el mismo acusado).

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La idea más inquietante que promueve esta serie, que se está volviendo el secreto mejor guardado de los últimos documentales subidos a la plataforma, es que en efecto podemos llegar a instancias en donde se produzca un hiato imposibilitado de síntesis. Y el gran drama de las sociedades que buscan paz, memoria y cumplimiento de la ley es que nada se puede hacer con esa clase de hiatos, de pausas, de intersticios sin resolución. Porque ya no hablamos de las fallas del sistema o de el fascismo de masas que pretende encontrar culpables donde no los hay. No, aquí el problema es que nos encontramos ante un sistema de posibilidades que no promueve respuestas, ni paz, ni tranquilidad. Por eso al finalizar la serie no nos encontramos ante la reacción característica y consabida frente a lo resuelto. Y uds dirán…Cómo puede ser que no haya habido condena en una o en otra dirección? Luego de un proceso largo en Israel en el que la Corte suprema declara inocente al protagonista, tras casi 16 años sin problemas con la justicia, Demanjuk es citado por una corte en Alemania para ser juzgado como partícipe. A los 91 años y con la salud deteriorada, es encarcelado mientras espera el veredicto del juicio…pero muere tres años después, en un asilo de ancianos, a la espera de la resolución. El problema es que la justicia alemana supone que tras la muerte no se produce juzgamiento alguno, ni en una ni en otra dirección, por lo que el caso queda en un limbo. En ese limbo vital y destructivo quedamos nosotros como espectadores, horrorizados por el verdadero terror: el del proceso infinito.

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