Waco

Por Ludmila Ferreri

EE.UU., 2018, 5 episodios de 47′ aprox.
Creada por Drew y John Erick Dowdle
Con Michael Shannon,  Taylor Kitsch,  John Leguizamo,  Andrea Riseborough,  Rory Culkin, Melissa Benoist,  Paul Sparks,  Shea Whigham,  Julia Garner,  Eric Lange, Sarah Minnich,  Steven Culp,  Camryn Manheim,  Annika Marks,  Demore Barnes, Christopher Stanley,  Barbie Robertson,  Stephanie Kurtzuba,  Andy Umberger, Kenneth Miller,  Duncan Joiner,  Cassandra Rochelle Fetters,  Jules Bruff, Howard Ferguson Jr.,  Hans Christopher,  Richard Beal,  Eli Goodman, David Grant Wright,  Rich Ting,  Jermaine Washington,  Darcel Danielle

Las irresponsabilidades del caso

Hacia finales de 2018 se estrenó en Paramount Channel una serie que venía haciendo ruido por lo que prometía. Y es que en el imaginario estadounidense las organizaciones cerradas, las sectas que terminan de manera trágica o violenta son, por lo pronto, una suerte de tradición nacional más convencionalizada que las ribs con salsa barbacoa. Desde el clan Manson a Jonestown pasando por la violenta comunidad que vimos en la gran serie Wild Wild Country, lo que se nos proponía en esta ficción sobre el asedio y la masacre en la localidad de Waco hace más de dos décadas era, por lo pronto, la promesa de un eslabón más en esa cadena de hechos trágicos asociados a las sectas y la finalización de sus acciones.

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En este caso los hermanos Drew y John Erick Dowdle (responsable el segundo de la perturbadora película de terror documental The Poughkeepsie Tapes) se metieron con un caso como el de el asedio de casi 60 días llevado a cabo por la policía, luego el FBI y finalmente una rama del ejército contra una secta de davidianos liderada por el fanático religioso David Koresh. El problema es que el modo en el que ambos decidieron encarar el problema dista mucho y muy seriamente de las ramificaciones del caso, de los antecedentes y de las consecuencias. Y es que si algo caracteriza a ese sitio es el hecho de que todas las partes involucradas hicieron lo que hicieron de manera incorrecta, avanzando por sobre el otro sin mediar las vidas que quedaban en juego en el medio.

En alguna medida y, buscando alguna clase de neutralidad, la serie opta por evadir la radicalidad de adoptar una u otra perspectiva plenamente. De ahí que los documentos de referencia para concebir ese diálogo imposible entre las partes son los que salen por un lado de uno de los supervivientes davidianos y por otro del testimonio de un ex negociador del FBI. Ahora bien, la presencia de ambas cosas no asegura, bajo ningún aspecto, que la serie no incurra en incongruencias o en problemas de procesamiento de la información. Es, precisamente, esa necesaria neutralidad a la que apela en los primeros capítulos la que termina siendo resultante de las agachadas de los capítulos finales. En particular el último. A ver: no hace falta googlear demasiado para indagar quién fue David Koresh y qué características tenía el culto de los davidianos como para identificar que en el espacio en el que se situaba el lugar del asedio no solo había un lavado de cerebro sistematizado y perpetrado por los líderes del grupo, sino que, además de actuar contra adultos se llevaban adelante acciones contra menores de edad. Esta última cuestión parece quedar de lado en la serie de manera sugestiva. Y el modo en el que los hermanos Dowdle hacen esto es mediante un enmascaramiento: cuando los aspectos más oscuros de los davidianos deben salir a la luz es ahí cuando refuerzan la asimetría de poder contra…un ejército.

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Dar cuenta de las asimetrías de poder no compleja las experiencias humanas. Y es que incluso en esa asimetría las experiencias pueden ser reprobables, reprochables. No se es menos responsable por ser víctima de un mal mayor a futuro. Se puede ser victimario de males menores y víctima de males mayores y eso no quita responsabilidad ni matices. Lamentablemente esto es lo que no parece entender la serie, que construye unos capítulos iniciales en donde Koresh se va delineando como un delirante psicopático peligroso pero hacia al final de la serie todas las decisiones que se eligen para mostrar los días finales del asedio no hacen otra cosa que humanizar al líder de la secta y convertir a todos los adultos responsables en tiernas ovejitas llevadas al matadero. Y créanme: no es fácil hacer de cuenta que Koresh no hizo cosas horribles. Pero en la estrategia que la serie adopta, el avance monstruoso y fatal de las fuerzas represivas no hacen más que dar cualquier posible razón a quien sufre el embate del otro lado. Ya en el final, la serie se guarda suficiente cantidad de golpes bajos, como para que asimilemos que el mundo no puede estar atravesado de personas llenas de recovecos, sino simples buenos e inocentes y del otro lado malos invisibles. En su lógica maniquea, Waco nos devuelve a la primaria. Y a la tranquilidad de ser tratados como infantes.

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