1945
Hungría, 2017, 91′
Dirigida por Ferenc Török.
Con Péter Rudolf, Tamás Szabó Kimmel, Dóra Sztarenki, Bence Tasnádi, Ági Szirtes, József Szarvas, Eszter Nagy-Kálózy e Iván Angelus.
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Por Rodrigo Martín Seijas
El cine argentino no es el único que se ve tentado por la proyección internacional, por ende se construye con un ojo puesto en un espectador de otras latitudes, hilvanando relatos que actúan como funcional carta de presentación frente al mundo pero que en el fondo carecen de una verdadera identidad. Hay toda una vertiente del cine de Europa del Este que elige temas y posicionamientos relativamente cómodos, cercanos al mensajismo premiable, la húngara 1945es un ejemplo manifiesto de este movimiento que apela a los borramientos de toda identidad en pos de una universalidad imaginaria en sus receptores potenciales.
La película de Ferenc Török está situada casi al final de la Segunda Guerra Mundial, cuando la resistencia japonesa agonizaba producto de las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki, Alemania ya se había rendido, y Hungría comenzaba con el proceso por el cual pasó de estar bajo el dominio nazi a ser un satélite del comunismo soviético. Dos misteriosos extraños vestidos de negro se bajan de un tren y emprenden un lento camino hacia un pequeño pueblo cuyos habitantes están adaptándose al momento de transición entre un dominador y otro. A medida que la gente del pueblo se va enterando de la inminente llegada de los visitantes, va quedando claro que hay unas cuantas cuentas pendientes vinculadas a la colaboración de varias figuras relevantes del lugar con la persecución a los judíos y que la basura que se estuvo escondiendo bajo la alfombra va a salir a la luz.
Son los primeros minutos de 1945, donde todavía predomina el misterio sobre los motivos que impulsan al dúo de visitantes –que casi no emiten palabra- y el pasado común que los une a los habitantes del pueblo, los que generan más interés. Allí el relato apunta a construir a los personajes desde las gestualidades, los silencios o una hipócrita amabilidad, lo cual le sale bastante bien, a tal punto que consigue incorporar con astucia e inteligencia parámetros estéticos y estéticos propios del western. Pero también empieza a notarse un peligro para la película: su premisa luce limitada y el trabajo sobre la espera antes del estallido tiene un margen acotado de extensión, porque la estructura argumental es más propia de un medio que de un largometraje.
Por eso no es de extrañar que desde el montaje paralelo el film vaya agregando numerosos personajes y despliegue unas cuantas subtramas que en vez de sumar, restan, porque si el elemento central parecía ser en principio la intriga, pronto ésta queda relegada para dar paso a la discursividad. Ahí es donde el film gana en carga ideológica, pero pierde en consistencia, porque ya dejan de importar los personajes y sus motivos, y lo único que va quedando es el mensaje. La segunda mitad de 1945 está plagada de obviedad biempensante, destinada a confirmar el punto de vista de un espectador políticamente correcto que sabe y opina todo lo que se debe saber y opinar sobre el Holocausto y las complicidades que lo permitieron. No hay complejidad, riesgo o novedad, sino facilismo, superficialidad y repetición, con un trabajo formal tan prolijo como inofensivo, en el que el blanco y negro de la imagen implica también colocar las miserias bien atrás, en un tiempo que ya pasó y que se da por descontado que no volverá.
En cierto modo, 1945 viene a confirmar que el circuito festivalero, con su síndrome de prestigio impostado, puede albergar un cine rupturista y problemático, pero también a una cinematografía que busca el rédito desde los discursos plenamente consensuados e indiscutibles, a tal punto que nadie los cuestiona. Por eso no viene mal recordar que la ausencia de polémica es también una forma de vacío intelectual, narrativo y estético.
