Free solo 

Por Rodrigo Martín Seijas

Free Solo 
EE.UU., 2018, 97′
Dirigida por Jimmy Chin & Elizabeth Chai Vasarhelyi

Al borde del abismo

Por Rodrigo Martín Seijas

A la hora de entregar los Oscars, la Academia suele moverse dentro de parámetros donde se combinan temas considerados de alto impacto social (el racismo, la sexualidad, eventos o figuras históricas con resonancias presentes); y un regodeo en los prodigios formales, lo cual explica la fascinación un tanto banal con el trío mexicano prestigioso que conforman Guillermo del Toro, Alfonso Cuarón y Alejandro González Iñárritu. Lo mismo cuenta para la categoría documental y por eso llama un poco la atención que Free solose haya llevado el Oscar, aunque tenga componentes ciertamente atractivos para los votantes. 

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No es que el film de Jimmy Chin y Elizabeth Chai Vasarhelyi no posea elementos que se pueden caracterizar como “extraordinarios”. Al fin y al cabo, sigue a Alex Honnold, uno de los máximos exponentes de lo que se conoce como “solo integral” (un tipo de escalada libre, donde el escalador renuncia a cualquier tipo de protección o ayuda, como arneses o cuerdas), quien trata  de convertirse en la primera persona en escalar en esa modalidad la formación rocosa conocida como El Capitán, ubicada dentro del Parque Nacional Yosemite. O sea, tenemos a un personaje que se aparta de las convenciones, con una habilidad asombrosa que lo distingue y que busca concretar un prodigio, una hazaña de esas que quedan en el recuerdo. Pero lo cierto es que Honnold no es precisamente un personaje carismático: su comportamiento obsesivo, metódico y a la vez taciturno y hasta ermitaño (a tal punto que considera a una furgoneta como su hogar) lo colocan en una zona gris, con la que es difícil empatizar. 

Quizás también por eso el film se toma un tiempo considerable para construir (y hasta explicar) a Honnold como personaje, a ese universo casi paralelo que habita, que incluso lo aparta de colegas, amigos y familiares que hablan de él como alguien definitivamente querible, pero también un tanto incomprensible. Donde esto queda más claro es en el vínculo que Honnold tiene con Sanni, una joven hermosa y adorable con la que está iniciando un noviazgo, pero cuyo acompañamiento tiene ventajas y costos: por un lado, lo banca siempre y es un cable a tierra (o más bien, al planeta Tierra); por otro, es alguien que lo desconcentra de su meta y hasta le trae una dosis de mala suerte, porque empieza a salir con ella y en un par de meses se lesiona más que en toda su vida. La descripción que Honnold hace inicialmente de ella es notable y un fiel reflejo de su (in) sensibilidad: “es linda, pequeña, alegra la furgoneta, no me quita mucho espacio”. 

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Podría decirse que Sanni, más que un personaje que integra el contexto de Honnold, es una protagonista oculta, no oficial, dentro de un relato que va hilvanando su encanto desde el aprendizaje no de un método, una disciplina o un deporte, sino de la capacidad para manifestar afecto. Lo de Free soloes en buena medida un relato de crecimiento, en el que Honnold debe hacerse cargo no solo de sus miedos, de ese abismo que lo rodea cuando escala una montaña, sino también de lo que puede llegar a sentir por otras personas, y de cómo su presencia o potencial ausencia afecta a quienes lo rodean. Desde ahí es donde la película, especialmente entrando en su último tercio, va delineando un tono que lo emparenta con lo trágico, a partir de cómo todos hablan de la chance de que Honnold muera en su intento de escalar El Capitán, transmitiendo una angustia casi palpable.

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Es desde esa angustia que se intuye en los rostros y declaraciones de todos los personajes (incluso de Honnold, con todas sus dificultades para expresarse), que Free solo, en los minutos finales, cuando Honnold realiza el intento definitivo de escalar El Capitán, eleva los niveles de tensión al máximo. Allí se convierte en una gran película de suspenso, que a la vez se permite reflexionar sobre cómo la ansiedad o el miedo, por más que tengan justificaciones lógicas e inapelables, no dejan de ser productos mentales, puras percepciones acumuladas hasta constituirse en estados de ánimo. Desde esa perspectiva es que podemos entender y hasta sentir una inusual simpatía (sin dejar de lado la obvia admiración) por Honnold, por su capacidad para, como él mismo dice, no controlar el miedo sino ponerlo a un lado. En cierto modo, la operación de Free soloes similar: se pone a un lado de su protagonista, jamás lo controla y deja que se vaya convirtiendo en alguien fascinante. 

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