Bad Education

Por Marcos Rodríguez

Bad Education 
EE.UU., 2019, 103′
Dirigida por Cory Finley
Con Hugh Jackman, Allison Janney, Geraldine Viswanathan, Alex Wolff, Kathrine Narducci, Rafael Casal, Jimmy Tatro, Ray Romano, Kayli Carter, Annaleigh Ashford, Pat Healy, Stephanie Kurtzuba, Ray Abruzzo, Stephen Spinella, Catherine Curtin, Doris McCarthy, Finnerty Steeves, John Scurti, Jeremy Shamos, Hari Dhillon, Welker White, Lauren Yaffe, Kristoffe Brodeur, Peter Appel, Giuseppe Ardizzone, Victor Verhaeghe, Miriam Silverman, Hannah Kelsy, Kevin D. McGee, Gino Cafarelli

Mentiras sobre mentiras

Por Marcos Rodriguez

Hay algo que amenaza con ser pantanoso, inestable en Bad Educaction, y aunque al final no termina de hundirse en ese barro, es lo mejor que tiene para ofrecer la película. Ese pantano tiene que ver con el juego de apariencias, con lo simpático, con lo seductor de aquello que se esconde por detrás de la máscara: un tipo que roba y además nos cae bien. En eso es clave la presencia de Hugh Jackman, que está (de forma consciente) un poco más plástico de lo que lo hemos visto hasta ahora: una cara pulida, una sonrisa de publicidad, un encanto siempre al mango. Demasiado al mango. En parte ahí está el problema: se nota demasiado el esfuerzo. No sé cuántas simpatías guardará el lector para el señor Jackman, en lo personal me cae simpático si bien me cuesta encontrarle la fotogenia excepto cuando interpreta papeles más bien polvorientos y gastados (ver la gran Logan). Cuando canta, cuando baila, cuando sonríe y pone modo Broadway y trata de conquistar nuestros corazones, algo falla.

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Algo me falla. Y Bad Education apuesta a eso: dentro de la película, Jackman juega el juego de jugar a seducir a todas y cada una de las personas que se cruzan en su camino. Todas y cada una. Es inverosímil y, sobre todo, es un poco agotador. Nadie nunca ha sido tan encantador o, por lo menos, en cine nadie puede ser así de encantador sin resultar sospechoso. Una y otra vez la película refuerza esa idea, aprieta la tuerca y si bien en un primer momento podemos llegar a querer que nos caiga simpático el Frank Tassone de Jackman, bien rápido queda claro que hay algo más ahí. Y ahí es donde lo que parecía potente se vuelve un tanto rancio: Frank Tassone parece buen tipo, al final de todo tiene un pequeño monólogo en el que justifica sus acciones y podemos llegar a sentir que algo de razón habrá tenido para hacer todo lo que hizo (robar todo lo que robó), no deja de ser cierto que el personaje se nos presenta constantemente como un tipo dudoso, escabroso, falso.

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Hay mentira en su construcción y esa mentira no se muestra justificada: para eso está, por ejemplo, el claro contraste entre la seducción ladrona de Tassone y la familia pobre, desempleada y noble de la alumna que es la que termina por destapar la trama de corrupción al seguir, precisamente, el consejo estimulador de talento del propio Tassone. Hay juicio sobre la figura de Tassone, la película inclina todo su peso de moralidad sobre este personaje y esa moralidad no tiene que ver únicamente con el hecho de robarle al Estado (mmmmm, difícil ponerse del lado de esa víctima) sino que se extiende también (y de forma más innoble) a su vida personal: Tassone se presenta como normalito y viudo, seductor de señoras del barrio, pero en realidad es un rarito que vive con otro hombre en el corazón de Manhattan, y para colmo no solo es un rarito escondido sino que además es un rarito que hasta engaña a su marido oficial (ni siquiera esa legalidad respeta) y termina por levantarse a un ex alumno, lo cual suma hasta casi un grado de incesto. Las mentiras de Tassone no tienen que ver (por lo menos exclusivamente) con un contexto socioeconómico en el cual los maestros y directivos de las escuelas públicas de Estados Unidos no son reconocidos suficientemente (como nos quiere hacer creer el señor en su monólogo exculpatorio) sino que parecen tener que ver más con este juego compulsivo, con estas mentiras tejidas sobre mentiras, con este carácter de raro rarito. La película no lo dice, pero lo que construye es innegable, sobre todo en la forma en la que va desenvolviendo las tramas de engaños de su protagonista como si se dedicara delicadamente a exponer de a poco todo lo que tiene de malo el tipo.

En este sentido, es mucho más interesante el personaje que construye Allison Janney, la cara oscura pero sin disculpas de esta misma trama. Janney interpreta a lo que parecería ser una subordinada, la mano operativa de una conspiración que viene de arriba. Sobre Janney cae rápido la culpa pero ella se queda callada: no porque no sepa mentir sino porque la película decide construir un personaje que no pide perdón. ¿Habrá sentido la verdadera Pam Gluckin sobre la que se basa su personaje culpa o necesidad de exculparse? No importa, la película la pone en un casillero claro: es jodida. Si bien termina por llorar, por caer, por dejar de caernos simpática, hay algo en esa sinceridad que la construye como un personaje mucho más interesante, y casi querible. En esto es fundamental, por supuesto, la presencia innegable de Janney, grande entre las grandes, eslabón más reciente en esa noble cadena de enormes actores secundarios que te sostienen casi cualquier cosa.

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