Roofman
Estados Unidos, 2025, 126′
Dirigida por Derek Cianfrance.
Con Channing Tatum, Kirsten Dunst, Ben Mendelsohn, Peter Dinklage, LaKeith Stanfield, Juno Temple, Melonie Diaz, Uzo Aduba, Lily Collias y Jimmy O. Yang.
Una pregunta abierta
Por Raúl Ortiz Mory
Hay películas que empiezan en esa zona difusa donde se confunden la ética y la supervivencia. Un buen ladrón entra por ahí, casi de puntillas, como su protagonista, para recordarnos que las historias más incómodas son también las más humanas.
Derek Cianfrance propone un estudio de personaje en clave moral: Jeffrey Manchester —construido por un contenidísimo Channing Tatum— no es solo un delincuente ingenioso, sino un sujeto que opera desde la grieta. Su dilema no es si robar o no, sino cómo asimilar la culpa mientras intenta mejorar el mundo a su modo. La película encuentra en ese matiz su fuerza: el delito como consecuencia, no como esencia.
Un buen ladrón que se basa en la vida del Jeffrey Manchester real, un exsoldado estadounidense, cuya historia parece inverosímil, pero no lo es. Empezó a delinquir a finales de los años noventa con un método poco común: entraba por los techos a restaurantes McDonald’s, abría un hueco y robaba las cajas registradoras sin usar violencia, lo que le valió el apodo de “Roofman”. Tras más de cuarenta robos, fue detenido en 2000. Después logró escapar en 2004 y pasó oculto viviendo varios meses en una tienda Toys «R» Us, bajo una identidad falsa.
El primer acto de la obra de Cianfrance funciona como un mapa emocional. Vemos a Jeff moverse entre la penuria económica y el autoengaño; un hombre atrapado entre la necesidad y la vergüenza. El director lo expone desde la contradicción, evitando la caricatura de un ventajista inescrupuloso para mostrar, más bien, a un sobreviviente de guerra que reconfigura sus códigos morales según la urgencia del día. No busca excusas: busca ganarle tiempo al destino.
El segundo acto, instalado en la juguetería, es lo mejor del filme. La clandestinidad se vuelve un refugio improbable donde Jeff redescubre la ternura, el afecto y la ilusión de pertenecer. Cianfrance aprovecha el espacio lúdico para subrayar la paradoja: entre muñecos y estantes coloridos se despliega la versión más compleja del ladrón. Allí se enamora, se quiebra. Y, vale destacar, es el tramo donde el director trabaja mejor la tensión entre la fábula y el drama.
El tercer acto recoge los hilos sueltos: la culpa, el amor, la torpeza emocional. Es aquí donde la película acusa, por momentos, un edulcoramiento innecesario, especialmente en la aproximación del protagonista a las hijas de Leigh (Kirsten Dunst), trabajadora de jornada completa que se refugia en una iglesia evangélica. Sin embargo, la química entre Tatum y Dunst evita que la trama naufrague; hay en ellos una complicidad honesta, un entendimiento íntimo de personajes que cargan más de lo que pueden sostener. Un enamoramiento agónico, con fecha de caducidad.
Cianfrance plantea una cuestión tan atractiva como discutible: ¿se puede justificar un acto delictivo cuando el fin es noble? ¿Es posible ayudar a resolver problemas que nadie atiende desde aquello que la sociedad considera ilegal? El director ofrece un relato que no busca absolver, sino comprender.
Un buen ladrón funciona más como una pregunta abierta que como una sentencia; una reflexión sobre los límites borrosos del bien cuando la vida empuja hacia el margen. Incluso en los créditos finales aparecen las personas que siguieron de cerca el caso a mediados de los dos mil —policías, un pastor evangélico, la verdadera Leigh— para ofrecer su punto de vista sobre Jeff. Algunos reivindican parte de sus acciones, mientras que otros las condenan. Al final queda esa sensación de duda: quizá lo verdaderamente inquietante no sea lo que Jeff roba, sino lo que intenta devolver.
