La zona de interés

Por Federico Karstulovich

The Zone of Interest
EE.UU.-Reino Unido-Polonia, 2023, 106′
Dirigida por Jonathan Glazer
Con Christian Friedel, Sandra Hüller, Medusa Knopf, Daniel Holzberg, Sascha Maaz, Max Beck, Wolfgang Lampl, Ralph Herforth y Freya Kreutzkam.

El Clan (una zona de comfort)

Zobaquear un Arendt para la ocasión, cuando esta lo amerite, no vuelve mas legítimos a los argumentos frente a lo indefendible. En todo caso demuestra que te gusta Arendt, que leíste una contratapa (o wikipedia). Y eventualmente que leíste mal, o comprendiste peor algo que, a la vista, no sucede en caso como el de la nefasta La zona de interés.

Permítanme este breve excursus para desambigüar el término utilizado con impunidad. La banalidad del mal es un concepto que precisa, en su interior, tres grandes aspectos: burocracia & eficiencia, ausencia de intencionalidad, naturalización del horror. El problema es que esos condicionantes demandan que lo banal saque del escenario a la caracterización habitual del criminal como monstruo. La des-monstruificación hace que el procedimiento del mal quede en la superficie como eso, como procedimiento frío. Y que la monstruosidad no se exprese sino por su negativa. Se trata, en definitiva, de una operación retórica que reconoce, en los matices, la posibilidad de la convivencia con cosas intolerables.

En el cine argentino post-dictadura, al menos hasta Garage Olimpo, aprendimos el contraejemplo de lo anterior: si los asesinos eran asesinos tenían que tener una representación lineal y consecuente con su monstruosidad (si mediaban bigotes y lentes oscuros, mejor). El monstruo que la dictadura nos legó, el milico asesino (porque el cine argentino nunca quiso pensar en los sindicalistas asesinos, en la guerrilla asesina, en el vecino amable asesino) que es y ha sido una figura fácil, que no problematiza el pasado y a su representación y, por lo tanto, nos provee la seguridad de la pertenencia. “Yo nunca fui/podría ser eso”. La figura, entonces, contraria a incomodar, en una zona de comfort.

Permítanme un sub-excursus. Uno más y no jodemos más.

Muchos años atrás supe tener una amiga en la carrera de letras que, azarosamente, conocía a la familia Puccio y a los hijos. Sin ser amiga íntima, fue, durante años, vecina de la familia. Cuando en 2015 se estrenó la película de Pablo Trapero, El Clan, mi amiga me hizo un comentario que fue revelador en relación a la cuestión de la banalidad del mal. Pero para eso no necesitó de Arendt ni de ninguna zona de comfort diciendo que “era una familia de asesinos”, sino lo contrario, al indicarme que ninguno de ellos, ni en la intimidad ni en público, se trataba mal. Por el contrario: siempre se mostraban cariñosos, amables, empáticos. Es decir, no se trataba de el conjunto de monstruos que la película de Trapero presentaba en sociedad sino, bien por el contrario, lo más inquietante es que no exhibían un solo indicio de su monstruosidad. No obstante, Trapero no hace eso, sino que logra traernos al país del jardín de infantes en donde los malos y criminales son y se ven como lo que son (Platón agradecido). El mundo de las contradicciones, te la debo.

El mismo problema que expresa El Clan, pero con otra clase de recursos que dotan a la película de un aura de sofisticación (cuando es más bien lo contrario), es lo que sucede con La Zona de interés, que tiene en su centro, a su manera, a otro clan que convive con el horror prácticamente en su propio hogar, pared de por medio. El problema es que aquello que Trapero legitimaba desde una incitación a cierto morbo del exploitation del cine argentino de los 80s, aquí se traduce en un sistema de elisiones que, a primera vista, parecen funcionar con cierta precisión, con una frialdad casi austríaca. El problema, por lo tanto, no pasa por las elisiones y el sistemático fuera de campo, que a final de cuenta es un recurso valioso y posible. El problema es que Glazer no parece confiar demasiado en el recurso y recorre, a lo largo de la película, un sistema de contrapesos a esas elisiones. El resultado, como podrán imaginar, no es la sugerencia propia de la información parcial, propia de los indicios. El resultado es la redundancia y el subrrayado, que en la película aparece representado por el sonido, por algunos elementos de la utilería (dientes de oro sueltos, ropa interior usada), por el montaje en la prevalesencia de ciertos colores y matices en los fundidos entre escenas.

Glazer no cree en el cine como condición de posibilidad para hacerle preguntas al mundo, sino que postula máximas (a esta altura un poco envejecidas, pero que presenta como si fueran novedosas) que, para colmo, no parece comprender del todo. Si algo no sucede en esa familia de nazis, que naturalizan la muerte al convivir con un campo de concentración al lado, es que en ella podamos reconocer la banalidad del mal. Por el contrario, el sistema es el de la monstruificación parcial en los personajes y sus parlamentos y el subrrayado discursivo en las formas. El resultado lejos está de que nos incomodemos, sino, bien por el contrario, logra anatemizar lo que ya había nacido anatemizado (son nazis, duh). El recorrido final, por lo tanto, es confirmatorio. Porque nada de lo que nos cuenta nos sorprende, nos resulta desconocido pero tampoco nos toca, un poco como la puesta en escena gélida que, si en alguna medida busca interpelarnos es a partir de la composición del encuadre como si todo el tiempo estuviéramos espiando y algo siempre reencuadrara cada plano.

Termina La Zona de interés (con su pequeña secuencia de montaje explicativa sobre el mal todavía presente, como si la réplica de un sistema de aniquilación a partir del registro de la limpieza del espacio de un campo de concentración-museo en el presente fuese comparable y necesaria para reafirmar que el mal sigue existiendo en el funcionalismo de las labores en el presente, hablame de banalidad) y todos con cara de circunstancia decimos “qué nazis hijos de puta”. Del otro lado del Atlántico, luego de una masacre de judíos, la más grande desde la Shoah, hay nazis que asesinan en el presente. Pero la indignación selectiva hace que el pasado sea la mejor estrategia para convivir con los monstruos hoy. Como diría Indiana Jones, “Nazis, i hate that guys”. No es necesario que se vistan como tales para reconocerlos.

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