Valerian y la ciudad de los mil planetas

Por Hernán Schell

Valerian y la ciudad de los mil planetas (Valerian and the City of a Thousand Planets)
Francia-China-EE.UU., 2017, 137′
Dirigida por Luc Besson
Con Dane DeHaan, Cara Delevingne, Clive Owen, Rihanna y Ethan Hawke.

Es lo que hay

Por Ignacio Balbuena

Valerian y la ciudad de los mil planetas (de aquí en más VyCMP)prometía ser un regreso para Luc Besson a la estética sci-fi de El Quinto Elemento. Veinte años después, Luc Besson volvió a construir un universo espacial lleno de fantasía camp y personajes extravagantes, ahora con el presupuesto de un blockbuster americano ruidoso y grandote y CGI hiperrealista al servicio del eurotrash  ‘chotocopiado’ de Star Wars, como dijeron Hernán Schell y Federico Karstulovich en el podcast que le dedicaron a la película de Besson. Y estoy de acuerdo con muchas de las quejas que plantearon en su crítica en audio: la película está llena de problemas, principalmente un protagonista poco carismático y un plot que abandona la diversión y el espíritu de serial de aventuras en favor de una resolución y un subtexto -no hay una forma elegante de decir esto- solemne, aburrido y pedorro.

Pero también me divertí mucho: la estética de “space opera falopa” al estilo de las precuelas de Star Wars o Avatar pero todavía más al palo, y me divirtieron varias secuencias con mucha imaginación -arbitraria es verdad-, con un approach para filmar que parece decirnos que está tirando todo lo que tenemos a la pared a ver que se queda pegado, como si experimentara en una cocina, como si fuera un chef principiante, pero con una imaginación (o delirio) de un autor con una visión.

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Esta adaptación imposible del cómic francés que se publicó entre 1967 y 2010, Valérian et Laureline -que fascinó a Luc Besson desde chico, y fue una clara influencia a la hora de hacer El Quinto Elemento- requería que el CGI avanzara para poder mostrar a las criaturas, planetas y artefactos espaciales en todo su esplendor y exuberancia. Pero más que a un sofisticado cómic europeo al estilo de Moebius, el arte de VyCMP y el CGI hiper glossy me hicieron acordar a algunos videojuegos de Playstation 4 como Mass Effect: Andromeda, o el controversial No Man’s Sky, que prometía poner al jugador a explorar un mundo generado de forma aleatoria lleno de millones de planetas y fauna exótica. En efecto, no hay un plano de VyCMP que no muestre algún alien nuevo haciendo alguna cosa rara en el fondo, algún artefacto inexplicable o alguna tecnología extravagante. Y ésta comparación que hago con el mundo de los videojuegos aplica también a la hora de describir lo que me gusta de la película: los setpieces, el sentido de la aventura y la exploración, los personajes encontrándose con aliens extraños e interactuando con un mundo futurista. Hay algo de gusto por el exceso, por el kitsch despreocupado, que hace de la película de Besos un artefacto que no debe ser tomado muy en serio. Y ese es justamente su mejor costado.

VyCMP funciona bastante bien cuando confía en las acciones antes que en las explicaciones, cuando confía en sus actores y no en sus personajes: al comienzo, cuando simplemente tenemos a dos soldados espaciales realizando una misión que los lleva a recuperar una criatura, la última de su especie, en un planeta que tiene la particularidad de tener un mercado gigante en una realidad alternativa. Muchos se quejaron de la pareja principal, pero Cara Delevingne hace lo que hace siempre y lo hace bien: una chica cooler than thou con una personalidad afectada y canchera. A diferencia de la desastrosa Suicide Squad, donde pretendía vendernos el personaje de una arqueóloga, acá me la creo como una hipster espacial, principalmente porque no intenta construir un personaje sino que simplemente se limita a hacer sus mohínes de it girl, como si la película fuera consciente de las limitaciones de ella como actriz y las explotara para el personaje. Lo peor es quizá el diálogo expositivo y solemne de Besson (y la dinámica  ‘will they, won’t they’ que tiene la dupla Delevigne – DeHaan, intento fallido de Han Solo millennial). Si a Delevigne la podíamos salvar en alguna medida por la autoconciencia mencionada, con Dane DeHaan la tarea se complica bastante más: no tiene ni el talento gruñón de Ford -claramente- ni el encanto de Chris Pratt, y su Valerian es insoportable, imposible aliación de madera balsa y cartón corrugado en un actor. Construir la relación de los protagonistas como un romance y toda esa cuestión de ‘el amor es la fuerza más grande del universo’, que ya vimos en El Quinto Elemento, es uno de los problemas de la película. El último gran problema es la trama central que justifica todos los shenanigans de los personajes, una serie de tropos y clichés que la película propone en su clímax, como un militar (Clive Owen) borrando sus huellas después de un genocidio intergaláctivo  y aliens primitivos pero sabios en el medio de una crisis de refugiados.

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El ejercicio de visionado de VyCMP supone un acto de sustracción, como si se realizara un acto de magia mal hecho en el que hay que ignorar que el truco se ve: por un lado olvidarse un plot que abandona los elementos lúdicos en favor de una trama poco inspirada, por otro un protagonista poco encantador, y una intensidad y sentido de la aventura que, al contrario de como debería suceder, decae a medida que la película avanza. A todo esto se le suma una sucesión de cameos arbitrarios (¿qué hacen el veterano Rutger Hauer y el héroe del funk Herbie Hancock acá?). Pero desde el comienzo, con la secuencia que muestra la odisea de la conquista del espacio como un encuentro entre razas alienígenas con humanos de distintas nacionalidades al ritmo de Space Oddity (QEPD, Bowie), se nota una voluntad de armar mundo expansivo y juguetón. Valerian funciona cuando usa el espacio como un terreno para mostrar tecnologías e ideas inusuales (‘mechanics’ en el lenguaje de los videojuegos), como un arma que dispara bolas pegajosas y pesadas que hunden a los enemigos, un parásito omnisciente que Delevigne se tiene que poner en la cabeza como un sombrero para encontrar a su compañero navegando recuerdos en tiempo récord, una mini-secuencia en la que Valerian atraviesa diversas zonas de la estación espacial que funciona como centro de reunión para las distintas civilizaciones que pueblan la película, y una aparición de Rihanna, que se roba la película como una alienígena con abiciones teatrales y poéticas y que debe resignarse a trabajar en una zona roja como stripper. Por otro lado, el despliegue visual ambicioso y el anticarisma de Cara Delevingne rescatan esta película de la infamia absoluta, lo que me recuerda al fracaso de Jupiter Ascending, que se sostenía un poco por el diseño de arte y los vestuarios barrocos pero se caía por el peso de la ambición new age de las hermanas Wachowski. Acaso las space operas de gran presupuesto fuera del universo de Star Wars están condenadas al fracaso, o a la victoria pírrica de satisfacer a los que nos conformamos con poco. Algo es algo.

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