El valle del amor

Por Federico Karstulovich

El valle del amor – Un lugar para decir adiós (Valley of Love)
Francia-Bélgica, 2015, 91′
Dirigida por Guillaume Nicloux.
Con Isabelle Huppert, Gérard Depardieu, Dan Warner, Aurélia Thiérrée y Dionne Houle.

Cine inconcluso

Por Tomás Carretto

Loulou (Maurice Pialat, 1980)–como pocos films- fue un paradigma del cine de los 80. La película de Pialat -con su habitual realismo rabioso y sus personajes siempre al margen de la sociedad- era un brutal ejemplo de cómo las pretensiones de esos adultos jóvenes, tan vulnerables y desprotegidos afectivamente, iban a chocar con una realidad crudísima de una década tormentosa, cargada de carencias y de actos catárticos, de seres sensibles empujados a una vida adulta que los desbordaba, una mirada (la de Pialat), un retrato hambriento, que se anticipó (sagazmente) a los años que le siguieron. Una película que arranca con una (hermosa) escena en una disco, que remite a aquella otra legendaria en Casco de oro (Jacques Becker, 1952), bastión refulgente del cine francés y referente ineludible de Loulou, por su (genial) economía de recursos, expresada, sin ir mas lejos, en su capacidad mediante una simple escena de baile para presentar personajes y condensar futuros conflictos. Pero Casco de oro fue el mas virtuoso de los melodramas decimonónicos de la cinematografía francesa. Loulou lejos de esa estirpe se plantea como la historia de dos seres -que luego de un cruel derrotero- le encuentran un giro a la trama cuando asumen (y se reconcilian) con sus propias carencias. Donde el drama mas fuerte está representado por la renuncia de dos almas perdidas a esos anhelos primarios, a esa inocencia perdida por una realidad abrumante.

En ese punto arranca la grata sorpresa de este estreno llamado El valle del amor. La película vuelve a reunir a Isabelle Huppert y Gerard Depardieu 35 años después de la emblemática Loulou y no solo se da el capricho cinéfilo de volver a juntar a estas dos esfinges vivientes del cine francés, sino también de recuperar a aquellos personajes, como si esa simbiosis entre ficción y realidad fueran el punto de partida (y el gancho) de esta nueva historia. Como si aquellos Nelly y Loulou hubiesen continuado con esa relación errática y a los tumbos y fruto de esa unión hubiese nacido un hijo que hoy los reclama desde la otra punta del mundo. De cómo lo obsesivo y caprichoso de aquellos seres derivó en una tragedia. Porque convengamos que este conflicto (la de un hijo que se suicida y reclama para con sus padres abandonicos un último gesto de voluntad) se explica muchísimo mejor –menos estereotipadamente- desde aquellos Nelly y Loulou de Pialat que de dos estrellas de cine como podrían ser estos “Gerard” o “Isabelle” (hay un juego permanente entre realidad y ficción) -o Marcelo Mastroianni y Catherine Denueve en otro momento, aunque –en definitiva- se juegue un poco con eso. Si es injusta esa carga para con estos personajes es el quid sobre la validez ética de esta nueva película. La tragedia no deja de ser desmedida para con la nobleza trashumante de aquellos seres de Loulou. Y es ahí donde la película debe apelar a la doble cara de las estrellas de cine para no caer en el grotesco.

Obviamente Nicloux no es ni Pialat ni el genial Jacques Becker (asistente de dirección de Jean Renoir). Pero tampoco eso se le exige. Cada criatura es fruto de su tiempo. Nicloux vendría a ser el hijo posmoderno de aquellos dos artistas legendarios. Y la visión del director es mucho mas existencialista, mas teatral si se quiere. Menos deudora para con el cine -que para Becker y Pialat representaba una ética en sí misma (mucho mas fiel y edificante que el mundo mismo)-. Dentro de ese diseño, la presencia tanto de Depardieu como de Huppert es perfecta. El primero, además de ser un maravilloso actor de cine y una criatura genial, es un gran teatrista, y a la hora de recitar las cartas de ese hijo fallecido ofrece toda su carnadura. Como contrapunto, toda la economía gestual de Isabelle Huppert.

La otra presencia omnipresente y agobiante de materialidad concreta es la de este Valle de la Muerte, en el desierto californiano, místico e infausto lugar con 40 grados a la sombra donde este hijo requirente (ficción) y el director (realidad) citan a la célebre pareja. Una decisión un poco sádica para con el sobrepeso de Depardieu y los aires divos de Huppert, quienes sobrellevan el asunto con dignidad, cargándose el peso de lo real y lo ficticio en sus espaldas.

La otra presencia (metafísica) es justamente la de “La pregunta sin respuesta” obra mayor sinfónica de Charles Ives, que sirve de leit motiv en la película para adentrarnos en su catarsis. Ives tenía 30 años cuando escribió esta sinfonía en 1906 inspirado en la literatura de Ralph Waldo Emerson y Henry David Thoreau, los trascendentalistas estadounidenses que invocaban la confluencia entre el alma humana y el mundo, y de los interrogantes y misterios irresolubles que plantea el devenir de la existencia. Mientras, trabajaba como actuario para una aseguradora y los fines de semana era organista en una iglesia. Su obra como verán fue ignorada en vida.

Si algo se le puede reprochar a la película de Nicloux es que, mas allá de algunas escenas logradas, en el fondo banalice un poco esta pintura que propone y que sus intérpretes asumen con seriedad. Los elementos cuajan, Depardieu, Huppert (la química entre ambos es siempre imponente y soportan cualquier impericia), el Valle de la Muerte, la música de Ives, pero no levantan vuelo fruto de una pereza, que un poco recuerda a la de Olivier Assayas en la reciente Personal Shopper (2016). Otra película que se comporta con descuido hacia sus criaturas e intérpretes.

Igualmente la película funciona en el segundo nivel que mencionábamos en un principio: es el nexo disponible con ese gran cine olvidado, el de Pialat, el de Jacques Becker, el de un lenguaje universal que debemos recuperar en estos tiempos de cine bastante aciagos y desconectados del pasado. Los estrenos no pueden reducirse a tanques de Marvel y DC. También hay directores como Bellocchio que todavía estrenan cosas. También hay actores que cargan con el peso del mundo y del pasado y que nos recuerdan que están, que no nos olvidemos. Afortunadamente. Y es siempre saludable cualquier intento de darle a la cartelera de cine aires de diversidad, aires de diversidad que son tan bienvenidos como necesarios.

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