El libro de Boba Fett

Por Ariel Esteban Ramos

The Book of Boba Fett
EE.UU., 2021, 7 episodios de 50′ aprox
Creada por Jon Favreau Dave Filoni
Con Temuera MorrisonMing-Na WenMatt BerryDavid PasquesiCarey JonesFrank TriggCollin HymesJennifer BealsMarlon AquinoAndrea BartlowLeilani ShiuPedro PascalSophie ThatcherJordan BolgerRobert RodriguezXavier JiménezWesley KimmelCorey BurtonPhil LaMarrDaniel LoganGalen HowardArdeshir RadpourPaul DarnellTimothy OlyphantEmily SwallowStephen RootAmy SedarisRosario DawsonDanny TrejoMax Lloyd-JonesPaul Sun-Hyung LeeMark HamillJeffrey J. DashnawW. Earl BrownMandy KowalskiSkyler BibleAlfred HsingStephen OyoungAndres Hudson

Muerte y renacimiento del personaje secundario

La saga Star Wars es una tradición familiar. Es lo más parecido que tenemos al fútbol en una casa donde todos somos diestros con dos pies izquierdos. Yo la veía con mi papá y ahora la sigo con mi hijo. Para los pibes el orden suele ser inverso: Star Wars es como una larguísima serie de curiosas y costosas precuelas en largometraje surgidas de una serie simpática cuyo personaje central es Baby Yoda. 

Boba Fett es un clásico personaje secundario de la primera saga que disfrutó de una inesperada popularidad entre los fanáticos. No es un humano común: es un clon de su padre de crianza: Jango-Fett. Esa historia está recogida en La guerra de los clones, que termina con un Boba huérfano luego de que Jango es decapitado por los jedis. Siguiendo el negocio familiar de cazarrecompensas, Boba es el responsable (en Episodio V) de entregar a Han Solo al capomafia Jabba el Hutt. En Episodio VI, tratando de evitar que Solo y compañía (je) se liberen de acabar sus días en el estómago del Sarlacc, él mismo cae accidentalmente en sus fauces. Hasta ahí llegaba el libro de Boba Fett que conocíamos.

¿Por qué revivirlo? Aunque trata de ser artística, la lógica del cine es primordialmente comercial. En EEUU, curiosamente, Boba Fett tuvo su cuarto de hora, y allí siempre se entiende que una chispa de popularidad es otra chance de avivar la hoguera de las ventas. La modalidad actual de esta reproducción continua (para un mercado cinematográfico que ya no se consume en el cine) es el spin-off en series. El libro de Boba Fett explota esa misma interconexión de historias que Marvel convirtió en un sello de la saga Avengers. Ya lo dijo Favreau, el creador de todas estas novedades: ¿por qué aquel bar de Tattoine se aprovechó solamente como un fondo fugaz para un par de escenas? Quedémonos en el bar y detengámonos en estas figuras que pasan y desaparecen en el gran fondo de Star Wars. Ariel Dorfman y Armand Mattelart condenaron (en Para leer el Pato Donald, un libro de crítica cultural de tinte marxista) esta lógica de ocultar la historia de los personajes como algo consustancial a la lógica del capitalismo. Todas estas nuevas series los contradicen, porque inventan y explotan esa microhistoria con la lógica de los fractales: siempre hay más. Ese algo más logra salir del estómago del Sarlacc y abre una rama lateral en la historia de la saga.

La historización del personaje puede tener varios signos. El más corriente en la actualidad es desarmar el concepto de villano: en los cuentos la bruja es mala porque es la bruja. Porque tiene una maldad que le corresponde naturalmente, como la virtus dormitiva del Enfermo imaginario. Es así y punto, como todas las cosas que un hijo debe entender para siempre si la idea es que sobreviva a esos momentos de la infancia donde no lo mira ni el ángel guardián. Pero ya no: ahora el Guasón es un enfermo mental, Maléfica es una mujer maltratada y engañada, Dos Caras es un abogado destrozado por la pérdida de su amada, etc. Hay quien dirá que la semilla ya estaba en la saga con la redención final de Darth Vader, pero no: en ese caso, la flecha del tiempo importa. El conflicto avanza, y la nueva información sólo acrecienta el interés. La historización actual es regresiva, terapéutica y justificatoria. Al diluir toda esa dualidad maniquea que era el combustible de las mejores historias, está al borde de inhabilitar cierta capacidad de juicio moral: no es malo, tuvo una historia muy dura. 

