Bafici 2024 – Diario de festival : Riverboom, Después de un buen día, Adrianne and the Castle

Por Amilcar Boetto

Ante el clásico peligro de la mirada condescendiente o demonizante del extranjero europeo en  tierras exóticas, Riverboom desarrolla un camino personal en el que logra mantenerse en un  margen entre la autoficción y el registro histórico que logra capturar. La película consiste en la  revisión de un material que el protagonista suizo filmó veinte años atrás durante la guerra de  Afganistán. Esta revisión consiste en el agregado de una voz over que articula el relato y la  contextualiza, y a su vez en el agregado de otros materiales como fotografías o efectos de  Premiere.  

En ese camino sinuoso y de ripio que enfrenta la película, en el que la historia personal puede  resultar muy cerrada o muy sintomática de lo que sucede en el registro, en el que el registro  puede ser muy paternalista o estar muy determinado por el miedo, parece que lo único que logra  mantenerla siempre en ruta y firme es el sentido del humor y el amor por la humanidad que  expresa su personaje principal atrás de cámara. Hay una escena en la que los tres europeos se  visten como afganos para poder pasar por una zona gobernada por los talismanes disimulando  que son locales para que no les suceda nada. Al pasar por un control, fingen estar dormidos,  pero el talismán observa que tienen una cámara y les pide una foto, entonces, el director/ protagonista agrega a la línea de tiempo la fotografía que le tomo y dice unas palabras que de  algún modo resumen la relación de este documental con su material: cuando le vimos la cara, el  monstruo que habíamos construido parecía muy humano.  

Filmándolos, los monstruos devienen humanos, pero desde el montaje cualquier cosa puede  hacerse para volverlos a transformar en demonios. Sin embargo, Baechtold decide respetar su  material, y lo hace poniendo en escena su mirada europea y dejando muy en claro sus miedos y  angustias. Ese condicionamiento permite que la imagen tenga algo que contradecir, pero a su vez  se mueva libremente, creando resquicios a través de los que cuales puede observarse el  verdadero registro, la cara del talismán, las rutas afganas, el viejo reflexivo y pobre sentado a su  costado, Serge y Paolo.  

La nueva película de Nestor Frenkel, Después de Un Buen Día también problematiza el tema del  respeto al material. Se suele pensar a Frenkel como un director que retrata desde cierta altura a  sus personajes excéntricos y freaks. De hecho, en una publicación en Instagram, Magrio  González (uno de los protagonistas de la película y miembro del Grupo de apreciación de Un  Buen Día en Facebook) señala que conociendo su cine (el de Frenkel) también da un poco de  miedo (el estreno en BAFICI de Después de Un Buen Día). Sin embargo, la sensación al ver la  película es, precisamente, de respeto. Principalmente Enrique Torres es retratado como un  hombre amable que aprendió de los errores de su pasado y que se emociona genuinamente al  ser invitado a la proyección de Un Buen Día que organizó el grupo de apreciación. En esa escena,  Frenkel monta a las personas emocionadas y disfrazadas llegando a la proyección con las voces  de los protagonistas del grupo de Facebook narrando el encuentro previo y el convencimiento a  Enrique para que asista. Luego lo muestra a Enrique entrando y siendo vitoreado por el público.  La emoción en el rostro de Torres es la imagen más real de todas las de la película. Es tan real  que logra anular ese peligroso distanciamiento irónico que se siente cuando alguien se fanatiza  con una mala película. Esa emoción convierte las palabras dichas por los miembros del grupo de  apreciación en algo tangible, abandonando su condición de exageración e ironía que en algún  momento, yo, como espectador, creí que cargaban. 

Riverboom logró superar la mirada distanciada del extranjero a través de la sinceridad de su  protagonista, Después de Un Buen Día logró romper con la barrera cruel de la ironía al unir a sus  personajes y evidenciar que el respeto mutuo efectivamente existía. Pero, curiosamente, una  película que se propone tratar el duelo de una forma directa como Adrianne And The Castle  nunca pudo darle otra dimensión a la imagen de la tristeza. Lo curioso (o no tanto) es que una  película que contrapone una imagen y un punto de vista terriblemente distantes resulte  muchísimo más emotiva y empática que una película que enfrenta la cámara directamente a la  persona con la que presuntamente se identifica. 

Antes y después de la función, la directora hizo alusión a que su película es muy lacrimógena,  como si fuese una advertencia que sea necesaria para afrontar el visionado. Creo que esa  seguridad sobre el efecto que la película logra en el espectador es gran parte del problema. Así  como Shannon Walsh nos advierte en la sala que preparemos los pañuelos, en la sala de montaje confía plenamente en la repetición del llanto de Alan, su torturado protagonista. Ella misma  admite que en la pandemia murió su padre, por lo que el relato del duelo la hacía llorar en rodaje.  La experiencia personal no logra extrapolarse a una experiencia cinematográfica porque la  directora piensa más en el efecto intimo que en el efecto en el otro. O dicho de otro modo, piensa  que su experiencia es la del mundo. De alguna forma es exactamente lo contrario a Riverboom,  donde Clade Beachtold se reconoce como un extraño al mundo que retrata pero a su vez intenta  acercarse con la humildad y humanidad necesarias para no convertir al otro en un extraño o un  demonio. Al terminal la película, la mayor parte de las preguntas giraron en torno a la  excentricidad de Alan, lo que me hace pensar que el efecto de la película fue más bien el  contrario al que Walsh quería: alejó al espectador de Alan, al que convirtió en un extraño difícil de  entender. 

Creo que esa imposibilidad en el entendimiento pasa principalmente por una cuestión estructural:  la narración no parece exigir las imágenes de la tristeza tan temprano en la película. La directora,  entonces, agota el llanto antes de que llegue el momento final, la muerte de Adrianne y la tristeza  ominosa y absoluta, que cuando llega encuentra a un espectador agotado de que le quieran  hacer entrar la emoción por todos los lugares posibles.

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