Volver a empezar

Por Tomás Carretto

Volver a empezar (Souvenir)
Bélgica, 2016, 90′
Dirigida por Bavo Defurne.
Con Isabelle Huppert, Kévin Azaïs, Johan Leysen y Muriel Bersy.

La reina sin corona

Por Tomás Carretto

Actriz de culto, Isabelle Huppert es una de las más grandes divas del cine francés de todos los tiempos (a ese nivel sólo podríamos citar a Jeanne Moreau, Brigitte Bardot, Catherine Deneuve, y quizás Juliette Binoche). Otras muchas han trascendido enormemente merced a su arte y su belleza (Anna Karina, Anouk Aimeé, Simone Signoret, Sophie Marceau, Marion Cotillard, y muchas más) pero –estas últimas- no han podido trascender la pantalla y convertirse –como las primeras- en una marca -no de un género o de una ola artística- sino de toda una cultura (de esto hablaremos luego). Con todo lo que eso significa, la importancia de Huppert para la historia del cine (y una cinematografía medular como la francesa) pero también para una coyuntura (que cada vez mas) desprecia el rol de los actores y los somete a las variables (cada vez más poderosas) del mercado, convierte cada película suya en un pequeño suceso.

No llama la atención entonces la facilidad en el contexto actual con la que se prescinde de los actores (de esto hablaba ya una película nominada al Oscar este año como La la Land (Damien Chazelle, 2016), de su trabajo y trayectoria, sino también ante las recientes denuncias de acoso sexual que inundan Hollywood por los últimos días. Actores (como el caído en desgracia Kevin Spacey) que son sustituidos sin más en cuestión de días. Reemplazados por otros y sus carreras -de varias décadas- invisibilizadas para siempre. En una reacción que lejos de ir al nudo -condenar/educar sobre los abusos- parece más un ajuste de cuentas por el ancien régime de actores y sus privilegios.

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Un poco de eso habla Javier Porta Fouz en esta nota, de cómo fue mutando el negocio del cine en el último tiempo. Recordemos de qué manera el star system fue esencial para la popularidad del cine como arte, negocio e industria. Un sistema que no sólo estuvo reducido a Hollywood y su era dorada, sino que llegó también a cinematografías no hegemónicas, como la latinoamericana (donde se usó el término “texto estrella” para caracterizar a esos films mexicanos y argentinos que estaban configurados desde la puesta en escena y la temática para el lucimiento de sus mitos: Libertad Lamarque, Jorge Negrete, Maria Felix, Luis Sandrini, Tita Merello, Niní Marshall, Pedro Infante), pero también al cine europeo, Bollywood, etc. Y que abarcó inclusive otras estéticas (miradas alternativas) que se articularon como respuesta al cine clásico y suntuoso de Hollywood, con sus géneros y sus temáticas, y que movimientos como el neorrealismo italiano o la nouvelle vague trataron de deconstruir en torno a reglas propias. Ellas también usaron sus estrellas –Anna Magnani, Aldo Fabrizi, Silvana Mangano, en un caso –Anna Karina, Jean Paul Belmondo, Jean Pierre Leaud, Jeanne Moreau, Jean Claude Brialy, Jean Seberg, y tantos más- en el otro. Hasta el día de hoy esa dependencia con las estrellas de carne y hueso (elevados a dioses) se creía inexorable.

De hecho todos sabemos que existe entre nosotros una especie de “cinefilia de actores” (sub-especie que esta muchísimo más extendida que la propia cinefilia). Buena parte de los espectadores, antes de volverse cinéfilos, de ser cultores e inquisidores de estéticas, filmografías, autores, fueron -muuuuucho antes- cinéfilos de actores. Padres y abuelos que introdujeron en el amor por el cine una adherencia a ese culto pagano por los actores, en muchos casos. Tener un abuelo admirador del porte de Spencer Tracy y Joseph Cotten o de la belleza de Rita Hayworth, Joan Fontaine y Zully Moreno, una abuela que moría por Arturo de Cordova y se reía con Niní Marshall, un padre admirador de John Wayne, Clint Eastwood, Tom Hanks o Kevin Costner, o una madre que construye su santuario de Gregory Peck a Mark Ruffalo, es lo común (al menos desde una perspectiva de deseo heterosexual). Quizás, no sé, todos somos un poco el personaje de Wanda (Brunella Bovo) en El jeque blanco (Federico Fellini, 1952), obnubilada hasta el extravío por Fernando Rivolli (el personaje de Alberto Sordi). Lo otro es una etapa posterior cuando uno -en un acto de amor y curiosidad- empieza a indagar los misterios de –por ej- por qué Cary Grant se luce más en The Philadelphia Story (George Cukor, 1940) que en Born to be bad (Lowell Sherman, 1934). Y ahí es donde paulatinamente uno descubre la voz del director, la importancia de la poética, cómo esta adquiere impronta merced a la imaginación y la destreza de un “regista”, y de cómo eso sirve para construir una visión de mundo, llenando de nuevas ideas al nuestro.

