La fiesta silenciosa

Por Ludmila Ferreri

La fiesta silenciosa 
Argentina, 2020, 86′
Dirigida por Diego Fried y Federico Finkielstain.
Con Jazmín Stuart, Gerardo Romano, Esteban Bigliardi, Gastón Cocchiarale y Lautaro Bettoni.

Make a statement

Por Ludmila Ferreri

Pensar que durante un tiempo convivimos con ideas tales como “géneros masculinos/géneros femeninos”. Y no, no hablo de identidad ni de autopercepción (gender) sino de los viejos y queridos géneros cinematográficos tal cual y como los conocemos (genre). Detesto la idea que en alguna época fue lo suficientemente pregnante como para hacernos creer que Duro de matar no podía gustarnos a las mujeres o que Tienes un e-mail no pudiera gustarle a los hombres. Esa clase de estupideces, no obstante, cada tanto vuelven. Y debo decir que durante un tiempo costó encontrar esa capacidad crítica y democratizada con los géneros en el análisis de un género marginal como lo es el Rape and revenge . Y eso se debe a que se trata de uno de esos géneros cuya carga de violencia insoportable la experiencia de testimoniarlos. Ahora bien, esa experiencia tiene que ser mas dificil de tolerar para las mujeres (habitualmente objeto de vejaciones en esta clase de películas)? Es posible pensar que la empatía frente al sufrimiento les resulta ajena a los hombres? Por otra parte, no saben que existen muchos Rape and Revenge con hombres como víctimas quienes sostienen que el género es una típica formulación machista que no se adaptó a los tiempos que corren?

Fiesta Silenciosa

Antes que nada la libertad. Y si puede ser de pensamiento, mejor. Si nos vamos a evitar el visionado de violencia como punto de partida para entrar a las películas, olvídense de buena parte de la historia del cine. Si lo vamos a hacer selectivamente según destinatario, según administración de víctimas y victimarios, tampoco vamos a llegar demasiado lejos, no vaya a ser que la corrección política nos indique qué decir y cuándo. Las películas son tan libres como nosotros de analizarlas y opinar sobre ellas. Lo que no podemos hacer es forzarlas a decir lo que no dicen solo para que cuajen con nuestras ideas. Y si eso sucediera, inclusive, podemos polemizar (en breve en esta revista hablaremos sobre esas libertades, no casualmente asociado esto a un hecho que derivó una crítica contraria contra esta película en otro medio, crítica que fue censurada y levantada de publicación: estamos en 2020, increíble que siga pasando esa clase de acciones).

La fiesta silenciosa es un Rape And Revenge? Inevitablemente hay algo de eso. Pero también excede a ese género extremo, que no es nuevo ni nació en los 70s, pero en todo caso si proliferó a partir de esos años. Desde El Manantial de la doncella (Ingmar Bergman, 1960) hasta La última casa a la izquierda (Wes Craven, 1972) desde Los perros de paja (Sam Peckinpah, 1971) hasta They Call Her One Eye(Bo Arne Vibenius, 1974), desde El vengador anónimo (Michael Winner, 1974) hasta Angel de venganza (Abel Ferrara, 1981), podemos encontrar exponentes de este género en el que el sadismo, la incorrección política y el reaccionarismo son moneda corriente. Pero la película del duo Fried-Finkelstain no subvierte ninguna de las tradiciones del género, en todo caso las utiliza para fines no del todo claros: no hay en la película una definición clara sobre su presunción de denuncia de la violencia por mano propia, denuncia de la violencia sexual o lisa y llanamente la naturalización de la violencia como moneda corriente de las relaciones, violencia que espera explotar en el momento indicado (todas las referencias a la naturalización del mundo de las armas es un subrayado innecesario en este sentido, pero es la justificación de las acciones ulteriores)

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Como en casi todo Rape and Revenge la estructura es previsible: personaje aislado, exposición al peligro (no, no dije “se lo busca” sino que queda expuesto), violación, escape (o tentativa de muerte de parte de los victimarios, según el caso), planificación de la venganza, ejecución de la misma, fin. Pero en La fiesta silenciosa el guión plantea las necesarias disonancias para no homologarse con el género tan mal visto, tan deplorado. Incluso pareciera que a lo largo de su metraje, todo el tiempo, se nos busca convencer de la resistencia a ser categorizada bajo los mismos parámetros del R&R. Por un lado la construcción de la venganza, que pone más en juego roles de masculinidad (tóxica?) antes que a la mujer como víctima/victimaria (quien intenta llevar a cabo esa venganza pero es sistemáticamente interrumpida por los dos hombre de su núcleo íntimo: su padre y su novio, quienes con distintas intensidades y opiniones parecen querer llevar la venganza adelante).

Indica todo lo anterior, en primera instancia, que la película quiere dar cuenta del horror de la violación pero también del horror de la justicia por mano propia? Sin lugar a dudas. Ahora bien, esto deja parada a la película en un centro duro extraño: la neutralidad. O peor aún, la equidistancia. La neutralidad y la equidistancia no son contradicciones. La película no es contradictoria, sino fruto de una planificación ideológica precisa en donde el espanto de la violencia sea el centro de la condena, que la violacion sea motivo de condena y donde la violencia armada (en donde la valoración de los lugares comunes sociales de lo masculino son la obsesion: no casualmente la película retorna una y otra vez a la potencia sexual y al rol de las armas como sinécdoque de masculinidad ) también es motivo de espanto. Es malo, entonces, que la película condene abiertamente la violencia en el modo en el que lo hace? No es malo, en todo caso es un posicionamiento tibio, y como dije antes, es producto de una neutralidad planificada.

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Ahora bien…detrás de los juegos de interpretaciones y dilaciones informativas (violación que no parece serlo para luego revelarse como tal, relaciones abusivas en el seno de una familia planteadas elípticamente), detrás del posicionamiento que observa al rape and revenge en perspectiva, en La fiesta silenciosa, también podemos reconocer todos y cada uno de los lugares comunes de cierto cine argentino de los 80s/90s en su aproximación a los géneros (es decir, una aproximación que no piensa en el código del género sino que replica sus condiciones): actuaciones acartonadas, una puesta en escena en la que el espacio no es apropiado narrativamente sino que es una excusa para narrar los hechos, personajes bidimensionales, diálogos explicativos y una necesidad de sentenciar una idea importante sobre el mundo.

Quizás sea por lo planificado y neutral de la propuesta que el sexo brilla por su ausencia (o es ritualizado hacia la violencia), que las salvajadas son parciales (no hay un goce con la violencia, pero tampoco hay un alejamiento de ese goce, sino una suerte de disfrute parcial, un histeriqueo con la violencia) pero que el statement (la opinión emitida) sea lo que mas salte a la vista. Es uno de los rasgos del presente: el habla sustituye al cuerpo. Y un cine sin cuerpo es la nada misma.

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