Dead to me – Primera y segunda temporada

Por Mariano Bizzio

Dead to Me S01 & S02
EE.UU., 2019, 8 episodios de 30′
Creada por Liz Feldman 
Con Christina Applegate, Linda Cardellini, James Marsden, Ed Asner, Diana-Maria Riva, Max Jenkins, Lynn Andrews III, Suzy Nakamura, Luke Roessler, Tiffany Yvonne Cox,Adora Soleil Bricher, Gloria Calderon Kellett, Pamela Drake Wilson, Ericka Kreutz, Tara Karsian, Felice Heather Monteith, Amir M. Korangy, Rick Holmes

Pequeños dioses menores

Por Mariano Bizzio

No me gusta decir “se me escapó”. Soy competitivo hasta la médula. Pero cuando se me escapa una pelota (jugando al basquet, al tenis, al ping pong o al metegol, poco importa) me pongo como loco conmigo mismo, porque también tengo un carácter obsesivo. Me pregunté, a inicios de este año, cómo pudo ser posible que se me hubiera escapado la serie de Liz Feldman el año pasado, cuando se estrenó en Netflix su primera temporada. Gustosamente, constaté que no era el único, ya que en esta revista también se les había pasado por alto. Por eso cuando se estrenó la segunda temporada a inicios de este año y me vi todos los capítulos de un tirón en una semana (o casi) una de las primeras cosas que le pregunté a los editores de Perro Blanco fue eso: puedo escribir sobre las dos perfectas temporadas de Dead to me?

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No les costó mucho darme el ok, porque si bien en la revista se escribe sobre muchas cosas, la cobertura de series es un tema que supone tiempo y espacio que no pueden tener todos los redactores todo el tiempo (aunque algunos tengan mas regularidad en el visionado de series, es un ejercicio que en el menor de los casos no supone menos de 3-4hs de material y en los casos extensos puede llegar hasta 8-10-13hs completas, casi el visionado íntegro de las tres partes de La Flor, de mi tocayo Mariano Llinás). Pero en este caso hablamos de una serie que realmente vuela: capítulos de 30′, veloces, fluidos, concentrados en narrar todo el tiempo (de hecho toda la serie es un pequeño gran rompecabezas de indicios interconectados, que arman una telaraña de idas y vueltas que recuerdan a la escritura de Vince Gilligan en Breaking Bad). Por eso las dos temporadas fueron muy fáciles de atravesar, particularmente disfrutables y al mismo tiempo cargadas de una complejidad vestida de aparente superficialidad, que es acaso lo que define al truco de la creadora, Liz Feldman.

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La primer temporada de Dead to me recorre, en el mejor de los sentidos, varias de las ideas que sobrevuelan a los mejores dramedies contemporáneos: humor negro, melancolía, una mirada puesta en la particularidad de los personajes y sus arcos dramáticos antes que en un conflicto central tan definido, una perspectiva de mundo desencantada pero a la vez profundamente humanista (sometiendo a los personajes a contradicciones espantosas, incluso), por último un pesimismo luminoso, que logra que el ácido propio de la comedia negra se disuelva en la boca pero que el gusto no sea tan terrible como podría imaginarse. Pero esa primer temporada tiene también una capacidad infrecuente a la hora de trabajar el montaje, las actuaciones, las decisiones de puesta de cámara, como si en alguna medida su narrativa diera testimonio de un clasicismo filoso, dador de imágenes que bien podríamos ver en el cine de Billy Wilder, como si todas esas decisiones formales siempre fueran producto de una planificación milimétrica que no quiere revelarse como tal sino, contrariamente, como una disposición invisible de la enunciación narrativa. Pero a la vez se trata de una invisibilidad que siempre quiere hacerse ver.

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De hecho si lo pienso hay algo de wilderiano también en el modo de interacción de los personajes, siempre con la ironía a flor de piel, pero también siempre siendo portadores de un filo cínico en sus lenguas de hoja de afeitar. Aunque no todos son asi. El personaje de Judy (Linda Cardellini, en un retorno con gloria) es el mas interesante por su doblez. Pero ese doblez no nos es oculto, sino que todo el tiempo se desdobla frente a nuestros ojos, lo que nos deja frente a un estado de fascinación por ver la inocencia coexistiendo con la planificación espantada. Porque de eso se trata esa primer temporada: de la posibilidad de reunir los extremos y hacerlos chocar sin definir por una sola caracterización de las personas. De ahí que todos los capítulos sigan un tópico en torno al conflicto que emerge con fuerza recién al final (pero que está presente desde el inicio), como si de ese recorrido de paralelas en algún momento se produjera una intersección conflictiva. Pero contrario a nuestra expectativa de testimoniar un salto hacia lo previsible, el cliffhanger (el gancho final de la temporada de una serie) parece adelantarse. Y nos descoloca lo suficiente como para no saber para donde rumbear. Hete aquí el deux est machina que se produce en el cierre, un cierre que no nos veíamos venir y redefine los marcos de relación para la segunda temporada. Porque en efecto la serie no es otra cosa sino sus volantazos estupendos y elegantes, porque en el fondo creemos que son actos gratuitos pero en realidad muestran que la gran articulada de sentido no es la causalidad, como creemos en toda la primer temporada, sino el azar.

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De ahí que en la segunda temporada nos encontremos ante un recorrido, curiosamente -ya que el azar tiene una función mucho más determinante aquí- planificado al extremo. Pero esa planificación determina que todos los azares que se producen frente a nuestros ojos no sean sino la corroboración formal de la frialdad con la que la serie se para frente a sus criaturas, aquí mucho mas cerca de un formato coral antes que de uno concertado en las protagonistas. Tanto Jen (Christina Applegate) como Judy son incapaces de retener el agua que se les escapa del dique de contención que se produce detrás de los asesinatos. Y la catarata que se les aproxima, si bien es producto de causalidades, está articulada, casi siempre en esta segunda temporada, en torno a los encuentros funestos del azar actuando sobre los personajes. Esa necesidad, acaso un tanto cruel e innecesaria, convierte a los últimos capítulos en entregas morales de un recorrido cuya moral no precisaba un subrayado, pero que en el cierre de la segunda temporada se evidencia como tal, incluso precisando de atribuir premios y castigos a los personajes según sus acciones. Al mismo tiempo, dado que la serie asume su conciencia de ese peligro, el azar habilita a que no todas las causas tengan las mismas consecuencias ni la planificación de los premios y castigos sea tan previsible, lo que nos permite ver una luz de esperanza: Liz Feldman no es Paul Haggis y Dead To me S02 no es Crash (2006). Pero cuando coquetea con ese margen, nos preguntamos qué puede suceder en la temporada siguiente. Por lo pronto lo mejor que podemos desear es mas personajes y menos dioses menores, que como todo dios, siempre son peligrosos.

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