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Por debajo del radar
Por Sergio Monsalve
El regreso del director de “Blue Valentine”, Derek Cianfrance, a su mejor versión en una de las comedias dramáticas del año. Se titula “Un Buen Ladrón”. Sátira del hiperconsumo como distopía suburbana.
¿Acumular y tener tantas cosas para qué? ¿Hurtarlas para comprar el éxito a qué precio? Son las preguntas inteligentes que se formula el guion, mientras el entramado audiovisual cumple el propósito de deleitarnos con personalidad, con identidad autoral.
También gran cinta de navidad con un reparto tan notable como su dirección. Recomiendo en salas de cine.
Channing Tatum en su elemento, al interpretar a un veterano que robó varios McDonalds, así como vivió escondido en una juguetería.
Reflexión acerca de la soledad, el fracaso y el encontrar la felicidad fuera de la vida material. Me encantó.
Malena Ferrer dice que es como una narración de Charles Dickens, dedicada a los perdedores y a sensibilizar los corazones de las personas duras, en tiempos donde hace falta empatía.
Está basada en hechos reales.
Cuenta una historia sobre la búsqueda del sueño americano que deviene en una pesadilla. Parece una típica película de atracos logrados y fallidos.
Pero desde ahí construye un encanto singular que solo sabe dotar el realizador melancólico de “Blue Valentine”, que se afirma como enamorado del sentido trágico del romanticismo con seres marginados y white trash, rodeados por un casting de aliento Coen.
Su lectura indie del neorrealismo italiano y americano, recuperando el estilo de los años setenta, ochenta y noventa.
De hecho, destaca un guiño/homenaje al clásico “Risky Business” de Tom Cruise.
Un antihéroe que quiere ser Robin Hood, que lo enseñaron a impartir justicia y hacer las cosas bien, pero que regresó sin gloria y recursos para terminar ahogado en una crisis.
Nos recuerda el desencanto épico de “Taxi Driver” con su veterano de guerra que también aspiró a las grandezas que le vendieron, al costo de naufragar por ellas.
Una metáfora más que vigente, si consideramos que Venezuela se cita un par de veces como destino de refugio o exilio para el protagonista.
Tiene una sección postcréditos con imágenes de archivo que te brindan contexto sobre el caso, al tiempo que te sorprenden y humanizan.
La estrella de Derek Cianfrance vuelve a brillar en Hollywood, tras irse apagando, conforme llegaron sus posteriores desencantos, luego del impacto de “Blue Valentine”, la que para algunos críticos ácidos es su mejor película de terror en Halloween.
Al cineasta se le fue acabando la creatividad, o quizás no pudo lidiar con el éxito y la fama, siendo ejemplo de una industria que quema rápido a sus jóvenes talentos, primero enalteciéndolos como nuevos genios, bajo el síndrome de Welles, para después olvidarlos y considerarlos veneno para la taquilla, en un ciclo que se repite desde antes de la nueva ola americana.
El realizador metabolizó reveses y fue resiliente, esperando su segundo aire, que empezó a gestar en el rodaje de “Sound of Metal”, basado en una historia suya, por la cual obtiene la nominación al Oscar en el 2021.
Fiel a su obra de marginados e incomprendidos, de arquetípicos outsiders, el baterista de aquella pieza sufre problemas de audición y queda desamparado, para superar su adversidad en un plano distinto.
“Un Buen Ladrón” puede prolongar la misma esencia discursiva que ha tocado el director, al jugársela por un ex combatiente del medio oriente, que intentó tener una doble vida, robando a ricas corporaciones de comida rápida y juguetes, con el fin de conseguir todo lo que el sueño americano le prometió: la libertad, la esposa, las hijas, el convertible, el dinero en efectivo, el amor de la comunidad.
Pero todo era mentira, una simulación, una impostura.
La película simboliza la madurez de Derek Cianfrance, su lugar periférico en la meca, sus pequeños golpes que lo mantienen activo en el ecosistema de los estudios. A su vez, “Un Buen Ladrón” permite empatizar con el malhechor, sin juzgarlo moralmente, comprendiendo el origen y las consecuencias de sus actos. Por eso se trata de una película fuera de lote en el 2025.

