EE.UU., 2022, 7 episodios de 60′
Creada por Robert Levine & Jonathan E. Steinberg
Con Jeff Bridges, John Lithgow, Amy Brenneman, Alia Shawkat, Gbenga Akinnagbe, Ethan Rains, Pej Vahdat, Chris Gann, Navid Negahban, Jamal Antar, Ninos Sarkis, Faran Tahir, Christos Vasilopoulos, Shari Vasseghi, E.J. Bonilla, Jordan Bridges, Sean Fenton, Story Gallagher, Bill Heck, Rowena King, David Lowe, Leem Lubany, Dede Matz, Naina Michaud, Kenneth Mitchell, Milo Stein, Austin Stowell, Rich Ting, Wilberto Tricoche
Una cuestión de perspectiva
Cuando The Old Man comienza, con sus títulos fundados sobre tapices con motivos alusivos a las fábulas, sabemos, sin lugar a dudas, que ingresaremos en el territorio de los cuentos de hadas. Pero no se trata de los cuentos que pueden narrarse deliberadamente bajo la órbita de los personajes de fantasía, aquellos que habitualmente podemos encontrar en los susodichos cuentos, que se remontan hasta las narraciones de Las mil y una noches, pero también más tiempo atrás. No casualmente, el origen de los hechos de la serie comienza, precisamente, en la zona de medio oriente, pero con la dinámica de intervenciones de la CIA en medio de guerras civiles, armando y desarmando bandos. Nada mas lejano de los cuentos y las fábulas medievales.
En todo caso el cuento de hadas, la fábula que se narra, es una fábula infantil en clave adulta, como si, en alguna medida, la narrativa que nos propone el duo creativo Levine & Steinberg estuviera más preocupado por la perspectiva desde la cual se narra que por los hechos que se narran en particular, como si el realismo fuese apenas un anclaje. Una bien podría decir: en The Old Man todo gira en torno a los posicionamientos, las perspectivas desde las que se observan algunos de los hechos que se narran. Hay, en este sentido, algo depalmiano en todo el asunto, como si siempre se nos obligara a volver a ver. Ahí está lo mejor de Jon Watts, que dirige los primeros episodios, acaso los más expresamente depalmianos.
Para narrar la fábula que convoca, la serie opta por volver a momentos específicos. Pero no para revelarnos la otra cara de los mismos. No es un cambio de perspectiva en función de la alteración del punto de vista, algo que en efecto si hace el maestro De Palma. Aquí se trata de un cambio de perspectiva en términos de los lugares morales que asumen los personajes, que todo el tiempo tienden a mutar su función inicial para revelarse novedosos en relación a lo que creíamos previamente. Nada, absolutamente nada ni nadie en The Old Man es fiable. Pero nadie es irredimible. En esa zona de grises en la que la serie nos hace circular es en donde creemos entender la formulación novedosa de su clasicismo, que la emparenta con muchas de las ideas del cine de William Friedkin, de Michael Mann, de Walter Hill, pero también del cine de veteranos de Clint Eastwood. En ese rejunte de neoclasicismo canónico, la serie ofrece varias vueltas de tuerca que no vale la pena adelantar, pero que obligar a releer varias veces el título de la serie para darle nuevas interpretaciones.
Los personajes de The Old Man lejos están de ser criaturas idealizadas. Por eso el ánimo de las fábulas retorna a nosotros para leerlos como leyendas. El pasado, la génesis del presente, formula relatos, narrativas familiares que se transmiten generacionalmente. Y sobre esas aceptaciones y silencios aceptamos los roles predeterminados. Sobre los roles paternales y sobre los hijos que precisan que esos roles sean estables (o al menos tolerables) también habla la serie, que en su centro se revela portadora de un humanismo que desarma: cuánto se puede escapar de los vínculos personales sin que estos, de alguna manera, vuelvan y arrasen el presente? En la tensión entre lo que se narra del pasado y lo que el pasado expresa consecuentemente, con hechos, hay un hiato. En ese hiato viven los personajes de The Old Man, que pide, urgentemente, como bien lo hace su cliffhanger de cierre de temporada, una continuación. Y revelación de nuevos relatos. O nuevos hechos que los reformulen.
