El hombre del futuro

Por Rodolfo Weisskirch

El hombre del futuro 
Chile-Argentina, 2019, 96′
Dirigida por Felipe Ríos.
Con José Soza, Antonia Giesen, María Alché y Roberto Farías.

Por rutas conocidas

Por Rodolfo Weisskirch

El cine reconcilia. Tiene esa necesidad. Si un padre y una hija mantienen una relación distante durante años, el cine tiene la misión moral de unirlos, que ambos curen las heridas del pasado, y finalmente se reconcilien antes que el progenitor fallezca. 

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Esta premisa no siempre funciona. Y quizás el que mejor lo entiende así es Martin Scorsese. ¿Que El irlandés es una película de gángsters? No. El irlandés es una película de un padre que es testigo de la vergüenza y el asco que le produce a su hija. Es una película sobre una relación irreconciliable. Y ahí el maestro Scorsese da un paso al costado de todas las convenciones del cine clásico. En su último largometraje el conflicto principal del protagonista no se resuelve, algo que vuelve a su última entrega una de sus películas más dolorosas y complejas.

Pero el chileno Felipe Ríos necesita que sus dos antihéroes se reconcilien. Para eso traza dos innecesarias road movies, que convergen en una tercera y previsible road movie final, que marcará la reconciliación de un patriarca que hace tiempo abandonó su posición con una hija que quiere rebelarse contra el mundo y marcar su propio camino.

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En una fría ruta cordillerana, Michelsen emprende su último viaje. Después de más de 30 años en el camino, su jefe lo obliga a tomar un retiro voluntario. El camino es lo único que el personaje conoce. Tiene la vergüenza de regresar a su hogar, no se anima a hablar con su hija siquiera, y por lo tanto aprovecha su último viaje en su camión como si fuera el último aliento de vida. Paralelamente, Elena, su hija adolescente, se escapa de la escuela para ir a una exhibición de un torneo de artes marciales. Las competencias se dan en la zona opuesta y su entrenador no cree que está lista para luchar competitivamente, así que la envía sola a una exhibición donde no va a recibir ninguna medalla. Pero la estrategia de la joven es otra: aprovechar el viaje para cruzar a Mendoza y emprender una nueva vida en Argentina, lejos de su madre y rudimentaria vida pueblerina.

Ríos, le acredita a cada intérprete un padre y una hija sustitutos, como para ir poniéndolos en calor, cuando se genere el previsible encuentro entre ambos. Pero la evolución de cada subtrama tiene distinto atractivo. Mientras que a Michelsen le toca una joven argentina (María Alché) que le hace apreciar el contacto con la naturaleza y cada segundo de vida, Elena viajará con un viejo colega de su padre, un borracho bastante machista, que en un principio aparenta tener otras intenciones con la joven. Esta relación, contrastante a primera vista, le adjudica al relato una cuota de humor que rompe con la solemnidad y seriedad del resto del film. Le aporta claridad a la oscuridad, a la frialdad, a la melancolía. En cambio, la subtrama de Michelsen, si bien tiene vuelo poético, no adquiere la profundidad cinematográfica necesaria para competir con la del personaje de Elena. 

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Después de varias escenas redundantes y algo monótonas -que parecen salidas de una road movie estadounidense convencional de sábado por la tarde en la tele- se produce el esperado encuentro, que paulatinamente adquiere un perfil emocional que no se nos había revelado, pero el modo de hacerlo es mediante la represión sensible. La austeridad del tono elegido por Ríos combina con el clima frío de la región, pero también con una distancia que no se termina de establecer entre ambos personajes. 

Posiblemente, con esto Ríos, rompe con ciertas convenciones del drama conciliatorio, pero solo a nivel superficial, porque en el desenlace queda abierta una mirada optimista que no nunca faltar en este tipo de relatos edificantes (por más solapado que sea el artilugio).

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El mayor problema de El hombre del futuro es que se le notan demasiado los hilos, como si la película no fuera consciente de su artificio revelado ante nuestros ojos. La narración es obvia y aplomada, las metáforas, subrayadas, por eso el film carece de sorpresa pero también de corazón. La interesante generación de climas, el ritmo monocorde, pero a la vez necesario para caracterizar a los conflictos de los protagonistas, así como la discreción a la hora de abordar la tragedia interna que sobrellevan padre e hija son hechos que se agradecen, pero que no terminan por construir un sistema adecuado.

Lo que se impone es la sensación de un extraño deja vú. Como si ya hubiéramos visto y testimoniado esto muchas veces. Y siempre mejor ejecutado. La prolijidad de la puesta la escena y la dirección de actores no pueden tapar que estamos frente a un relato reiterado, ausente de algún giro dramático que proponga romper con la monotonía narrativa. 
Y si hay rutas que ya conocemos de memoria, es hora de construir caminos alternativos. 

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