Terror en la Ópera

Por Santiago Gonzalez

Opera
Italia, 1987, 107´
Dirigida por Dario Argento
Con Cristina Marsillach, Ian Charleson, Urbano Barberini, Coralina Cataldi-Tassoni.

Yo nací para mirar

Almohadones. Ahí donde el canon suele brindarnos un almohadoncito cómodo para no pensar demasiado, ahí es donde no hay que ir. Por eso, cuando se reestrenan algunos clásicos, la primera tendencia que comprobamos es esa: el culo apoyado en el almohadón, la falta de ideas intactas y a empezar con los lugares comunes, por ese lugar, no vamos. Me interesa pensar a la reestrenada Terror en la Ópera (1987) a partir de sus problemas de producción, ya verán por qué. 

Problemas. Por un lado se trató de la producción más cara en la carrera del director, quien aprovechó el apoyo para llevar a cabo algunas de sus ideas más estrafalarias (por ejemplo: utilizar un complejo plano en grúa como subjetiva de un cuervo volando). A su vez, al  tratarse de una ópera, Argento decidió adaptar Macbeth, obra de teatro conocida por su histórica mala suerte. Y como era de prever, esta no fue la excepción.
En Terror en La Ópera el director tuvo que lidiar con la renuncia de la actriz Vanesa Redgrave, la muerte de su padre y productor Salvatore, la separación definitiva de su pareja y musa Daria Nicolodi (fue su último proyecto durante mucho tiempo), la enfermedad y, si eso no fuera poco, la posterior muerte del protagonista Ian Charleson y los problemas de diva que trajo Christina Marsillach. Quieren más? Para colmo de males, película fue censurada que no se pudo ver en pantalla grande en el momento de su estreno.

Soluciones. Por eso Terror en la Ópera es, también, aunque de forma subrepticia, una película sobre los males y sobre la capacidad de resolverlos con inteligencia. Al despido de Redgrave lo suplantó con la cámara tomando su punto de vista en un elaborado plano secuencia. El personaje de Nicolodi aparece poco y tiene reservado una de las muertes más creativas en donde Argento utilizó sabiamente el presupuesto (y ejecutó una despedida con dedicatoria de su ex pareja). Si bien su padre falleció, lo suplanto su hermano Carlo siguiendo una larga tradición familiar como productores. Por último, de Marsillach, lamentablemente, solo se puede decir que es anodina (originalmente Argento quería a Jennifer Connelly como protagonista pero esta se encontraba trabajando en Laberinto (Jim Henson, 1986), y si bien el final con la protagonista entregándose a la naturaleza pareciera querer unir simbólicamente a ambas películas… pero hubiera sido mejor con Connelly, con quien había trabajado en Creepers (1985), quien podría haberle otorgado cierta humanidad que Marsillach no ofrece). 

El fin de una era. Terror en la Ópera cierra una etapa en la carrera de Argento. A partir de su siguiente largometraje Trauma (1992) sus excesos visuales comenzarán a menguar. O en todo caso seguirán apareciendo, pero a cuentagotas, como si de un imitador empobrecido se tratara. Terror en la Ópera es el cierre de una época, también, porque en su hipérbole se conforma como la cumbre de todos sus excesos, aunque eso también tiene un costo altísimo: ideas visuales que se mezclan con algunas escenas filmadas a desgano, ausencia de humanidad en los personajes, crímenes filmados con esa malicia que es marca de la casa, pero también resoluciones pobres (como ese intento de usar una tijera para conseguir una cadenita que sirve para identificar al asesino), que alejan a este clásico del bronce al que se lo quiere vincular hoy en día.

La idea fija. Se ha escrito mucho (y con ideas muy parecidas) sobre la idea audiovisual principal de Terror en la Ópera, en donde el asesino le pone alfileres en los ojos a la protagonista para que ella se vea obligada a observar los crímenes. Quizás ahí radica el aspecto más interesante y hitchcockiano de la película. Y es que Terror en la Ópera es, en concreto, una película sobre el acto de mirar como demuestran aquellos movimientos de cámara que recorren los pasillos del departamento de Betty, o bien aquellos planos que palpitan, o incluso la secuencia en donde la cámara se da vuelta y baila al compás de una ópera. De ahí, que el personaje de Nicolodi reciba un disparo en el ojo y que los cuervos se los arranquen al asesino. De ahí que la mirada siempre confirme algo que ya sabíamos: la mirada siempre fue importante en el cine de Argento: sin ir más lejos en casi todas sus películas los protagonistas vieron algo que no recuerdan y es gracias a la memoria que logran resolver el enigma. En este aspecto, incluso mediando todos sus errores, Terror en la Ópera se trata de una película viva, que a pesar de las incontables tragedias e inconvenientes resultó ser la prueba de que Argento fue uno de los últimos grandes autores visuales. Otras épocas, estimados lectores.

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