Pero volvamos. Volvamos a Isabelle (Huppert), que es uno de los últimos mitos vivos, con sus mohines, sus gestos, sus miradas, su cabellera roja emblemática y su precisión quirúrjica para el drama termina siendo casi un viejo estudio de cine andante. Huppert (Isabelle) es la más imperial de las plebeyas. Admirada por las reinas de Hollywood (algo que se vió en la entrega de los Golden Globes de este año donde recibió el premio a la mejor actriz dramática) como una Diosa, a pesar de su vestidito simple y elegante, de un gris para nada estruendoso, su pelo suelto y su desprecio por las grandes joyas. Esa es ella.

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Como decíamos la importancia de ese dialogo director-actor es el que permite esas cotas sublimes que en Huppert son tan habituales. Con Pialat, Chabrol, Verhoven, Hansen Love, Claire Denis, Godard, Blier, vimos a la mejor Isabelle. Esa femme de estilo inigualable que tiene la precisión de un cirujano para diseccionar emociones y sentimientos. También (quizás por eso mismo) fue la musa gélida del más sombrío Haneke. Pero en Volver a empezar el asunto es otro, ya que está bastante lejos de las extraordinarias El porvenir  y Elle: abuso y seducción. Ni siquiera tiene el atractivo de los contrapuntos actorales con Depardieu, como sucede en la más modesta El valle del amor…pero ¡es la cuarta película de Huppert que se estrena en 9 meses!

¿Cómo sucedió eso en épocas donde los tanques invaden las salas y el gran negocio del cine (como expusimos antes) desprecia cada vez más la importancia de los actores en el proceso fílmico? Desde la digitalización del cine, tanto el cine clásico como el moderno empiezan a competir en igualdad de condiciones con el mainstream en cuanto a la calidad de las copias. Las copias restauradas de viejos clásicos y las ediciones en dvd y bluray de los films de cine arte, permitieron apreciar autores y estéticas en diáfanas condiciones por primera vez en muchísimo tiempo. Para los cinéfilos que conocimos de Ford o de Ophuls en viejos VHS quemados, eso permitió extender el entusiasmo por ese otro cine a familiares, amigos, conocidos, conocidos de conocidos, que estaban domesticados con las condiciones de exhibición del mainstream. Ese cine alternativo alcanzó un nuevo vigor como puede verse cada año en festivales como el BAFICI y empezó a concitar una cantidad de público para nada despreciable.

