A Hidden life

Por Amilcar Boetto

A Hidden Life 
EE.UU., 2019, 180′
Dirigida por Terrence Malick
Con August Diehl, Matthias Schoenaerts, Valerie Pachner, Michael Nyqvist, Jürgen Prochnow, Bruno Ganz, Martin Wuttke, Karl Markovics, Franz Rogowski, Tobias Moretti, Florian Schwienbacher

La pesadilla de Bazin

Por Amilcar Boetto

Terence Malick se ha convertido -insospechadamente algunas décadas atrás, pre 1998, cuando era un fantasma con una obra misteriosa- en uno de los directores más odiados por la crítica argentina en los últimos años. Pero se trata de un desprecio local. Malick es un director que en otras partes del mundo (fundamentalmente en Estados Unidos) resulta mayormente celebrado. Pero en Argentina su obra es generadora de desconfianza por parte del tan temido consenso crítico. Una de las acusaciones mas hermosas que se le adjudican al director texano, es que su formalismo paisajista escrito con prosa digital podría tranquilamente confundirse con los famosos fondos de Windows. Que la acusación sea cómica no le quita el carácter preocupante y, en última instancia, cierto. O al menos, perceptible, porque no podemos afirmar que algo así sea cierto, podemos, en cambio, decir que fondos de Windows son perceptibles en las últimas películas de Malick.

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Oí por allí también, que a A Hidden Life se le criticaba -con particular enocono- el uso exclusivo de grandes angulares, un poco con la justificación de que esa insistencia con que todos los planos se vean con la misma cualidad óptica terminaría dándole a la narración un carácter de invariabilidad extrema. O en palabras más simples: que todos los planos se vean iguales. Yo creo que el error crítico de esta afirmación radica en exigirle a la película de Malick un arco dramático que en efecto no tiene. Pero el recurso del lente sin cambios es deliberado, es buscado. Ahí donde la justificación pudo haber sido un florido y mediocre paisajismo de buena parte de la película (el territorio donde se desarrolla la primer mitad del film es en plena Alemania rural)…algo de esto queda desvirtuado en la segunda mitad del film, donde el mismo lente podría contrastar fácilmente el gris de la cárcel con los cuerpos inertes que pasean por ella. Un acto de contraste realizado por el uso de la misma cualidad visual, pero en lugares distintos. Pero hay otra idea, que excede el preciosismo o feísmo. El tema es si esa idea no es el germen de la destrucción del propio cine a manos del estilo autoral.

Yo creo, más bien, que el problema del último film de Malick no está en la obsesión con los lentes angulares (pensemos en Terry Gillam sino), sino en su montaje y en el modo de configurar en encuadre. Intentaré explicarme: Malick monta de una forma frenetica, con una velocidad preocupante que parece ser la contradicción formal más grande posible ante sus angulares y su exceso de oferta visual, para un ojo que todo quiere comerse pero al que le falta tiempo. Simplemente sentimos que nunca se aprovecha lo que se puede ver en pantalla. Es más: pareciera que a Malick no le importa que lleguemos a ver, porque esos segundos que el plano se mantiene no alcanza para que nuestros ojos recorran la inmensidad focal que pueden abarcar sus angulares.

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En este punto, donde no hay respeto por la configuración del espacio narrativo derivada del uso de los angulares, es donde se comienza a entender de forma más contundente el porque del reclamo “fondos de Windows“. En definitiva, qué es un FDW? Es una imagen carente de emoción y personalidad. No hay conciencia de la imagen. Pero tampoco hay pasión humana. Lo que hay es reconocimiento del dispositivo. Esto tiene una explicación: la velocidad y el encuadre apurado. Tal y como fije: el problema no es de ópticas, sino aquello entre sus formas ópticas. Ese factor rítmico le resta toda emoción al espacio dramático. Porque los cortes de Malick también operan una sustracción emocional, una castración a la posibilidad dramática de cada plano.

En consecuencia, la frialdad formal, la castración formal, la impersonalidad son aquellos factores que habilitan la lectura fondos de Windows del Malick de la última década. Ese estilo clausura el sistema estilístico. El espacio, de este modo, no puede resignificarse dramáticamente. Malick mutila al espacio antes que que observarlo. Parece haber dejado de confiar en el mundo que filma. Las cosas suceden ante nuestros ojos y no suceden. En definitiva este relato tan oscarizable sobre el hombre que se mantiene firme a sus ideales luchando contra la gran maquinaria nazi expone una banalidad propia de la ausencia de una mirada personal. Porque no hay drama posible en una película que no narra audiovisualmente (aunque use al cine como recurso). La lejanía que provoca la forma que Malick elige imposibilita que pensemos que el film esté hablando de la fe en Dios, la posibilidad de redención y esas cuestiones. La solemnidad de la voz over, la música machacona, el formalismo frío, la bajada de línea verbalizada se convierten en parte de una tormenta perfecta.

De haber visto A hidden life Bazin habría llorado. O habría puteado mares luego de abandonar la sala a los 10′.

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