Dr. Strange en el Multiverso de la locura

Por Santiago Gonzalez

Doctor Strange in the Multiverse of Madness
EE.UU., 2022, 126′
Dirigida por Sam Raimi
Con Benedict Cumberbatch, Elizabeth Olsen, Chiwetel Ejiofor, Benedict Wong, Xochitl Gomez, Rachel McAdams, Michael Stuhlbarg, Sheila Atim, Adam Hugill, Ako Mitchell, Momo Yeung, Daniel Swain, Topo Wresniwiro, Eden Nathenson, Vinny Moli, Charlie Norton, David Tse, Patrick Stewart, John Krasinski.

La mitad siniestra

Después de haber redefinido el modelo de negocio del cine (y condicionar sus formas en el presente y el futuro), después de moldear a los espectadores y a sus formas de consumo, Marvel está buscando un nuevo camino para mantenerse vigente. O al menor para buscar convencerse de no haberse estancado. Pareciera ser que nos propone salir de su zona de confort a la vez que quiere expandirse en las nuevas formas de consumo. Cómo se manifiesta esto? Dando más espacio -pero no tanto- a directores de renombre para sus proyectos en cine, mientras que sube a su plataformas series que sean funcionales a la acumulación de datos sobre ese universo que vienen armando desde el 2008, el MCU.

El problema es que todo camino tiene sus decisiones y consecuencias. Luego de esos dos mega eventos que fueron Avengers: Endgame y Spiderman: Sin camino a casa se comienzan a vislumbrar los primeros signos de manifiesto agotamiento (esto no quiere decir que esos indicios no existieran previamente, claro). Cuál está empezando a ser el problema, entonces? Que en el afán de engrosar el volumen y el plan de negocios del MCU se reproducen, se multiplican películas que, contrarias a tener un mundo personal pleno, se perciben como transiciones, como rellenos hacia otra mega película acontecimiento, los crossovers mega tanques que hacen confluir a personajes que provenían de películas previas en solitario (o casi).

En definitiva, el problema es que estas películas-transición terminan siendo propuestas mediocres, precisamente por su condición de puente-hacia-algo-superior, estrategia que va vaciando de volumen, des-oxigenando a los personajes que algunos años atrás eran cuidados hasta el último detalle. El resultado previsible? Publico decepcionado porque no obtuvo lo que quería (el fandom es otra tragedia en todo esto) y series que en su afán de unirse a este complicado timeline se vuelven imposibles de seguir con un mínimo interés por los personajes. En serio… ¿Cuántas series del MCU salieron el año pasado? ¿Tres?, ¿Cuatro? Como si se tratara de una especie de bestia que se está soltando, esta saturación del mercado tarde o temprano se va a deglutir al propio MCU y al plan de negocios de Marvel, con reacciones adversas a las últimas películas, incluso más allá de éxito económico. Mientras existan los ingresos esto no será un problema, ahora bien… ¿habrá un día en que el público le dé la espalda al cine de superhéroes? Haciendo un racconto sobre la historia de las formaciones de los géneros y los subgéneros, podría decirse que sí, pero tiempo al tiempo.

Allá por el 2008, cuando se estrenó la primera Iron Man, el proyecto se reveló como algo distinto a las preexistentes películas de superhéroes sin universo cinematográfico definido (como las Spiderman de Sam Raimi, como el Hulk de Ang Lee, como los X-Men de Bryan Singer, como las Batman de Burton y Nolan): quien estaba al frente no era un autor sino un artesano silencioso como Jon Favreau. El cuidado y la configuración del personaje como hecho central antes que la mirada autoral hizo de Iron Man una película diferente, vibrante y viva, precisamente porque nos permitía reconectar con un personaje a partir de acompañarlo en su nacimiento. Los espectadores nos volvíamos parte del proceso. A esta le siguieron Capitán America y Thor, que contaban atrás a directores con una vasta trayectoria y una impronta temática y en algunos casos visual. Eran películas que mostraban cómo aquellos directores sabían moverse dentro de un marco propuesto siguiendo algunas pautas pero a la vez divirtiéndose con ellas.
Me arriesgo a decir que eso también ocurría porque aún no estaba del todo instalada la marca Marvel en el cine, ni muy claro el plan del MCU en el género de superhéroes, tal y como se lo conoce hoy en día. Era un camino a transitar y por eso se apoyaban en la experiencia de artesanos talentosos, profesionales con una larga carrera. De ahí que esas primeras películas fueran más valiosas e incluso arriesgadas, rupturistas para con los preconceptos del género -como lo fue Iron man 3, de otro artesano, Shane Black-. Claro que esto comenzó a cambiar cuando, con el fin de invadir el mercado y reproducir el plan del MCU a velocidad ultrasónica, comenzaron a estrenarse dos películas por año como base, para lo que Marvel empezó a descuidar a sus proyectos, apoyándose menos en artesanos experimentados y más en directores anónimos, simplones (o en “nuevos autores”, como el caso de Chrloe Zhao), que solo transcribían lo que le demandaba tanto el público, como los fans y los productores. Cine de comité 100%. La saturación del producto imponiéndose a las películas.

Algo de lo mencionado anteriormente ocurre en esta nueva secuela de Doctor Strange que, valga la redundancia con su nombre, es una película extraña. Dentro de una película típica -y bastante mediocre- de Marvel hay una película viva y anómala de Sam Raimi. Es como si los ejecutivos se hubieran acercado al director de Evil dead y le hubieran propuesto llevar adelante una suerte de grandes éxitos de sus películas de terror, pero en una versión tolerable y ATP. Raimi, como niño suelto en una juguetería (pero bajo control paternal) trae todos sus chiches y cameos. Que quiere decir esto? Que lo que vemos en esta secuela ya se vio en mejores películas como Arrástrame al infierno y, en particular, en la seminal Darkman. Pero nada de esto quita que (me/nos) alegre verlo de nuevo. A su vez, otro 50% de la fórmula le que corresponde a Marvel. Y esa mitad es espantosa. Habrá que ver cuán atado estuvo Raimi a las exigencias del mercado, porque se vuelve evidente cuando lo dejan libre y la película fluye. Ahí es cuando se presentan ideas que no solo emocionan sino que muestran a un director que sabe armar una escena, su espacio, su tiempo y consecuencias, como si de pequeños cortometrajes se tratara. La parte Raimi es un monstruo hecho de pedazos que sobrevive en un cuerpo que lo fuerza a reprimir el descontrol y la diversión. El resto de la propuesta, sobre todo la primera mitad, es un bodoque administrativo que tira líneas para lo que vendrá y conecta con series que ya vinieron. En resumidas cuentas, Dr. Strange en el Multiverso de la locura es una película extraña: por momentos viva, por momentos muerta.

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