Vicenta

Por Carla Leonardi

Argentina, 2020, 69′
Dirigida por Darío Doria
Con voz de Liliana Herrero e intervenciones de Vicenta Avendaño

La lucha

Vicenta vive con su hija Laura. Ambas viven en una casa humilde y en condiciones precarias en el conurbano bonaerense profundo. Su larga jornada laboral como empleada domestica (ya que no sabe leer ni escribir como para acceder a otra posición laboral), no culmina cuando llega a su hogar, pues debe ocuparse de sus propios quehaceres domésticos y del cuidado de Laura, su hija menor, que tiene 19 años y padece una discapacidad madurativa. Cierto día, Laura se siente mal. El médico del hospital anoticia a Vicenta de que Laura está embarazada de 14 semanas. Conversando con su hija y explicándole, como puede, cómo se conciben los bebés, Laura manifiesta que fue abusada sexualmente por su tío. 

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A partir de aquí. comienza un calvario de idas y venidas para Laura y su familia. Un largo deambular por diferentes instancias: la comisaría para efectuar la denuncia por violación, la asesoría de menores del juzgado para solicitar la interrupción del embarazo y el Hospital San Martín, para ser evaluada por una junta de expertos. Cuando todo parece encaminarse, una jueza de menores envía un oficio al hospital solicitando la interrupción de los procedimientos médicos en amparo de la vida del niño por nacer, impone a Laura realizarse controles médicos cada 15 días y recomienda entregar al bebé en adopción. La asesora de menores apela y el caso llega hasta la Corte Suprema, que en fallo dividido, autoriza la practica médica abortiva. Finalmente, la decisión queda en manos de los médicos del hospital San Martín, que se niegan a practicar el aborto, alegando que había pasado demasiado tiempo de gestación, por lo cual el embarazo debía continuar. Con el apoyo de mujeres militantes, Vicenta toma la difícil y valiente decisión de hacerle frente a las injusticias del perverso engranaje médico-judicial. 

Si: Vicenta se ajusta a las convenciones del documental que apunta a visibilizar la realidad en lo que hace a la intromisión excesiva de la justicia en la intimidad de las menores de edad y su familia, re-victimizándolas con el manoseo de sus dilaciones y devaneos, forzándolas a una maternidad no deseada. Lo interesante es que Doria no elige al camino del clásico documental cuasi periodístico y distanciado construido a partir del montaje de archivos y entrevistas, sino que opta por cierta matriz ficcional que permita al espectador acompañar el derrotero de Vicenta y su hija, pero que a la vez evite su exposición excesiva e innecesaria, cuidándolas, como el Estado no lo hizo. De ahí que resulte acertado el recurso a la animación con muñecos de plastilina para encarnarlas. 

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Por otro lado, la voz over (Liliana Herrero) se encarga de narrarnos la dura historia de estas mujeres, pero tampoco se trata de la voz monocorde puramente informativa. Más allá de que el discurso periodístico está presente en la película, al insertarse en los televisores que miran los muñecos material de archivo televisivo de distintas instancias del proceso de Laura y Vicenta, es la voz poética del testigo la que predomina. Esta voz melodiosa se dirige frecuentemente a Vicenta,  la acompaña, expresa sus sentimientos ante lo que va ocurriendo y permite que el espectador pueda empatizar con los personajes.

Un punto a señalar es que los muñecos de plastilina, no tienen movimiento animado, como si  lo tienen ciertos objetos de su contexto cotidiano (la hornalla, la tele, la lluvia, el humo de la chimenea). El efecto no obstante es interesante, ya que condice con la situación de imposibilidad de actuar en que se encuentran Vicenta y su hija, reducidas a ser meras piezas de un engranaje judicial que funciona solo y que decide por ellas, sin escuchar su palabra y atendiendo a letras muertas e inconexas con su realidad. 

El movimiento está dado por la cámara con sus travellings, con sus acercamientos, circulando entre las maquetas y los muñecos y a través del montaje de distintos planos. En este punto, resultan interesantes los travellings entre los pasillos de las sedes judiciales, abarrotados de expedientes acumulados y estancados por cuanto espacio disponible se encuentre. Se crea y se capta así la atmósfera del laberinto kafkiano de la maquinaria judicial, impersonal e inaccesible, que engulle a Vicenta y Laura, dejándola prisionera de un destino de maternidad no elegido. 

Los colores apagados y la poca iluminación predominan en la primera parte de la película dando cuenta del duro camino que atraviesan y del sentimiento de tristeza y dolor que afecta a los personajes ante cada golpe que reciben de estas instancias técnicas caracterizadas por su inhumana frialdad. La luz entra cuando el empoderamiento de Vicenta, desbarata los subterfugios espurios del poder y también cuando puede tomar la palabra para luchar para que estas situaciones de maltrato institucional no se repitan con otras niñas.  

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Es el deseo de la madre el que constituye a un hijo allí donde hay primeramente un viviente. Sin deseo materno,  seguramente habrá niño, pero difícilmente advenga un hijo. Y el deseo de la madre no es el instinto materno dependiente de la biología de la hembra y también es lo contrario a la voluntad de ser madre.  

La situación de una mujer adulta que decide abortar, desde ya es diferente a la de una menor de edad. Pero ambas comparten la criminalización y los prejuicios sociales que producen que muchas veces tengan que tomar esa decisión en absoluta soledad y en callado secreto.

En el contexto del actual tratamiento legislativo de la ley para legalizar el aborto, la película de Doria aporta una arista más al debate acerca de porqué es necesario que se sancione esta ley. Porque aunque la ley ya contempla el aborto en casos de violación (que en su mayoría son intrafamiliares), se obtendría un marco de mayor legitimidad para estas solicitudes y así se evitaría la burocracia legal que juega sucio con sus dilaciones, impidiendo que una practica abortiva pueda llevarse a cabo en tiempo y forma, vulnerando así la salud física y psíquica de las niñas y adolescentes. 

Vicenta, como Niña Mamá de Andrea Testa, visibiliza una historia entre muchas de menores de edad en situación de vulnerabilidad, que en distintos rincones del país quedan condenadas a ser niñas madres o a exponerse a la muerte, ante la falta de un marco de acompañamiento que regule su derecho a decidir sobre su cuerpo y que garantice su desarrollo integral en plenitud. Es clara la posición ideológica que sostiene el director en el debate por la legalización del aborto. No obstante, también es evidente que logra evitar el oportunismo panfletario. No sólo porque su admiración por la lucha de Vicenta es genuina, sino también porque nunca olvida que una película es ante todo una producción artística. Al no descuidar el aspecto estético, puede transcender la mera ambición del documento y la denuncia, y transformarse en bello y sentido homenaje al coraje de una madre defendiendo los derechos de su hija frente al goce perverso de las injusticias del poder. Y eso, como espectador, siempre se agradece. 

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