Amenaza explosiva

Por Marcos Rodríguez

Balsinjehan
Corea del Sur, 2021, 94′
Dirigida por Changju Kim
Con Ji Chang-wook, Jo Woo-jin, Kim Ji-Ho, Jin Kyung, Lee Jae-in, Ryu Seung-soo, Jun Suk-Ho

La fórmula de la bomba

La fórmula es tan sencilla que puede resumirse en una frase corta: hay una bomba abajo del asiento de tu auto. El resto, lo que viene antes (poco), lo que viene después (prácticamente toda la película) no es más que una variación sobre esta idea central que marca a fuego cada segundo. Una película como Amenaza explosiva es, básicamente, un ejercicio de estilo. Quien empieza a verla probablemente ya conociera la premisa de antes y, si no, se va a enterar rápido: sabemos a lo que venimos a ver y sabemos (más o menos) lo que va a pasar, en un grado mucho más férreo que con una película de género normal: vamos a estar aproximadamente 90 minutos siguiendo a un tipo que no puede levantar el culo de su asiento. Como nosotros. La tensión y los golpes de efecto son fundamentales para sostener la idea, pero a la vez la idea no permite margen de error: no puede haber desviaciones, no puede haber devaneo, comedia o un simple minuto de tiempo muerto porque la cosa se cae y se cae rápido.

Quien esté dispuesto a entregarse al mecanismo, va a encontrar en Amenaza explosiva un ejercicio pulido: la opera prima de Kim Changju como director funciona como reloj: no le sobra nada (creería que tampoco le falta) y cada vez que parece que el torrente de tensión va a agotarse, aparece un nuevo giro de tuerca que vuelve a levantar la cosa. Quien pretenda encontrar algo más o algo diferente a eso, no va a encontrar nada: el alma de Amenaza explosiva está entregada a sostenernos en vilo desde el asiento de conductor de un hombre de familia a quien de pronto (sin que, en principio, sepa por qué) amenazan no solo con hacer volar por los aires sino también en hacer volar a sus hijos (sentados en el asiento de atrás) junto con él. Al principio, por supuesto, la apuesta es por la identificación: este hombre de negocios coreano de mediana edad que se levanta un día cualquiera de semana para dejar a sus hijos en el colegio de camino a la oficina podría ser, básicamente, cualquiera: su día tiene más o menos las mismas molestias y rutinas que podría tener cualquier otro y sus hijos, bonitos, prolijos y bastante bien portados, podrían ser los de todos. Aparece en su guantera un celular que no es de nadie pero tiene una foto familiar suya como fondo de pantalla, y la llamada explica lo que resulta difícil de entender en un primer momento pero pronto resulta innegable: hay un sensor de presión abajo del asiento y, además, el hombre del otro lado de la línea lo sigue y tiene un detonador que puede activar en cualquier momento. Si había alguna duda, se salda rápido: el guión dispone un segundo auto (el del empleado de confianza del protagonista) al cual también le pusieron una bomba y que bastante rápido viene a demostrar que la cosa viene en serio.

La primera parte de la película, entonces, juega con esa incertidumbre: nuestro protagonista parece un tipo bueno (más o menos ocupado y desatento con su familia, pero tampoco para tanto) al que sin razón lo metieron de un minuto para el otro en un infierno. Pero, claro, esa tensión tampoco puede durar: tarde o temprano, el secuestrador (llamémoslo así) termina por mostrar su cara y lo que parecía una amenaza irracional e injustificada va a revelar también una historia anterior de injusticia (el único flashback en la película, únicos minutos en los que nos despegamos del presente duro y chirriante de la acción) que, como se imaginará cualquiera que haya visto una película de gran industria, tiene un leve contenido social y una resonancia moral que, en mayor o menor grado, viene a explicar y justificar lo que estuvimos viendo.

Así se disuelve, en un final tranquilizador (aunque con sus giros, claro), la tensión más interesante que supo construir Amenaza explosiva en un primer momento: la idea de una perversión supina que puede dar vuelta una vida en pocos minutos. No hay prácticamente ningún exceso (excepto tal vez el lento desangrado de un nene, pero tan lento que se intuye poco amenazador) y no hay ninguna sorpresa (excepto los giros de guión, se entiende, pero esos uno los espera) y la película llega al punto al cual se dirigía desde sus primeros minutos.

El ejercicio de estilo que supone Amenaza explosiva, entonces, se revela como una muestra de virtuosismo extremo: no le tiembla el pulso, no se salta ni un latido, y logra llegar a pesar de lo previsible que puede resultar todo. Nos engaña y nos engaña bien. No podemos pedir más.

Con todo, frente a productos como este que llegan a nuestras salas de cine, aparece una idea que probablemente no sea justa, pero no por eso es menos cierta: cuando el cine coreano empezó su gran expansión, hace unos veinte años, y uno empezó a ver las películas que nos llegaban (algunas a salas, otras a festivales, etc.), al margen de los autores que hacían la suya, encontrábamos grandes productos industriales, lo que podríamos llamar tanques coreanos, que tenían mucho presupuesto y, también, mucha ambición de público. Aquellos primeros tanques coreanos resultaban sorprendentes en más de un sentido: eran gran producción industrial pero también eran un exceso: salpicaban, chorreaban, saltaban de un género a otro sin que les temblara el pulso. Eran un cine diferente y, también hay que decirlo, era un cine que no sabía narrar del todo bien: saltaban, se excedía, pasaba de una cosa a la siguiente y uno medio que tenía que adivinar unas cuantas cosas. De un tiempo a esta parte, Corea se consolidó dentro del panorama del cine, puede imponer tendencias y estrellas, y su cine se ha vuelto más pulcro: fluye mejor, puede entrar a cualquier sala de cualquier país sin tanto escándalo, pero ese proceso de internacionalización terminó por estandarizar un poco sus productos también. Amenaza explosiva es una película coreana, remake de una película española, pero bien podría haber sido filmada en Estados Unidos. Las caras serían diferentes, pero no necesitaría cambiar mucho más.

Algo se pierde en todo eso.

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