#Polémica: Venom (muy en contra)

Por Hernán Schell

Venom
EE.UU., 2018, 112′
Dirigida por Ruben Fleischer.
Con Tom Hardy, Michelle Williams, Riz Ahmed, Jenny Slate, Woody Harrelson, Reid Scott, Michelle Lee, Scott Haze, Jared Bankens, Al-Jaleel Knox, Jock McKissic y Tom Holland.

La pereza como ley

Si uno busca en youtube los distintos análisis realizados en torno a Suicide Squad, se encontrará sorprendentemente con una buena cantidad de videos de larga duración que se dedican a analizar con detenimiento por qué todo en esa película está absolutamente mal. Desde su narración, pasando por su musicalización, su montaje y varias de sus actuaciones (Jared Leto como el Guasón, a la cabeza). Sospecho que si esperamos unos meses, la misma dedicación tendrá la película que aquí nos trae. La comparación no es forzosa: ambas películas tienen mucho en común, están basadas en cómics, tienen serios problemas a la hora de establecer sus villanos (en ambos casos surgen a las apuradas y están escindidos en dos personalidades), tremendos problemas con el montaje (algo especialmente notable en sus escenas de acción), y prometieron en sus trailers algo que claramente no eran. Suicide Squad decía en sus videos promocionales que era una película sobre “los peores superhéroes”, en el sentido de que estábamos ante un largometraje con superhéroes malvados que estaban haciendo el bien más por conveniencia que por convicción. Venom, en tanto promociona su película con la frase “abraza tu antihéroe interior”, sabe que el personaje que lo protagoniza es más conocido como villano que como héroe.

Curiosamente, ambos films terminan teniendo exactamente el mismo problema: no pueden soportar la propia oscuridad que anuncian. Suicide Squad presentaba presos peligrosos que hacia el final terminaban casi todos actuando como los Superamigos de la DC; Venom, por su parte, tiene durante una hora la idea de una suerte de villano que por casualidad se encuentra con gente peor que él, y termina siendo alguien de sentimientos más nobles que Lassie. No es problema ir encontrando cada vez más luminosidad, pero, en todo caso, sí es un tema hacerlo a partir de la imposibilidad de mantener o trabajar una oscuridad que la película no puede o no se anima a sostener. Uno pensaría que en ambas películas esto proviene más del lado de la incompetencia que de la falta de osadía. Después de todo, una de las impresiones que nos deja Venom es que se trata de esa clase de películas que se hicieron de manera desprolija, con un director, productor y montajistas corridos por la fecha del estreno. Basta ver cómo las situaciones de esta película se resuelven a las apuradas. Cómo el personaje de la novia del protagonista aparece y desaparece de la trama como por arte de magia; cómo el propio Venom pasa de ser un monstruo que come gente a un ser que quiere salvar el mundo sin otra frase explicativa que un “cambié de opinión”; y cómo es que el escuadrón de policía puede llegar de pronto a un edificio donde está Venom aún cuando no se vio ningún testigo que haya visto al monstruo llegar allí.

Tanta desprolijidad en una narración en general no puede tampoco ser mucho mejor a la hora de plantear escenas particulares. Y ahí están entonces los momentos de suspenso. Sin ir más lejos, en una de las escenas, un villano manipula a una mujer para que le proporcione información haciéndose pasar por un buen tipo. La mujer, que ya sabe previamente qué clase de monstruo es esta persona, se olvida mágicamente de que es un psicópata, le dice lo que quiere, y cuando lo hace, el villano la mata. El tiempo que tarda la mujer en dar la información y la decisión de matarla es absurdamente rápido, incapacitada de generar cualquier tipo de clima de amenaza previa, como si lo único que quisiera la película es filmar el asesinato como si fuese un trámite y sacarse la historia de encima. Las escenas de persecución o peleas, como es esperable, tampoco se caracterizan por su pericia. De hecho, Venom es esa clase de películas cuya única idea para generar espectacularidad se basa en poner una explosión en cámara lenta, a su vez con ideas visuales que provocan la desconcertante sensación de que se hicieron para lograr que las escenas de acción sean especialmente confusas (¿a quién se le puede ocurrir hacer pelear a dos extraterrestres negros, físicamente casi idénticos, en plena noche?).

Ante tanta desidia formal y narrativa, es un poco injusto reclamarles las interpretaciones totalmente desganadas a Michelle Williams y Tom Hardy, quienes apenas parecen querer ir con la lógica del menor esfuerzo de un film. Casi se diría incluso que es lo más interesante de la película: ver actores haciendo una interpretación más como un trámite para cobrar un cheque (y uno bastante generoso, queremos creer) que para hacernos creer mínimamente en algo de lo que está pasando en la pantalla. Toda una toma de posición involuntaria en una de esas películas que parece haber sido filmada porque a un grupo de millonarios le sobró un vuelto, y a un director y unos técnicos les interesó cobrar un cheque para tapar una deuda o comprarse algo bonito.

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