The Shrink Next Door

Por Pedro Gomes Reis

EE.UU., 2021, 8 episodios de 40′
Creada por Georgia Pritchett, Adam Countee, Ethan Kuperberg, Stuart Zicherman
Con Will FerrellPaul RuddKathryn HahnCasey WilsonGable SwanlundSarayu BlueKesia BrookeMathew Trent HunnicuttAlina AbbeAusten AlazraquiVictor WolfSally BermanAndre BoyerRob BrownsteinAlexandre ChenTaylor ColemanErik Estrada LoaizaDave FuternickFatimah HassanTravis JohnsMichael JovanovskiLindsey KraftChristina MillerMarco Antonio ParraMakinley PattersonBryce J. RamosSandra RoskoEric SatterbergNatasha Sill

Temor, temblor

No hay que guiarse por la dupla explosiva Ferrell-Rudd, que hizo desmanes en las mejores épocas del cine de Adam McKay (claramente esas épocas ya pasaron de largo hace una década, casi). No. Aquí se nos invita a un tono distinto, que no nos deja reir ni abrazar la tragedia del true-crime-series. Estamos y no estamos dentro de un artefacto que funciona como una burbuja perfecta. Los colores que se filtran en su interior son los del arociris. Y por algún momento pensamos que es posible encontrar algo de felicidad perenne en los episodios de The Shrink Next Door (si hasta han utilizado la tipografía de las películas de Woody Allen para que les creamos que puede haber algo de luminosidad entre tanta oscuridad repartida). Pero no, aunque la nocturnidad no se imponga, estamos ante una pesadilla multiforme que cala en los huesos porque cada vez que observamos el centro duro de la relación que compone la narrativa de esta serie diabólica, en algún momento nos sentimos tocados: hemos sido manipulados de este modo sin darnos cuenta acaso? Alguna vez manipulamos de esa misma manera sin percatarnos de que estábamos utilizando a alguien?

The Shrink Next Door abre la pregunta con la carga insidiosa del flashforward, que nos lleva a 2010 y nos obliga a preguntarnos: cómo llegamos a esto? Cómo fue tan lejos esa relación de manipulación? Cómo alguien se dejó utilizar de tal manera? Y con la perversión de las dilaciones, se nos posterga el retorno al presente casi ocho episodios después, como si los creadores de la serie intentaran formular un tratado pormenorizado sobre los modos de la psicopatía para devolvernos el chachetazo en nuestra cara. Y si alguna vez utilizamos a alguien mas de la cuenta? Si lo hicimos sin voluntad de manipulación? Y si nuestras relaciones de pareja, las amistades, las relaciones presuntamente horizontales en las que nos embarcamos tuvieran a su manera algo de manejo de terceros?

La historia de un depresivo que dio en el momento adecuado con la persona adecuada para que esta se adueñe de su persona y de su voluntad es apenas el punto de partida. Porque lo que importa en The Shrink Next Door son los detalles, que como bien indica el dicho popular, son el lugar en donde está el diablo. Y la serie los multiplica por diversos campos: el modo de vestir, el peinado, las maneras de habitar el espacio, las microreacciones gestuales ante un abuso, las formas en las que la música narra. Sin ninguna clase de ostentación (más bien lo contrario: una depuración elegante de recursos que se filtran de lleno en las necesidades narrativas, por eso no saltan a la vista), la serie organiza un sistema de padecimientos en los que los espectadores vamos acompañando a la tragedia en ralenti, porque sabemos todo lo que va a suceder, pero no nos importa: como dije, lo que importa es el cómo, son los detalles de la apropiación del otro hasta vaciarlo por completo.

Ahora bien, la perturbación de The Shrink Next Door no es la de la simplicidad de la empatía con el lugar de la víctima (algo que se vuelve especialmente visible en el final), sino también la introducción del lugar enfermizo que supone la víctima dejando hacer a su victimario. Me dirán que es una manera de deslindar responsabilidades en el psicópata que manipula. Pero no. Ahí radica, acaso, el otro punto clave de la serie: no hay menos condición de víctima si se logra observar con lucidez el necesario “en un tango se necesitan dos para bailar” . Ese aspecto no vuelve menos victimario al responsable, pero otorga a la víctima un rol distinto al que estamos habituados a ver: el goce sin salida en una situación de poder en la cual, ser víctima puede ser, a su manera, un modo de encontrar paz y tranquilidad. Bien lejos de la patologización fácil, lo que hace The Shrink Next Door no es otra cosa que dejarnos temblando frente a un espejo posible.

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