Wendell y Wild

Por Rodrigo Martín Seijas

EE.UU., 2022, 105′
Dirigida por Henry Selick
Con voces de Jordan Peele, Keegan Michael Kay, Lyric Ross, Tamara Smart, James Hong

Los desniveles colaborativos

Hay un pequeño gran malentendido con el título del nuevo film de Henry Selick: Wendell y Wild es una especie de reducción a solo dos personajes de una película una galería mucho más amplia. Y que, además, tiene a una protagonista bastante explícita, que a partir de sus decisiones marca la pauta de un relato de ambiciones considerables. Pero quizás eso sea un indicador de las tensiones que atraviesan a la película, en buena medida por el trabajo conjunto entre Selick y Jordan Peele (que aporta su voz, además de meter mano en la producción y el guión), que solo de a ratos consigue la fluidez deseada.

Convengamos que Wendell y Wild (basada en un libro coescrito por el propio Selick) despliega varias subtramas y conflictos a los que hace confluir eventualmente, ya en su segunda mitad. Tenemos, por un lado, a Kat (voz de Lyric Ross), que siendo niña perdió a sus padres en un trágico accidente automovilístico y que, ya adolescente, ingresa a una escuela de su pueblo de origen que oculta varios misterios. Por otro, a Lane e Irmgard Klaxon, una pareja de empresarios dueños de una maligna corporación responsable de la ruina del pueblo de Kat y que no temen recurrir al homicidio para cumplir con sus fines. Y, claro, los ya mencionados Wendell y Wild (voces de Keegan-Michael Key y Peele, respectivamente), dos demonios que, hartos de trabajar para su padre en un retorcido parque de diversiones, montan una enredada serie de tretas para escapar del infierno y armar su propio emprendimiento. En el medio, hay una monja con poderes sobrenaturales, un cura dispuesto a lo que sea con tal de mantener abierta su escuela y un grupo de compañeros de colegio de Kat con diversas motivaciones, entre varios personajes más, que interactúan entre dones, maldiciones, hechizos y estafas.

A todo ese complicado entramado narrativo, Selick le agrega su reconocible y a la vez impredecible imaginario visual, que busca retroalimentarse con el Peele. Eso lleva a una gran mixtura de géneros y tonalidades: en Wendell y Wild conviven la comedia negra con el drama de crecimiento, el thriller de misterio, el relato de horror y hasta la reflexión sobre cómo determinadas instituciones que se suponen antagónicas, como son la escuela y la cárcel, comparten unas cuantas características. A la vez, hay una estructuración de relaciones marcadas por lo paterno-filial, con la muerte, la tragedia y el horror como factores subyacentes. Es decir, hay una mirada íntima y social, con lo espiritual -en un sentido tétrico y oscuramente irónico, típico de Selick y también un poco de Peele- como puente. Todo esto convierte al film en un objeto tan fascinante -y un poco adictivo- como abrumador: hay pasajes donde no queda claro el rumbo y pareciera que todo se tratara de acumular ideas y tópicos. Si se establece una comparación con, por ejemplo, Coraline y la puerta secreta -posiblemente la película más fascinante y potente de Selick-, se puede notar que allí había coherencia narrativa que daba el impulso preciso para que surgiera una multitud de interpretaciones por parte del espectador. Aquí, el mensaje luce bastante más forzado.

¿Todo lo anterior implica que Wendell y Wild es un film fallido y que la colaboración entre Selick y Peele resta más que sumar? No realmente, aunque sí hay una unión de sensibilidades que no llegan a delinear un sistema completamente sólido. Lo que sí hay es inventiva y riesgo: Wendell y Wild es una película que no tiene miedo de hablar sobre los miedos -tanto internos como externos- y sobre las luces y sombras que nos rodean. Esa apuesta ofrece resultados indudablemente desparejos, pero también vitales y estimulantes. De eso se trata, a veces, los experimentos colaborativos: de trazar nuevos caminos a través de la interacción de perspectivas, aunque eso implique una competencia entre aciertos y errores.

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