Al filo de la democracia

Por Sergio Monsalve

Al filo de la democracia (Impeachment – Democracia em Vertigem) 
Brasil, 2019, 113′
Dirigida por Petra Costa
Con Dilma Rousseff,  Michel Temer,  Eduardo Cunha, Luiz Inácio Lula da Silva

Que se doble pero no se quiebre

Por Sergio Monsalve

Mienta pero no engañe es la consigna de una cierta política populista contemporánea. Brasil viene siendo el epicentro de los dilemas del poder en la era del fin de las democracias, al menos tal como las conocimos en el siglo XX. El ascenso de Bolsonaro corre parejo a la exacerbación de los liderazgos carismáticos de Trump y López Obrador, par de guasones de una caricatura, de una problemática en común.  

La realizadora Petra Costa filma Al filo de la democracia, entonces, para comprender a su país. En particular después del Lava Jato, desde la primera persona, declaradamente afín a las ideas de Lula y Dilma, ambos vinculados a su familia. Por tanto, ella nos contará, como viene siendo su costumbre, la historia del apogeo y el descenso de dos miembros de su dinastía, de su tropa de élite. 

Abramos un pequeño inciso para recordar el precedente estético de Santiago, otro largometraje de la culpa de un autor del progresismo de la burguesía carioca, Joao Moreira Salles (hermano de Walter).

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Antes de Roma fue la trama no de la nana, sino del mayordomo abandonado en la mansión de los Salles, primos distantes de Alfonso Cuarón o de la propia Petra Costa. En los tres, la herramienta del storytelling egocéntrico sirvió para hacer terapia y exorcizar los fantasmas del complejo, de la vergüenza de clase, al límite del juego de las lágrimas del lenguaje de la telenovela. 

Lo irónico será la inevitable vampirización del cuento del otro, del “dignificado”, para apuntalar las carreras de los rescatadores del olvido. Vean cómo el espíritu mesiánico de súper héroes embarga y embriaga a la prole de los artistas concienciados del continente. He aquí varios ejemplos para definir el concepto de comunicación demagógica. 

En Al filo de la democracia, aparecen los padres reales de la directora-protagonista. La madre ofrece testimonio delante de la cámara, afirmando su apoyo incondicional al partido de los trabajadores. Pero a su vez, la cineasta expone el conflicto edípico de su amor y odio por el crecimiento de los monstruos de sus padres sustitutos: Lula y Dilma. El filme quiere reivindicarlos, de lleno, pero no puede ocultar los rastros de las evidencias penales. 

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Si bien la hija los defiende, como víctimas de una conjura golpista, revela la progresiva decadencia de su imagen, a merced de los conflictos de interés y de las tramas corruptas de un entorno envilecido. En ese contexto, el dinero de las constructoras fluye, como un disolvente radical, entre las manos de los gobernantes, de la izquierda a la derecha, provocando la debacle del sistema. 

Independientemente de la geografía, del código postal, deberá usted meditar si el diagnóstico no es adaptable a su localidad, a su municipio, a su república agrietada y fragmentada.  Al fiasco del comunismo tropical lo sucederá el timo del liberalismo conservador. ¿Cuál es peor? Desde Caracas, reconozco las decepciones y los fraudes del documental de Costa, sin olvidar las caras y los corazones rotos. 

El “camarada” Lula, camarada del tirano Hugo, era considerado un mito intocable de la propaganda bolivariana. Tras terminar en prisión, apenas se le cita en la estafa de la red oficial de medios chavistas. El foro de Sao Paulo solo comparte el lado adicto del relato. Así suele ocurrir con el documental de Petra Costa, cuya parcialidad lo recubre del mismo velo de manipulación del montaje de La revolución no será transmitida

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La dictadura de Chávez y un sector de la oposición recibieron dólares de la multinacional Odebrecht, sindicada de construir para los negocios sucios de Lula y del mecanismo de Collor de Melo. Sin embargo, existe una pequeña gran diferencia. Lula acabó en la cárcel. En Venezuela reina la impunidad. 

El juez Moro ocupa el lugar de la figura macartista del guion, comprometiendo su justicia de acuerdo a unas orientaciones discutibles. Todos parecen formar parte de una tramoya, de una mascarada, de una conspiración. 

De seguro, el largometraje se presta a una discusión compleja. Su mérito radica en arriesgarse a tomar posición, fuera de los criterios binarios del periodismo, al mostrar la incontestable involución de la política en Brasil. 
Por desgracia, la crítica carece de un contrapeso real en entrevistas, personajes y propuestas. Al filo de la democracia se contagia de la perdición audiovisual de sus drones, cayendo en un terreno de reflexiones y tomas redundantes de la crisis, de la polarización.

¿Cuánto hay de mentira y de engaño?  

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