Black Sabath: The end of the end

Por Sergio Monsalve

Black Sabbath: The End of the End 
Reino Unido, 2017, 124′
Dirigida por Dick Carruthers

El largo adiós

Por Sergio Montalve

Fue en Birmingham donde comenzó todo para el Heavy Metal, cuando cuatro de sus jóvenes outsiders debutaron con la banda de ruptura Black Sabbath (nombre alusivo a la película del realizador italiano Mario Bava). Luego de cinco décadas, el grupo decidió retirarse de la escena pública en el 2015, haciendo posible una gira de despedida cuyo último toque se escenificó en la célebre ciudad de los mil oficios de Inglaterra. Si la revolución industrial generó sus capas de descontento, alienación y aislamiento, contra ello y más irrumpió el ensamble de vanguardia liderado por los legendarios Tony Iommi, Gezzer Butler y Ozzy Osbourne, quienes protagonizan el documental crepuscular y testamentario The End of the End, una espectral “concert movie” sobre el telúrico adiós de la formación británica en tarima, delante de los fanáticos de su pueblo natal, el llamado taller del mundo. 

Black Sabbath

En el brutal “cold open” del filme, el montaje aplica una fundición líquida de planos, títulos, cámaras lentas y flashes del concierto de cierre. El montaje de choque nos introduce en el tema, el punto de giro del arco dramático y la significación del reencuentro de los personajes de la historia. 

La piel se eriza de inmediato al ritmo de la desacomplejada edición videoclipera, a cargo del director Dick Carruthers, experto en el medio y narrador de las andanzas de Led Zeppelin, Oasis, Portishead, Imagine Dragons y The Who. En adelante escucharemos y veremos las acciones de una especie de misa negra estelarizada por tres colosos de la música, de vuelta de todo. Cada uno vivió su particular calvario y vía crucis. 

En general se les consideró un caso perdido, un subgénero menor de la contracultura, un reproche eterno de la prensa conservadora de Londres, el pánico moral de una época. Durante la película, Gizzer recuerda las pésimas críticas recibidas en el pasado. El tiempo se encargaría de darles su merecida revancha. Los riffs de guitarra de Tony Iommi definirán el sonido de una generación de “headbangers”. 

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En el planeta surgirán olas de fanáticos, descendientes, plagiadores y derivaciones extremas, como el thrash, el power, el speed, el death y el black metal, entre otros, bien representados en todos los continentes. Black Sabbath sería, a la postre, tan influyente como los Beatles, Rollings Stones, Pink Floyd y Sex Pistols, solo que menos reconocida por los ámbitos tradicionales de la academia. Por defecto, el ritmo incómodo de los chicos rebeldes se instrumentó como himno de la industria, del sistema de estrellas, del mainstream y del pop. 

MTV hizo potable e inofensiva a la familia Ousburne, prostituyendo su marca de caos controlado, de daño cerebral del ídolo roto consumido por el exceso. El reality show domesticó y vampirizó los giros decadentistas de una dinastía del rock. 

Tras el regreso de la fama superficial, los integrantes de Black Sabbath volvieron a componer y trabajar en secreto, para alumbrar su placa número 13, la del número de la bestia. No en vano, durante el proceso de producción, Tony Iommi cae enfermó y es diagnosticado con leucemia. El maestro de las cuerdas decide enfrentar al cáncer y luchar hasta que el cuerpo aguante. Por eso se acelera la gira de despedida y el rodaje de una película que registre el instante para la posteridad, imbricándolo con entrevistas y una reunión final en un estudio, a modo de ensayo con estética de versión desenchufada.   

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Para Ozzy es un orgullo que la banda haya nacido no como el proyecto de un golden boy de las finanzas, sino como el sueño de unos amigos que no sabían que iban a emprender un viaje meteórico al olimpo de los genios iconoclastas de su tiempo. The End of the End es una conclusión emotiva, entrañable y melancólica como Avengers: Endgame. Pero en otra escala, claro. Al final de cuentas es un cine de héroes que sangran, ríen, lloran  y morirán como nosotros. Pero que tienen chance de redimirse y despedirse a lo grande, ganándole a los “war pigs” en dos horas. Cine de paz, reconciliación y armonía en el fondo del averno. El réquiem del metal. 

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