Barry – Segunda temporada

Por Rodrigo Martín Seijas

Barry
Estados Unidos, 2019, 8 episodios de 30′
Creada por Alec Berg & Bill Hader
Con Bill Hader,  Henry Winkler,  Stephen Root,  Sarah Goldberg,  Glenn Fleshler,  Mia Juel, Anthony Carrigan,  Marcus Brown,  Alejandro Furth,  Paula Newsome,  Michael Irby, Dale Pavinski,  John Pirruccello,  Mark Ivanir,  Karen David,  Paul Black,  Avi Bernard, Walter Fauntleroy,  Robert Curtis Brown,  Lou George,  Jason Konopisos,  Gary Kraus, Dominic Pace,  Aris Mendoza,  Darrell Britt-Gibson,  D’Arcy Carden,  Irina Voronina, Jackie Moore,  Lee Coc,  Rightor Doyle,  Kirby Howell-Baptiste,  Andy Carey,  Zak Lee, Andra Petru,  Bella Podaras,  Troy Caylak,  Nick Gracer

En la oscuridad más negra

Por Rodrigo Martín Seijas

Hay series que uno arranca tarde, un poco a destiempo, de manera casi azarosa, hasta que puede encauzar su visionado. Me pasó, por ejemplo, con Lost, de la cual vi uno de los primeros capítulos de la temporada inicial –ese que terminaba con la revelación de la condición física previa de Locke-, que me fascinó a tal punto que tuve que buscar los episodios previos para ponerme al tanto. Y también me sucedió con Barry, de una forma bastante particular: tengo un amigo que ya me venía hablando de la serie desde hacía buen rato. Pero que en abril del 2019 directamente me dijo “tenés que ver el capítulo ronny/lily, lo podés hacer sin necesidad de ver toda la serie, pero lo tenés que ver porque es maravilloso, es de lo mejor que vi en mi vida”. 

Barry Season 2 Darkness

Mi amigo no exageraba: ronny/lily es un episodio memorable y quizás de los mejores de toda la historia de la televisión, un ejemplo de cómo explotar una trama policial pequeña y ponerla en función de una narración definitivamente anárquica, absolutamente impredecible, donde la comedia slapstick juega un rol fundamental. Cada secuencia constituye un cambio abrupto con respecto al anterior y su trama, centrada en cómo el asesino a sueldo que es Barry debe cumplir con un trabajo que no desea y que se le complica de manera extrema, es casi una excusa para probar los límites del cuerpo humano y las formas en que puede contactarse con un imaginario más propio de la animación al estilo Chuck Jones. Pero, a la vez, por más que sea divertidísimo, también es sumamente oscuro: en sus giros, se puede intuir cómo el mundo que rodea a Barry, las acciones que comete, los costos pasados, presentes y futuros que se deben pagar, están enmarcados en un horror tan sutil como pegadizo. 

Lo cierto es que ese notable episodio que es ronny/lily funciona en buena medida no solo como un resumen de lo que fue la segunda temporada de Barry, sino incluso de la serie en su conjunto. En un punto, podría decirse que la creación de Bill Hader emprende un camino parecido al de Breaking bad, en el que las marchas y contramarchas, los giros y vueltas de tuercas casi constantes, accionan como un motor que impulsa la creación de un universo con un verosímil distintivo, reconocible y único a la vez. Un submundo criminal que interactúa sutilmente con el mundo más superficial, ese de la clase media norteamericana, conformada por trabajadores y profesionales con aspiraciones de ascenso, que sabe de la existencia de un “abajo” pero solo quiere mirar hacia “arriba”, hacia sus deseos y ambiciones, no a lo que quiere abandonar o ignorar. Barry, como Walter White en Breaking bad, es el puente entre esas capas sociales y culturales, pero si el profesor de química desciende a las catacumbas de la criminalidad –en pos de un ascenso indirecto, aunque luego la fascinación lo arrastre hasta el fondo-, el asesino a sueldo pretende hacer un camino inverso: escapar de su vida de violencia, ascender hacia el oficio sacrificado pero respetable de la actuación y la cultura, que también ejerce un atractivo particular. 

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Si Breaking bad partía de una estructura claramente vinculada con lo dramático y la oscuridad de sus personajes (y de sus acciones), para ir incorporando rápidamente distintas capas de sentido relacionadas con la comedia, Barry hace lo mismo pero en dirección contraria: lo que comenzó como una comedia absurda fue derivando paulatinamente en un drama cada vez más siniestro, donde los márgenes para la redención o huida son cada vez más escasos, mientras que los espacios para la tragedia se agigantan. En este posicionamiento, la segunda temporada de Barry redobla la apuesta. No solo desde el recurso de un cliffhanger perturbador -que ya estaba al cierre de la primera temporada y que vuelve a repetir para clausurar su segundo año-, sino también en la forma en que expande el microcosmos que habita el protagonista, donde hay cada vez más fuerzas al borde de la colisión, con una sensación de inminente estallido que se hace cada vez más fuerte. Desde ese mafioso neurótico e inclasificable que es NoHo Hank hasta Sally, esa actriz que busca constantemente ese papel que la ponga realmente en el mapa; pasando por Monroe Fuches, un tipo que en algún momento fue amigo y mentor y se convierte en enemigo acérrimo e implacable. También está Gene Cousineau, el profesor con el corazón roto, que no puede olvidar al amor de su vida y que involuntariamente se ha convertido en el principal antagonista. 

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Aunque claro, la fuerza vital de la serie es Barry himself. O más bien Bill Hader, que a esta altura deje a las claras que, probablemente, sea uno de los artistas más relevantes que tiene para ofrecer Hollywood. Si el teatro ofrece para Barry la chance de explorar un ser interior angustiante y un lado algo más extrovertido, el rostro de Hader es el vehículo para expresar una variedad inmensa de dilemas éticos, morales y sentimentales que van de afuera hacia adentro, y viceversa. A la vez, su mente creativa indaga con cada vez más mayor profundidad y riesgo en las posibilidades del artificio, de una puesta en escena meta-reflexiva, donde todos fingen, todos actúan, todos mienten y la honestidad es un peligro para el que la ejerce. Y lo hace no solo con astucia, sino también con un marco ético inquebrantable: en Barry no hay lecciones de vida o discursos altisonantes, solo acciones y reacciones, elecciones que marcan a fuego al protagonista y los seres que lo rodean. Con esta serie, Hader hace de la mueca un terreno narrativo imprevisible y deslumbrante, haciendo confluir la risa franca con el horror, inquietándonos hasta los huesos. Nunca es tarde 

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