En 2011, la distribución independiente consiguió una participación en el mercado argentino del 20,40 % del total de estrenos. El avance tecnológico se fue profundizando cada vez más y los viejos rollos de 16 o 35 mm fueron reemplazados por los DCP (Digital Cinema Package) abaratando sensiblemente el proceso. Los prohibitivos costos de las copias de 35 mm para los distribuidores independientes permitían soñar con un futuro venturoso ante el surgimiento de este nuevo standard de exhibición. Pero surgieron en el medio varios hechos: 1) la profusión cada vez más ingobernable de los tanques de Hollywood, con el surgimiento de las brand-movies -precuelas, secuelas, spins off, spins off de spins off-, y sus franquicias de superhéroes, películas de animación para chicos y grandes, que monopolizaron las pantallas y los canales de exhibición con cientos de copias, llevándose el 90% del mercado como sucede en la actualidad; 2) la desaparición de las salas independientes en paralelo a la renovación tecnológica, quedando desfasadas ante los nuevos standares. Hoy los multicines concentran casi la totalidad de la exhibición cinematográfica en la Argentina; 3) La aparición de un nuevo canon a nivel global: el virtual print fee. Un acuerdo entre las grandes productoras de Hollywood y las grandes cadenas de exhibición para financiar la renovación tecnológica de las salas. Un canon que oficia más como un “alquiler” de sala, ya que a diferencia de los distribuidores independientes, las grandes distribuidoras son indirectamente dueñas de esas salas. Los DCP (con este impuesto) ya no eran mucho más baratos que las viejas copias de celuloide, dejando otra vez en una encrucijada a los distribuidores independientes. Porque además del nuevo costo, en otros países (donde el circuito de exhibición no está en crisis como aquí) el VPF incluye el tema de la continuidad (tan problemático para los distribuidores independientes de la Argentina). En Alemania un distribuidor independiente paga 500 euros asegurándose también 3 semanas de continuidad en sala. En Francia 600 euros para cuatro semanas. En Argentina con suerte eran 800 dólares por 2 semanas, donde la segunda semana el distribuidor ni siquiera se aseguraba un número mínimo de pasadas, que podían ser hasta solo una por día en un horario marginal. Ante esto hubo un reclamo que derivó en la Resolución 2834/2015 del INCAA, donde se reintegraba el VPF a “los films argentinos que se exhiban en entre 3 y 120 salas, y las películas extranjeras que se proyecten en entre 3 y 40 salas”. La Resolución de Octubre de 2015 solo se pudo materializar a mediados de 2016 (y hasta un tiempo determinado: finales del 2017). Quizás ese haya sido el punto determinante para el estreno inesperado de tantas películas de Isabelle Huppert. Hay una nebulosa con respecto a la continuidad de esta resolución. Por ahora nada en concreto. No sería una suma considerable: 4.000.000 de pesos ante los 30.000.000 que estas películas independientes dejan en materia de impuestos, pero sustancial para una cartelera más plural y heterogénea. Si esto es de ayuda para los golpeados distribuidores independientes (considerando varias de las cuestiones expuestas aquí arriba) debería considerarse su continuidad.

Souvenir Pair

Frente a esto me pareció que hacer una crítica que hubiese sido demasiado rigurosa de una comedia leve como Volver a empezar, hubiese aportado a la confusión y no permitido darle impulso a ese otro cine (del que la película de Dafurne es una ínfima parte) y que es necesario proteger. Aclaración: tanto Elle como El Porvenir son de lo mejor de la cartelera del 2017 por escándalo. Dos obras maestras totales cuyas críticas pueden leer aquí en Perro Blanco. Igualmente como decía de Huppert en mi critica de El porvenir en cualquiera de sus películas (las excelentes y las mediocres) la colorada será siempre “esa mujer todavía joven y bella, siempre inteligente y sensible” de estilo único, que es imposible no admirar embobado. Aún como obrera en una fábrica de patés y ex cantante de world music que es convencida de volver al ruedo y en el camino se enamora de la persona que la ayuda en ese objetivo, un compañero de trabajo, aspirante a boxeador y veinteañero, como aquí. Aun así de insólito, Huppert es uno de los grandes estandartes de ese otro cine que aunque más no sea, es el de actores de carne y hueso que aman su oficio y lo desenvuelven con maestría. Ese cine que nos enamoró, nos apasionó y se convirtió en el lenguaje universal que expandió nuestro mundo y nuestra imaginación. Sin pantallas verdes ni efectos digitales. Sin campañas de marketing ni reparto de anteojos antes de entrar a la sala.

Todo entonces resulta entonces ambiguo y paradojal en el cine actual, una película como Volver a empezar de esas que no está ni remotamente entre lo mejor de la carrera de Huppert, quizás sea la que tristemente marque el fin de una etapa de cierta diversidad en el mercado de la exhibición local o quizás –ojalá- siga abriendo una pequeña brecha. Una película de Huppert con todo lo que ello conlleva, resultando en definitiva un pequeño hiato y un regocijo para todos esos “cinéfilos de actores” que aman a la pelirroja de París. Defiendan por favor ese cine que nos ayudó a ser lo que somos y al que le debemos tanto.

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