En el caso de Boba Fett, aunque el mecanismo de historización es el mismo, no tiene esas consecuencias tan graves. A veces destruye cierto misterio: los moradores de las arenas tusken son ahora una cultura, no unos salvajes incomprensibles. Otras veces, convierte lo que era modélico y claro en algo más flu. Lejos del combate entre el lado luminoso y el oscuro de la fuerza, Tattoine con sus mafias es ahora simplemente un conurbano galáctico. No hay buenos ni malos, sólo mafias haciendo negocios con un alcalde corrupto. Cyborgs facheros en motoneta, buenos pibes del barrio Mos Espa que resisten contra los comerciantes de agua, esos especuladores. Y no falta la falopa, ya mencionada en otras entregas, que ahora se comprueba como un robo gigantesco a Dune. Pero si allí se trataba de una droga espiritual que abría la percepción, muy a tono con su época, en el mundo Star Wars es solamente cocaína brillante. Boba Fett intendente, Mandalorian conducción para proteger a nuestros hijos de la especia. Y si nuestro conurbano ha sido comparado alguna vez con el Far West, qué decir de Star Wars: el pistolero a sueldo Cad Bane, alien pero con los clásicos gestos eastwoodianos de boca torcida, los duelos. Los pilotos republicanos son ahora policías que hacen la vista gorda para no llenar un informe. Es simpático que la ficción se parezca tanto a la realidad, pero cuando los opuestos morales se pegotean tanto, hay una pérdida de sentido y de impulso narrativo. Si el gran relato era la luz y la oscuridad, a este nivel de la historia lo que importa es que la gente de Mos Espa tenga platita, que vivan tranquilos. Star Wars será populista o no será. Boba Fett entendió que como puntero está más cómodo que como cazarrecompensas.

Hay que apuntar también su conversión: Boba pasa de absolutamente egoísta a empático luego de su tuskenización. Ahora es un héroe social. Ni siquiera se ahonda en su historia con su padre, que sólo queda sugerida, como si la dimensión personal del pasado por ahora estuviera vetada. Lo lamentable es que con esta deconstrucción del villano nos hemos quedado con poco: Temuera Robinson, el protagonista, no inspira la menor empatía. Tampoco tiene una fuerza ejemplar ni se le ocurren esas ideas que todos siguen. Es el líder que dice “OK, hagamos lo que dice Pepito”. Más parecido a la vida real, está bien, pero lo que funciona allá no es necesariamente atractivo en el cine. Los realizadores deben haberlo notado, porque a mitad de la primera temporada recurren a la estrategia Marvel: traer otro personaje del mismo universo. Con astucia, rescataron a Grogu y a Mando, que tenían asuntos familiares pendientes. Lo mejor del libro de Boba Fett lo aportan otros. También guardaron para el final dos referencias que los niños quizá pasarán por alto, a King Kong y a Robocop.

En este rasquetear la historia, entonces, lo que está muriendo es esa figura necesaria: el personaje secundario como tal. Eso oculta, por supuesto, la muerte del protagonista fuerte, del héroe clásico. Si para este cine posmoderno todos los personajes importan, uno se plantea si no estamos al límite del arte. Porque el arte siempre es cierta forma de hacer foco, de crear planos en una superficie, en fin, de exagerar diferencias. Asistimos a un momento histórico de inversión de la perspectiva: hubo un tiempo cuando, en la inmensidad del teatro y del cine, la multitud miraba a un héroe ejemplar para aprender a destacarse, a dejar de ser multitud. Ahora, adormilados y atomizados en nuestra intimidad, volvemos a aprehender vía Disney, apenas por representación, esa cosa tan extraña, irreal y en mutación después de dos años de pandemia: lo social.

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