Watchmen (parte II)

Por Sergio Monsalve

Watchmen
EE.UU., 2019, seis episodios de 60′
Creada por Damon Lindelof
Con Regina King,  Jeremy Irons,  Don Johnson,  Tim Blake Nelson,  Louis Gossett Jr., Adelaide Clemens,  Andrew Howard,  Tom Mison,  Frances Fisher,  Jacob Ming-Trent, Yahya Abdul-Mateen II,  Hong Chau,  Dylan Schombing,  Jean Smart,  Sara Vickers, James Wolk,  Lily Rose Smith,  Danny Boyd Jr.,  Dustin Ingram,  Nicholas Logan, David Michael-Smith,  Alexis Louder,  Damon Vance,  Hunter McGregor, Jennifer ‘Ms Fer’ Russell,  Sara Antonio,  Zele Avradopoulos,  Chris Baker, Frank Bauer,  Thomas K. Belgrey,  Karen Beyer,  Charles Brice,  Timothy Carr, Jamel Chambers,  Mahdi Cocci,  Jason Collett,  Steve Coulter,  Elyse Dinh, Miles Doleac,  Paul J. Dove,  Roshawn Franklin,  Austin Freeman,  Fred Galle, Charles Green,  Bruce W Greene.

La demagogia como fracaso

Por Sergio Monsalve

Superada la segunda mitad de los seis capítulos se cumplieron las peores sospechas y pronósticos: Watchmen terminó siendo una forzada adaptación al criterio dominante de la corrección política. Por tanto, una serie complaciente y sintomática del tiempo gris de las narrativas en bucle. Pero atención, porque es un bluff que confundió a no pocos entendidos, habida cuenta de sus aparentes desviaciones experimentales y autorales. 

La postcrítica ha recibido con cohetes y fanfarrias el desfile artie de los principales episodios de la producción, como aquel en blanco y negro, o el otro donde se marchaban los orígenes vietnamitas del conflicto, en diálogos irónicos y pseudointelectuales, como si se tratara de una imitación de Tarantino y Lynch.

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El estereotipado devenir del proyecto ha concluido en el arbitrario empaquetado afroamericano de Doctor Manhattan para acabar de llenar la cuota de diversidad que hoy exige el público adoctrinado en el credo buenista de la representatividad.

La impostura de los nuevos vigilantes se resume en la última entrega de la serie. Nos han mantenido como rehenes de un suspenso falso y distendido que no resolvió nada, es decir, que apenas remató una faena que anunciamos desde el primer episodio. 

Tanta pompa y enfermedad de importancia, tanta gravedad y pretensión, han culminado en que los malos son hombres blancos sectarios y privilegiados, como caricaturas gritonas de Bush y Trump, que deben ser enfrentados por los nobles justicieros y martirizados paladines del black power, siempre humildes y de clase trabajadora. 

El ascenso del supremacismo en la realidad -y en la trama de la saga- han generado la irrupción de un desenlace que impone la glorificación de una campaña, de una ideología propagandística a favor de los postulados étnicos de la era Obama. Es una reacción progresista lo que se palpa en el resultado de la creación de HBO. 

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El director ha saqueado una base referencial que busca legitimar la propuesta choronga (léase: pretenciosa, solemne). Toma música usada en algunas película de Kubrick, se regodea en la caída inútil de Ozymandias que también termina desdibujado como Mad Doctor y villano masculino grotesco, cuya descendencia nos depara el castigo de padecer al personaje canalla de su hija, la cual no se escapará de recibir la condena de los escritores moralistas por cometer el pecado de clonar a su madre, entre otros delirios megalómanos. 

La escena de los calamares, al final, es síntesis de los desatinos y los problemas de la serie, incluyendo el cliché del reloj en cuenta regresiva al tiempo que los malos cuentan sus planes por enésima vez. 

Me sentía viendo la serie de Batman de los sesenta. 

Ha sido un vaciamiento ético y estético el que ha mancillado a Watchmen en su conversión al lenguaje de la serie, haciéndola plana, digerible y binaria como cualquier soapopera

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Entonces el capítulo de Blake, con verdadero humor negro e interrogantes más audaces, fue un espejismo, como la inexplicable reducción de Roscharch en el unidimensional perfil de la séptima caballería. 

El chiste del test de Watchmen es que cada quien descubriera un dibujo libre sobre el ocaso de los súper héroes, sobre el crepúsculo del titanismo, del mesianismo. La serie, por contra, ha borrado los trazos abstractos que marcó Alan Moore, en el empeño de encuadrarse con las agendas privativas y limitadas de la contemporaneidad, sin plantear algo distinto a la sentencia binaria de un populista a lo Michael Moore y Spike Lee. 

Ahí reside su fracaso creativo. 

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