The Last Dance

Por Gabriel Santiago Suede

The Last Dance
EE.UU., 2020, 10 episodios de 50′
Creada por Jason Hehir
Con Michael Jordan,  Phil Jackson,  Scottie Pippen,  Dennis Rodman, Steve Kerr,  Jerry Krause,  Doug Collins,  Magic Johnson,  John Paxson,  Larry Bird, Isiah Thomas,  Michael Wilbon,  Horace Grant,  Patrick Ewing,  Reggie Miller, Gary Payton,  David Stern,  Justin Timberlake,  Bill Clinton,  Barack Obama, Carmen Electra,  Bill Cartwright,  Charles Oakley,  Charles Barkley,  Kobe Bryant, Jud Buechler,  Ron Harper,  Toni Kukoc,  Jerry Reinsdorf,  Pat Riley,  James Worthy, Will Perdue,  Bob Costas,  Deloris Jordan,  B.J. Armstrong,  David Aldridge

Cuando éramos reyes

Por Gabriel Santiago Suede

Woody Allen, Madonna, Matt Groening, Adam Sandler, Takeshi Kitano, Clint Eastwood, Federico Fellini, Michael Jackson, Pedro Almodovar, Michael Jordan podrían estar vinculados, aparentemente, por el simple hecho de ser grandes estrellas -en distintos niveles y perfiles- de diversas disciplinas de eso que el mundo angloparlante gusta llamar “mundo del entretenimiento”. Pero ese contacto también esconde otras variables, otros factores en juego. Cada uno de ellos, a su manera, enfrentó, paso del tiempo mediante, una misma obsesión: dejar de ser contemporáneos. Porque, seamos sinceros, pocas cosas angustian y calan tan hondo a los personajes de la vida pública que no poder construir presente. Porque la demanda de contemporaneidad, en definitiva, no es otra cosa que la imposible aceptación del paso del tiempo, la asunción del cambio de etapas vitales, pero también la comprensión cabal de los límites humanos.

The Last Dance 1

El retiro, para muchos personajes de la vida publica, es el oprobio, es el eclipse total del cual no pueden volver. No obstante muchos otros supieron entender que el retiro es también parte del proceso para que nuevas generaciones puedan ingresar y hacer el intento de continuar, cambiar, renovar, redefinir aquello que dejaron en el camino las tradiciones del pasado. Hay algo desesperado y tiránico en esa demanda de contemporaneidad (en muchos casos mas fuerte de parte de los demandados que de los demandantes), que es el sentimiento infantil de que el tiempo no pase, de que la vejez no llegue, de que los achaques del cuerpo, que la falta de ideas, que la creatividad limitada, que la cristalización de las obras no llegue. Ser contemporáneos, en definitiva, es un sentimiento de juventud.

Pero ese sentimiento puede ser bastante psicopatón por cierto, porque nos obliga a pertenecer a clubes de los que no sabemos si queremos/podemos ser parte. Sentirse parte de un colectivo puede ser una sensación amable, contenedora, pero también puede ser una espantosa opresión en el pecho. Por eso el paso del tiempo y la sensación de contemporaneidad no les pega a todos por igual. Hay quienes logran ser contemporáneos porque cambian y se adaptan, hay quienes cambian y se adaptan y no son contemporáneos, hay quienes no cambian ni se adaptan, hay quienes son contemporáneos de manera penosa y demagógica (otra de las grandes demandas de contemporaneidad: reconocerse en un espíritu compartido, de múltiples entradas), hay quienes necesitan hablar de esa imposible contemporaneidad y solo retornan a su pasado obsesivamente, como si fuera un caparazón.

Michael Jordan The Last Dance Espn Documentary

Todos y cada uno de los nombres mencionados al inicio de esta nota bien podrían ingresar en ese terreno de esa angustia de lo contemporáneo. Pero cada uno de ellos, a la larga, supo optar por caminos distintos: sujetos como Woody Allen y Clint Eastwood descansan en el anacronismo y no parecen desesperarse por pertenecer a un presente imaginario (y a un imaginario del presente); Madonna y Michael Jackson parece (o parecía) vivir en el marco de una desesperación constante por sentirse parte de la contemporaneidad, que no hacía mas que expulsarla/o; Fellini odiaba la contemporaneidad cuando empezó a sentirse fuera de ella y no podía entender cómo había dejado de rulear al mundo; Kitano, Sandler y Groening hablaron sobre esa angustia en sus propias obras. Pero Michael Jordan es un caso notable. Porque parece haber aprendido todas y cada una de esas lecciones, pareció reconocer cada uno de esos pasos de ese gran cuento moral con variantes que supone ser un personaje público.

The Last Dance no es un documental sobre el basquet, ni sobre la superioridad notable de un grupo deportivo formado por atletas excepcionales. Es, quizás, un documental funerario sobre la aceptación de la muerte, un documental sobre el paso del tiempo, un testimonio sobre el duelo que supone dejar de ser contemporáneo y que el mundo siga girando sin que formemos parte de ese centro. Uno bien podría decir que lo que experimentamos a lo largo de 10 episodios adictivos es la comprensión de un grupo humano y sus vicisitudes en el proceso de consolidación de uno de los equipos mas extraordinarios formados en cualquier deporte. Pero no. Uno de los grandes descubrimientos de esta serie es la capacidad de haber encontrado personajes detrás de la épica, acaso el componente emocional por excelencia que atraviesa todo el material. Pero no es una épica genérica, sino que es una épica -contradicción mediante- íntima y sutil. Porque el cuento moral que se nos narra es el del recorrido de la luna frente al sol. Para eso necesitamos a personas que oficien como personajes, necesitamos poder reconocer esa vejez, ese paso del tiempo, esa desesperación vital por sentirse presente pero que de una forma u otra se pierde con el viento.

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Todos los capítulos de The Last Dance están atravesados por una emocionalidad contenida (que decae un poco cuando podemos prever el paso, como el capítulo sobre el padre de Michael), pero que funciona acumulativamente, con una elegancia invisible gracias a la oscilación que marca la estructura temporal, que nos hace ir y volver entre los últimos años del grupo antes de ser desmembrado. Esa decisión estructural también le impone un ritmo vertiginoso a lo que vemos, pero cambia velocidades, como un buen base. Esa serie de variaciones hace también al núcleo duro de este baile maravilloso que construye emoción porque la entiende desde el único costado posible: en esa sed de vivir de Jordan y sus gladiadores hay menos una obsesión por ser el centro de una galaxia que se apaga que un miedo desaforado a la muerte, que algún día llega y arrasa con todo lo que alguna vez fuimos y nos hizo ser reyes de un mundo que ya no existe: el presente.

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