The Eddy

Por Rodolfo Weisskirch

The Eddy 
Reino Unido, 2020, 8 episodios de 60′
Creada por Jack Thorne y Damien Chazelle 
Con André Holland, Joanna Kulig, Amandla Stenberg, Leïla Bekhti, Randy Kerber, Liah O’Prey, Tahar Rahim, Melissa George, Vincent Heneine, Richard Keep, Dhaffer L’Abidine, Ludovic Louis, Jowee Omicil, Shana de Carsignac Mongwanga, Etienne Guillou-Kervern, Damian Nueva, Lada Obradovic, Sopico, Adil Dehbi, Léonie Simaga, Alexis Manenti, Benjamin Biolay, Tchéky Karyo

¿Que siga el Jazz?

Por Rodolfo Weisskirch

En tiempos de agotamiento creativo, remakes, reboots, imitaciones o narraciones similares a X o con influencias de Y, The Eddy no copia ningún modelo de serie o película que podemos encontrar en la televisión, el streaming o el cine. No porque sea una propuesta imaginativa o repleta de ideas, sino por lo opuesto. El concepto es una drama clásico, con conflictos sólidamente planteados y una puesta en escena que apuesta por una estética “realista”, casi de culebrón, pero contenida, calculada y equilibrada en todo sentido.

Lo novedoso de la creación de Jack Thorne, es salir de los escenarios habituales de la mayoría de las series. La acción de The Eddy sucede en los barrios internos de París, los sitios menos turísticos y pintorescos de la ciudad luz, donde conviven intelectuales e inmigrantes, artistas callejeros y pandillas marginales.

Elliot, el protagonista, es un cantante, y reconocido, músico de jazz, que tras el fallecimiento de su hijo, no solo se retiró escena musical, sino que además decidió abandonar Nueva York y viajar a Francia, en búsqueda de nuevos proyectos. Ahora tiene su propio Club de Jazz, y es el líder de un grupo multiétnico, que tocan todas las noches en el mismo. Mientras él atiende el aspecto artístico, su socio, Farid, se dedica a administrar la contabilidad del club.

A partir del asesinato de Farid, frente al Club, Elliot se ve envuelto en un serie de conflictos que a lo largo de ocho capítulos deberá ir resolviendo: por un lado sacar adelante el club y la banda, mientras la policía lo investiga como sospechoso, por otro asumir el rol de padre de una hija adolescente que llega de sorpresa a París, y no ayuda a estabilizar su situación. A eso se suma una relación sentimental no resuelta con Maja, la cantante de la banda, y los conflictos del resto de la banda.

Cada episodio tiene un punto de vista distinto, a pesar de que sigue una narración lineal y convencional. El atractivo sin duda, son los matices, las contradicciones y ambiguedades de sus protagonistas, que los convierten en antihéroes que generan empatía con el público a partir de conflictos verosímiles.

Aún con cierto cálculo y una estructura previsible, el relato resulta dinámico y la elección de una cámara en constante movimiento, con planos secuencia de seguimiento, es coherente con el timing de la narración, y especialmente al ritmo musical. En ese sentido, el montaje se convierte en un aliado fundamental de los directores, que deben adaptar la estructura de cada episodio, a la selección musical que elijen, y además, se animan cortar en medio de los traveling, generados por steadycam.

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Y así, como el clasicismo, es un punto a favor, también es el punto en contra. Los conflictos, que se van acumulando, tienen resoluciones convencionales. Si bien el factor dramático está contenido, amagando con el thriller y el cine de género, provocando tensión en los climax y sin llegar a caer en la solemnidad absoluta, la ausencia de humor, también provoca cierto tono pretensioso por parte de Thorne y el equipo creativo. Como una conciencia de que están haciendo un producto orientado al público adulto, que se diferencia de la mayoría de las propuestas que apuntan en convertirse en producciones de consumo masivo, de culto, para todas las edades, acá la idea, es vender un concepto que no genere hippe. 

Esa idea le juega un poco en contra también. La diferencia, sí, pero tampoco le aporta demasiado originalidad. La narración cae en lugares comunes y varios estereotipos del género de gángsters y marginalidad urbana.

El estilo, recuerda un poco, al mejor cine de Jacques Audiard: la frialdad, tensión y armonía musical de El latido de mi corazón, con el universo mafioso de los suburbios parisinos, y el ritmo de Un profeta. Incluso, su protagonista, Tahar Rahim, acá interpreta a Farid, el socio de Elliot, que se llevó a la tumba más de un secreto.

Sin embargo, uno de los productores y director de los primeros episodios es Damien Chazelle, que, después de ir al espacio con la subvalorada El primer hombre en la luna, regresa al drama romántico musical, adoptando su estilo al de una estética más “europea”. Cierta frialdad de su filmografía, trasciende un poco al tono de The Eddy. El nivel de obsesión de Elliot -sobria interpretación de André Holland, el protagonista de Luz de luna, que le “robó” el Oscar a Chazelle- coincide un poco con esa egomanía artística de los personajes de las obras de Chazelle.  

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Aún cuando Chazelle decide, un poco, bajar su perfil e identidad autoral, The Eddy es una serie que apunta a una mirada snobista. El cruce de la sociedad bohemia y las pandillas, denotan una visión un poco elitista, donde los buenos y los malos están diferenciados, y el castigo moral se impone casi en forma didáctica. No apuesta al discurso, pero el juicio a los personajes está presente implícitamente, aún con la redención a cuestas. 

No hay que esperar que el jazz tome protagonismo absoluto. No es una serie de jazz. Pero la música tiene inferencia y está siempre presente. Las falencias narrativas están compensadas por la destreza de sus intérpretes, y la sólida factura técnica. A su manera, resulta una propuesta atractiva y atrapante. 

The Eddy, una serie que apunta a escaparse de Hollywood, fusionando narrativa clásica anglosajona y tonos estilísticos de la cinematografía francesa. Como el jazz fusión, el resultado es interesante, pero no alcanza a generar el fanatismo necesario para que la primera incursión de Chazelle en el universo streaming, consiga trascender o crear una grieta profunda con respecto al resto de otras propuestas. Irse de Hollywood, cambiar de continente, no siempre es suficiente. 

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