Fireball: Visitors From Darker Worlds

Por Marcos Rodríguez

EE.UU., 2020, 97′
Dirigida por Werner Herzog & Clive Oppenheimer

Herzog hace un chiste

Existe una unidad sonora absoluta en los últimos documentales de Werner Herzog: si desde casi el principio de su filmografía (tendría que chequearlo) estamos acostumbrados a escuchar la voz de Herzog en off en sus documentales, desde The White Diamond (2004) sus películas (tanto ficciones como documentales, y de forma casi exclusiva) fueron musicalizados por Ernst Reijseger. Esto le da una coherencia y un espesor sonoro inigualable. Para decirlo de otra forma: apenas empieza una película de Herzog, enseguida notamos (incluso si no lo notamos) que suena como una película de Herzog. Creo que es más notorio en sus últimos trabajos, pero tal vez no. En seguida hay un ritmo en sus imágenes (esto es montaje, pero bueno) que marca la pauta: un impacto visual y un vacío sonoro, dentro del cual se introduce la voz reflexiva de Herzog y, bien pronto, la música de Reijseger: un violonchelo un tanto disonante, que trepa por las escalas más agudas, y un corito que suena como una especie de canto tribal intergaláctico. Tal vez estén cantando en holandés (idioma nativo de Reijseger), tal vez canten en jerigonza: lo que importa es el efecto existencial que se parece tanto al tono que busca construir Herzog con sus películas. Empieza un documental de Herzog e, incluso si uno no sabe de qué se va a tratar esta nueva entrega de la enciclopedia audiovisual de Werner, uno ya sabe dónde está entrando. Está entrando en este mundo que suena así.

Fireball 2

Todo esto está acentuado, por supuesto, por la marca absolutamente personal con la que Herzog construye su cine. Va más allá de la noción de autor, pero es evidente sobre todo en sus trabajos documentales: Herzog explora el mundo y la realidad, pero lo que vemos en la pantalla es, de forma ineludible, su mirada, su manera de ver las cosas. Dicho esto no como un análisis crítico, resultado de una elaboración teórica que interpreta y explica la utilización de ciertos puntos de vista, determinadas construcciones dramáticas, etc. No, un documental de Herzog es exclusivamente un viaje en el que se nos invita a recorrer las obsesiones y asociaciones personales del director, así como también los azares que encontró en su camino. Herzog toma un tema (ya sean los globos aerostáticos, los volcanes, un loco por los osos, la pena de muerte en Estados Unidos, Gorbachov o una cueva con pinturas rupestres) y empieza a hilvanar alrededor de él todo aquello con lo que se encuentra en su camino, ya sea que tenga que ver directamente con el tema tratado o tal vez no tanto. A Herzog no le importa el rigor, se sabe, sino la fuerza poética. El método Herzog le permite libertades (mentiras) y también le permite asociaciones libres, cuya única justificación se encuentra en la potencia del hallazgo que desea incluir. Es así, por ejemplo, que su adaptación de Nosferatu empieza, por alguna razón, con unos planos documentales de momias aztecas. Y es así, por ejemplo, que Fireball: Visitors from Darker Worlds incluye, por alguna razón, el culo de un científico coreano que se acerca a cámara (culo hacia adelante) sin ninguna razón aparente. Todo tiene sentido en la construcción del “efecto”, que es la verdad del cine de Herzog.

Es por esto que uno de los momentos más involuntariamente cómicos del cine de Herzog apareció en Nomad, el otro documental que Werner estrenó este mismo año, en el que, sentado frente a cámara junto a un guía de montaña, rememorando sus viejas hazañas de alpinismo, de pronto Herzog dice: “No, no hablemos de mí”.

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En este nuevo tomo de la obra de Herzog, el tema son los meteoritos. Más grandes, más chiquitos, históricos y recientes, hechos polvo o incrustados en el hielo. El método asociativo es particularmente evidente en este caso: no hay un personaje, no hay un espacio que den unidad. Lo que hay es un deambular por el mundo entero (literalmente) en busca de gente que está obsesionada con meteoritos: sea un científico coreano en la Antártida, un académico yanqui perdido en Kamchatka o un músico de jazz noruego que se dedica a juntar polvo cósmico en el techo de un estadio polideportivo de Oslo. No importa el lugar, y casi que no importan los meteoritos. Un poco como pasaba en Encuentros en el fin del mundo (una de sus mejores películas), la ciencia le sirve a Herzog como vehículo para rastrear lo que realmente le importa: más allá de la relevancia e interés que le puede despertar un tema u otro, lo que se dedica a cazar Herzog desde hace décadas es a gente apasionada. Nada más. Es todo lo que importa. Pueden ser locos de Internet, locos de los meteoritos o locos religiosos. Herzog tiene ojo para encontrarlos y, sobre todo, tiene la sabiduría para coleccionarlos y mostrarlos en toda su gloria apasionada. Es esa pasión la que da sentido a sus vidas y es precisamente esa búsqueda por otorgar sentido lo que se encuentra en el corazón de esta exploración sobre meteoritos: lo dice un experto entrevistado en la película: lo interesante de los meteoritos son todos los sentidos que transportan. Lo dice otro experto (un cura, en el observatorio del Vaticano): lo que importa es la curiosidad.

Más allá de que algunas películas están más logradas que otras (Fireball es de las mejores que viene haciendo Werner este último tiempo), lo que termina por generar esta uniformidad de la obra de Herzog es, curiosamente, que se destaquen los pequeños detalles, variaciones o infracciones que empiezan a aparecer acá y allá dentro de sus películas. Herzog afloja un poco las riendas y se permite cosas que no vimos antes. Así como Meeting Gorbachov es la película en la que Herzog dice: “Yo lo amo, señor Gorbachov”, Fireball será la película en la que Herzog hace un chiste. Es un chiste malo, está precedido por una justificación en off del propio Herzog (que le mata todo tipo de timing posible) y lo sigue una risa un tanto forzada de la entrevistada en cuestión, que parece reírse más por compromiso ante la eminencia que la filma que por la gracia del chiste.

Pero es hermoso que Werner se permita ese chiste malo y, sobre todo, que lo incluya en la película. Cosas como esa hacen que, además de admirarlo, lo queramos al viejo.

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