Viene de noche

Por Federico Karstulovich

Viene de noche (It Comes at Night)
Estados Unidos, 2017, 97′.
Dirigida por Trey Edward Shults.
Con Joel Edgerton, Riley Keough, Christopher Abbott, Carmen Ejogo, Kelvin Harrison Jr. y Griffin Robert Faulkner.

Alguien, afuera

Por Federico Karstulovich

No tendría mucho más de 6 o 7 años. Al menos una vez al mes viajábamos con mis papás, mis tíos, primos, abuela y tía abuela a una quinta aislada en Punta Indio. Como no había otra cosa para hacer más que leer y jugar nos la pasábamos jugando con mis primos hasta que el olor a madera quemada, la baja del sol por sobre el techo de chapa y el frío del rocío nos indicaban que empezaba a caer la noche, que había que bañarse, luego comer y, un poco más tarde, juntarnos para que mi tía-abuela nos contara cuentos terribles de la zona sobre gente a la que se llevaban de noche (que pensándolo bien, considerando que estábamos apenas a 3 o 4 años de finalizada la dictadura, en una zona militar, era factible que la explicación de lo que nos narraba tuviera un origen criminal). Esos cuentos, si bien no estaban mediados por la lectura, no hacían otra cosa que estimularla. Punta Indio, en alguna medida, supo ser my own private Idaho de los terrores de mi infancia.
Durante el día íbamos con mis primos y mi tía abuela y caminábamos con ella por los alrededores de la quinta hasta llegar a una suerte de arroyo con un mínimo de profundidad. Por la noche potenciábamos lo que habíamos visto para que ella nos llenara la cabeza de monstruos. Bueno: una de esas ocasiones, en un invierno que nos obligaba a salir emponchados y con botas por el barro, fuimos a recorrer la zona y logramos meter una rama larga en el arroyo, con la idea de explorarlo. Era algo que hacíamos usualmente, pero sin mayor éxito. Las ramas que elegíamos siempre se deslizaban sin problemas sobre el fondo no demasiado hondo. Pero en esta ocasión el exceso de barro complicaba la tarea. Recuerdo que la rama (mas larga que yo) se trabó y luego se hundió más de lo previsto. Haciendo fuerza mis dos primos, mi tía-abuela y yo intentamos sacarla. La sorpresa fue que al hacerlo comenzó a brotar sangre del fondo y, lo recuerdo como si fuera hoy, una suerte de figura humana que emergió luego de esa acción. Los cuatro presentes huímos corriendo. Y no se volvió a hablar del tema (incluso recuerdo un comentario a escondidas entre los adultos esa noche, como si nosotros no tuviéramos que escuchar).
Esa noche me costó dormir. Esa noche hice de esa imagen, de ese cuerpo humano o casi humano el punto de partida para los terrores que me acompañarían durante cada una de las visitas a la quinta, incluso en los años subsiguientes. Siempre sentí que eso te vimos, que tocamos o que lastimamos de algún modo iba a venir por nosotros. Y en esa quinta, de ventanas sin persianas ni cortinas, que daba a la galería que rodeaba la casa, lo único que hacía en las noches profundas era mirar a través del mosquitero solo para distinguir si alguna forma se acercaba a la ventana. Bueno: durante años no dejé de ver formas horribles en esa penumbra. Cumplidos mis 9 años nunca más volví. La quinta se llenó de malezas. Y la última vez que vi una foto del lugar fue como si el pasto se hubiera comido la casa hasta hacerla desaparecer.La incertidumbre de no saber es el mayor terror de todos.

Por eso en Viene de noche esa incertidumbre tiene máscara de fuera de campo. Por eso su juego es el de la ambigüedad y la indefinición. Por eso su terror es fuerte en la duda y se debilita cuando postula visiones acabadas sobre el mundo convulsionado que nos muestra (esto quiere decir que funciona mejor cuando es sobrenatural y abstracta y no cuando opta por su costado en circunstancias extraordinarias hacemos cosas horribles con otros humanos. Les puedo asegurar que quería con ganas que me gustara Viene de noche. No es ninguna maravilla, ciertamente, pero si tiene grandes ideas que expresan un terror más acabado y sostenido sobre la forma que sobre las pretensiones de dar cátedra, de bajar línea. En ese sentido podemos decir que es una película oscilante, que va de lo explícito en su comentario social a lo abstracto de su horror cosmogónico, casi lovecraftiano.

Esa disociación entre lo concreto y lo abstracto no funciona tan bien como si sucedía con películas como It follows, sino que sugiere una estrategia poco feliz, esa que futbolísticamente conocemos como el “siga siga”. Es como si la película optara por patear sus interrogantes hacia adelante. Una suerte de efecto Lost: para quienes nunca la vieron hablamos de una serie de televisión proclive (y durante un tiempo genial) a generar ramificaciones de sentido e interpretaciones delirantes frente a la falta de respuestas. Esa relación morbosa entre no saber, la postergación, las interpretaciones y el resultado supo ser, al menos para el terror y el fantástico, un alimento indispensable. Pero en VDN la estrategia no apela a la incertidumbre extendida hasta el final. Bien por el contrario parece no confiar demasiado en esa duda metafísica, que es intensa en la primer media hora, que se empobrece en la segunda y que es dejada de lado en el final. Ese desprecio por la ambivalencia de interpretaciones, por los huecos de sentido, hace de un gran idea una suerte de panfleto pacifista algo remanido, conocido.

Uds se preguntarán, entonces: si el terror que se impone es social, en dónde pervive el horror metafísico? Precisamente en la materia cinematográfica por antonomasia, en la forma. VDN no hace nada demasiado original, es cierto, pero es un pequeño prodigio en sus maneras de instrumentar algunos procedimientos verdaderamente generadores de espanto: por un lado el trabajo con el sonido fuera de campo que multiplica el pánico que ya de por si construye el criterio de encuadre en donde lo central siempre está fuera de la mirada, complementando esto los fundidos encadenados que producen extrañamiento de sentido (algo que recuerda a la interesante y también reciente La bruja). A lo anterior podemos sumar el criterio low key y focalizado a la hora de trabajar la fotografía (lo que produce islotes de luz en medio de una oscuridad profunda) pero también los movimientos de cámara virtuosos en donde la cámara actúa como un personaje más (sumando así niveles de paranoia). Solo con algunas de esa decisiones, que están más cerca del mundo de Val Newton-Torneur que del terror social metafórico, VDN se hace grande. Lamentablemente la necesidad de bajar una linea de corrección política exasperante hace el resto. Y el resultado es decepcionante.

Hace poco, para una mudanza, encontré la foto de la casa, tomada por el pasto crecido, a la noche. La casa no se ve. Pero si se ve otra cosa. Eramos cuatro los que estábamos aquella vez en el arroyo. En el momento de la foto ya había pasado más de una década. Yo que uds miraría la foto con atención. Se las dejo aquí abajo.El horror de lo desconocido es un amigo que vuelve. Siempre.

Fd7

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