Boy Erased

Por Rodolfo Weisskirch

EE.UU., 2018, 114′
Dirección Joel Edgerton
Con Lucas Hedges,  Nicole Kidman,  Russell Crowe,  Joel Edgerton,  Xavier Dolan, Emily Hinkler,  Ron Clinton Smith,  Jesse Malinowski,  Troye Sivan

La manipulación manipulada

Hacer cine es tomar una posición. Política, moral e ideológica. Incluso las películas más ingenuas, y en apariencia simples o infantiles son producto o consecuencia de un contexto histórico. Y si bien los que intentamos analizar cada obra ponemos en perspectiva este aspecto, muchas veces lo pasamos por alto para poder dedicar el análisis a la narración en sí misma. En definitiva, debemos olvidar si una película está basada o no en un hecho real o si es fiel a tal o cual contexto. Y de esa forma poder separar la anécdota de lo narrado con respecto a lo que terminamos viendo definitivamente. 

A veces los realizadores intentan ser ingeniosos y encuentran en la metáfora oscura, sin demasiadas explicaciones, una vía elusiva para ilustrar lo que están narrando. Otras veces, y por respeto al material original y a los protagonistas reales, los directores pretenden conformar al narrador y a la audiencia, buscando hacer explícito el subtexto de la historia. Sin simbolismos, sin pretensiones mayormente poéticas, tomando una posición, pero resaltando que la perspectiva es la del personaje que vemos en pantalla, y por tanto vamos a ser testigos de la fidelidad con la que el realizador decide contar la historia del protagonista.

Hay casos, en cambio, en los que el director apela a los géneros, acaso como si se tratara de un mecanismo frío para despegarse del sentimentalismo del narrador. Otras veces, como contraste, busca la empatía instantánea valiéndose de herramientas cinematográficas remanidas, manipuladoras, exaltando el perfil sentimental y convirtiendo el subtexto en un monólogo. Y si bien las intenciones son genuinas, el resultado a veces termina siendo contraproducente, y la obra no logra eludir la solemnidad innecesaria y la pretensión de querer decir algo “importante” en cada plano. Es el caso de Boy Erased

Joel Edgerton, que sorprendió a varios apenas un par de años atrás con su ópera prima The Gift, regresa a la dirección con una obra de temática “importante”, pero que el cine pocas veces -o ninguna que yo recuerde- ha dedicado su tiempo: las terapias de conversión, especie de “granjas” donde los padres religiosos llevan a sus hijos homosexuales para convertirlos en heterosexuales, usando al cristianismo y la fe como mecanismo de lavado de cerebro.

El protagonista es Jared -Peter Hedges, el excelente actor de Manchester junto al mar– un adolescente, hijo de un pastor -Russell Crowe-  que después de un “incidente” en la universidad decide admitir a su padre que es homosexual, lo que deriva que su madre -Nicole Kidman- lo interne en una de estas “clínicas”. Edgerton, que también interpreta al pastor que intenta sacar confesiones de pecados y “convertir” a los adolescentes que entran a dicha clínica, divide el relato en el presente, dentro del recinto, y flashbacks que exhiben el despertar sexual del protagonista.

Si, Edgerton evita que el relato caiga en el aspecto lacrimógeno. Pero con eso no basta, ya que al mismo tiempo pretende -al menos en la primera hora- hacer una obra-de-denuncia, en la que no solamente queden en claro las relaciones de la sociedad conservadora sureña estadounidense del contexto narrado, sino también la relación religiosa-militar de la institución. Edgerton retrata los aspectos más violentos, homofóbicos y misóginos de esta ideología manipuladora. Y lo hace carente de toda sutileza. Compara el espacio físico con una prisión militar e incluso introduce un curioso personaje -interpretado por Flea, el bajista de Red Hot Chilli Pepers- que enseña a los prisioneros a ser “verdaderos hombres”. Hay algo bastante absurdo en este aspecto, pero Edgerton decide mostrarlo con severidad, evadiendo la ironía. Ojo, esta decisión no está nada mal ya que evita algunos lugares comunes. Sin embargo, el tono solemne se hace más notorio en la segunda hora, en donde se pasa del espíritu de denuncia a un código más explícito y asociado al de un melodrama familiar -lo que resulta coherente, porque el verdadero conflicto del protagonista es con su padre más que nada- pero que, visualmente es narrado como un telefilm de Hallmark.

Incluso estilísticamente Edgerton es desafortunado, ya que para construir el melodrama recurre a pretensiosos ralentis que intentan subrayar el conflicto interno del protagonista, sin tomar en cuenta que los silencios mismos y la expresividad de Hedges narran mucho mejor que cualquier transición excesiva y artificiosa. Pero no es el único de los problemas. Es claro que el montaje paralelo es otra de las mayores falencias de la película. Existe, detrás de esa elección, la pretensión de intensificar el discurso moralizante del relato en cada uno de los planos finales, para consecuentemente terminar la pieza con un desenlace conservador, conciliador y, por qué no decirlo, algo ingenuo. Por apostar a la humanidad y a una posible redención de los personajes, incluso en contra de sí mismos, Edgerton pierde lo que hacía más intenso y atrapante al film: la denuncia como motor narrativo. Como si, al final de cuentas, no se atreviera a llegar al fondo del tema que decide tocar por miedo a cargar demasiado peso sobre aquella sociedad sectaria a la que decide atacar. 

Si bien el realizador es fiel a las memorias de Garrard Conley -Jarred sería su alterego- el mayor inconveniente de Boy Erased es algo más que un problema de narración, porque si bien el relato es fluido, el problema radica en la elección de qué contar. Si la pretensión de Edgerton, realmente, es apostar por una radiografía o apenas una exhibición de lo que sucede en estas “terapias de conversión”, la película puede considerarse más que mezquina. A su vez, si consecuentemente la relación del protagonista con su padre -acaso el verdadero enemigo de la historia- también es el otro gran eje, nos encontramos con un problema similar: simplificación y pobreza dramática. Se agradece, en este sentido, el tono contenido de Crowe, un especialista en los excesos.

Aún así, no puedo negar que seguí la historia con cierto interés, especialmente porque no es un tema llevado con frecuencia a la pantalla. Pero también porque el trabajo de Hedges, con un personaje reprimido, con contradicciones internas y finalmente decidido a enfrentar a la sociedad, es austero y económico, tan sólido como el exhibido en la película de Kenneth Lonergan. También es sorprendente en su sobriedad el trabajo de Kidman -con pocos de los vicios que suele mostrar- y del propio Edgerton, en un personaje contenido y potente, pero también bastante superficial.

Si bien Boy Erased evita caer en estereotipos, así como evita la metáfora fácil o la poesía del hermetismo, le proporciona poco lugar al descubrimiento sexual o al coming of age del protagonista para terminar enfocada en el objetivo del artículo periodístico que dio pie al relato. Así y todo no logra evitar caer en un par de previsibles golpes bajos, con un sentimentalismo ramplón que le juega en contra.

Muchas de estas películas basadas en hechos reales parecen experimentar un problema común: las intenciones pueden nobles y justificadas, pero los resultados son tibios. Entre la pretensión de no defraudar moralmente a los protagonistas y narrar un cuento moral claro y directo, abierto a la reflexión y la discusión, y la necesidad de apropiarse del material cinematográficamente, entendiendo qué herramientas se deben usar y cuáles no. El problema de Edgerton es que en su voracidad decide usarlas todas: las buenas, las malas, las horribles, las meridianas. No se puede quedar bien con todos. No se puede hablar desde todas las perspectivas sin, en el medio, perder un poco la voz en la tibieza del camino.

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