Verano del 85

Por Amilcar Boetto

Eté 85 
Francia, 2020, 100′
Dirigida por François Ozon
Con Félix Lefebvre, Benjamin Voisin, Philippine Velge, Melvil Poupaud, Valeria Bruni Tedeschi, Isabelle Nanty, Aurore Broutin, Bruno Lochet, Laurent Fernandez, Samuel Brafman-Moutier, Philippine Veerman

El amor no existe y la ternura tampoco

Sería redundante preguntarse si hay nostalgia en la forma en que Ozon adapta Dance On My Grave. El último largometraje del director francés no solo comparte casi el título completo con Verano del 84, sino que también comparte esa comodidad para que las texturas del pasado, más  puntualmente las de los ’80 sean centrales en la película. Sin embargo, lo de Verano del 84 no  era solo una cuestión de la dirección de arte y de la elección de la música. No, la película se introducía en un tipo de relato muy estereotípico del cine americano de los ’80, incluso imitando el póster de una de sus grandes influencias, The People Under The Stairs (Wes Craven, 1991). Un  coming of age grande como una casa, cuatro pre-adolescentes en busca de un asesino, un tono particular que oscila entre la comedia inocente y el horror y la operación nostálgica como campo magnético que rodea los hechos. Pero me equivoco: la película del 2018 parecía más bien un verdadero ejercicio de estilo, es decir, Verano del 84 quería ser una película de los ’80 antes que exhibir una nostálgia por los ’80. Quería hacer como si el tiempo y la historia no hubiera pasado para los espectadores y el contrato fuera igual al de un espectador de aquellos años con el cine de esa época. 

Ahora bien: cómo funciona la nostalgia en Ozon en una película como Verano del 85?

Los protagonista de la tragedia amorosa son dos jóvenes energéticos, a los que vemos en una  secuencia de montaje riéndose y jugando en una feria, abrazándose en una moto a toda velocidad, bailando musica disco en un boliche. Evidentemente, para narrar esto, la película intenta capturar cierta energía exclusivamente juvenil, relativa a una determinada edad, un momento particular de la vida de todo humano. Podríamos pensar que para lograr capturar esta sensación, Ozon no solo precisó de dos actores jóvenes, sino también convocarse a si mismo a una época en la que el mismo Ozon era joven. Incluso podemos pensar que  para que esa juventud fuera vista con un juicio menos severo la película no podía suceder en otro momento que no fuera el pasado. Y definitivamente no podía suceder en la actualidad.  

Pero en la película de Ozon la nostalgia aparece como una operativa exterior, distante, casi ajeno. El recurso de la secuencia de montaje (tan revitalizada en los 80s y desdeñqda hoy) en el momento de la feria, el modo de ocultar mediante elipsis, la velocidad narrativa que imprime ese conocimiento parcial (casi ninguna escena, ni plano es demasiado larga) le proporciona a Verano del 85 un mood de época, un tono antes que una estilística. Fragmentación y distancia, cambio de ritmo, elipsis: como si tampoco pudiéramos entrar facilmente en ese tiempo convocado, como si la invitación al pasado fuera un ejercicio trabajoso.

Aunque pueda sonar muy simple esta serie de variaciones permite que la película de Ozon esquive los lugares comunes al filmar un enamoramiento, salteando y construyendo una nostalgia acaso fría. Verano del 85 elige no embeberse en el momento del enamoramiento. Tampoco elige mostrar la muerte de David. Nuevamente, como en buena parte de su obra previa, nos pone a los espectadores a buscar pistas previas, nos obliga a completar y participar del proceso (de ha hablado una y mil veces de la reflexividad hitchcockiana de Ozon…y algo tiene de cierto), intentando comprender por qué ese amor pudo haberse desmoronado. La lectura, entonces, termina siendo la de la búsqueda del  espectador entremedio de las imposibilidades de lo amoroso. En Ozon, la nostalgia tiene una forma racional. En ese mundo, por lo tanto, ni el amor existe ni la ternura tampoco.

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