Back to black

Por Mariano Bizzio

Reino Unido-Estados Unidos-Francia, 2024, 122′
Dirigida por Sam Taylor-Johnson.
Con Marisa Abela, Jack O’Connell, Eddie Marsan, Lesley Manville, Juliet Cowan y Sam Buchanan.

Date cuenta, amiga

En la numerosa tradición de biopics amarillistas que cada tanto puebla las pantallas de los cines, hay, eventualmente, algunas anomalías que demuestran que los lugares comunes pueden abrazarse y evadirse con suerte dispar según qué combinación. En su grado de evasión, los lugares comunes eludidos pueden traer la novedad de una perspectiva o de una mirada o de un énfasis. En el orden de la repetición, los lugares comunes pueden ser, igualmente, la base potencial sobre la cual establecer los giros necesarios para poder cambiar. En definitivas cuentas, sin lugares comunes no podrían existir las rupturas y variaciones. 

Todo lo anterior podría resultar, no obstante, una excusa vana y banal para defender los intentos denodados de Back to black por salir de la mediocridad del informe televisivo vestido de docudrama. Es problema es que ni siquiera lo intenta, más bien lo contrario: se ahoga en todos y cada unos de los lugares comunes disponibles para no resolver junto a ellos sino para dejarlos expandirse hacia cada uno de los rincones de la vida de la ¿pobre? Amy Winehouse.

Hay, no obstante, un componente presente que puede hacernos pensar que la película rompe algunas reglas, ahora ya de carácter ideológico y no reglas estrictamente dramáticas, que son las llamadas reglas de agenda vigente. Para esas reglas no existe modo alguno en el que una mujer pueda ejercer alguna clase de mal o violencia sobre el cuerpo de un hombre. Y sin embargo BTB se permite esa licencia, a esta altura, sorprendente. Pero además lo hace abordando el periplo vital de Winehouse con sus matices. BTB no hace de la vida de AW una hagiógrafía, sino más bien lo contrario: la presenta como una mujer con los pies en la tierra, consciente de si, de sus excesos y de sus decisiones, incluso en la pérdida y la degradación. Pero además, como dato anómalo, la construye como victimaria frente a su pareja, al que en el peor de los casos podemos ver (me refiero al personaje en la película, de la vida real de las personas no hablamos por acá) como un tarambana medio drogón, violento con otros hombres (pero nunca con Amy). Esta curiosidad abre una serie de interrogantes ya que la misma contradicción convierte al personaje de Amy, aunque sea en una primera instancia, en un sujeto digno de atención, más allá del escarnio público de su vida atormentada.

Lo que no nos dice BTB es que, entre sus escenas de escándalos, drogas, peleas, billares y cervezas, en realidad puede estar escondiendo otra cosa que altera radicalmente esa percepción contradictoria y matizada del personaje y, deje a la vista, acaso, un componente que termina por juzgar a quien había sido presentada (aún con todos los lugares comunes disponibles y con un nivel de mediocridad galopante). Esto último se revela en una escena que a primera vista puede pasar desapercibida por estar aislada. En la misma el personaje de Amy es cuestionado sobre las letras de sus canciones en las que parece perdonar todo a los hombres dejando entrever una suerte de poca sororidad con las mujeres de su época. A ese cuestionamiento Amy responde: “es que yo no soy feminista, me gustan demasiado los hombres”. Es una escena breve pero revela una suerte de negativo sobre positivo de aquello que la película parecía sostener con cierto grado de evidencia: que lo que pudo haber sido una película mediocre sobre un personaje complejo y contradictorio se termine de convertir en una película sobre lo que las mujeres deben o no deben hacer en sus relaciones problemáticas de pareja. Es decir, una película que decide dejar de acompañar para usar como ejemplo sobre lo que debe o no debe hacerse, con quién o no juntarse. Sobre todas las cosas si no se forma parte del club.

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