Dossier Obras maestras desconocidas/secretas (V)

Por Ludmila Ferreri

El dossier sobre obras maestras secretas/desconocidas tiene ese no sé qué de revelar algo oculto, algo prohibido, el gusto por el escondite, el encuentro con algo clandestino. Por eso se trata de un dossier íntimo y público a la vez, en el que jugamos a pensar listas de películas olvidadas, desconocidas o ningunearas al momento de su estreno y en la posteridad. Aquí les dejamos la quinta parte de este dossier. Esperamos que lo disfruten en su integridad.

Por Ludmila Ferreri

Una página de locura (Teinosuke Kinugasa, Japón, 1926)
Soledad (Paul Fejos, EEUU, 1928)
Yo soy un fugitivo (Mervyn Le Roy, EE.UU, 1932)
Medianoche (Mitchell Leisen, EEUU, 1939)
The 5,000 Fingers of Dr. T. (Roy Rowland, EE.UU., 1953)
Veinticuatro ojos (Keisuke Kinoshita, Japón, 1954)
Tormento (Mikio Naruse, Japón, 1964)
El vagabundo de Tokio (Seijun Suzuki, Japón, 1966)
Perfumed Nightmare (Kidlat Tahimik, Filipinas, 1977)
A cara que mereces (Pedro Gomes, Portugal, 2004)

Editors Pick The Unknown

Clásica: The Unknown (Tod Browning, EEUU, 1927)
Con el paso de los años Tod Browning aquirió un prestigio que su propio tiempo le había quitado. Dueño de un talento visual y de una suma de ideas que anticiparon en varias décadas al terror corporal de tipos como David Cronenberg, el cine de Browning supo ser, a su manera, también dueño de una mirada trágica, desesperada. En este caso hablamos de una de sus películas de la etapa pre-Freaks (1932), en donde todavía gozaba de una serie de libertades que el Código Hays y la misma industria luego le vedaron. En el caso de The Unknown el director vuelve al melodrama. Pero lo hace con una intensidad de temer, como si fuera uno de los pocos capaces de ver que detrás de toda obsesión amorosa hay también una historia de terror y de espanto. Aquí narra el cuento al que volverá posteriormente, una de las bases del melodrama: el triángulo amoroso. Pero esta historia sobre Alonzo, un tirador de cuchillos (sin brazos!) circense enamorado de su colaboradora no termina en la obsesión malsana de un amor no correspondido, como quizás lo haría un melodrama tradicional.No: The Unknown es también un policial sobre un sujeto que con el fin de evitar ser apresado simula una mutilación que es, precisamente, aquello que lo aleja de su amada (que sufre de una fobia al contacto físico!). Pero la cosa no termina ahí: ante el peligro de ser denunciado a la policía (por haber sido descubierto en su secreto), Alonzo (Lon Chaney), elige el camino mas demencial: amputarse los brazos y regresar al circo sin peligro de ser apresado. Pero la tragedia tiene un par de giros mas: al regresar se entera que su amada ha superado su fobia y que va a casarse con el tercero en discordia, el forzudo del circo, contra el cual Alonzo organiza su venganza: desmembrar a su oponente en un truco con los caballos (dejando a Tupac Amaru como un capítulo de Dora la exploradora en comparación). Todo en The Unknown es producto del exceso, de los amores enfermizos, de la obsesión pero también estamos ante un sistema de engranajes narrativos perfectos, que actualizan las formas de la tragedia. Poco vista, revalorizada hace pocos años, The Unknown es una obra maestra adelantada a mil cosas. Como el cine de Browning, no casualmente uno de esos directores que tenemos que redescubrir urgentemente.

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Moderna: Spider Baby (Jack Hill, EEUU, 1968)
Hay tradiciones secretas, escondidas, que emergen cuando se las remueve de la tierra y el olvido que las rodea. Otras tradiciones, en cambio, viven al ras de la tierra, emergen fácilmente con muy poco riego. Si algo vuelve indispensable a un dossier como el que estás leyendo es porque hay tradiciones a las que cuesta descubrir. O directamente hay islas sin tradición que merecen ser halladas en el amplio océano de posibilidades. En el bloque de películas sin una tradición definida o clara está la fulgurante Spider Baby, que es una maravillas (nobleza obliga) que hemos rescatado en la revista en diversas oportunidades. No solo estamos ante una película cargada de un humor negro incómodo, sino que también tiene en su interior a actores dueños de una carga de perturbación inaudita, como Los Chaney Jr., cuya vida personal se encontraba barranca abajo (entre el alcoholismo y el cancer de garganta, homologando los males que supo sufrir su padre, con quien compartía la portación de nombre). Pero Spider Baby es también una película sobre la transición que el mismo terror como género venía experimentando en el marco de la historia del género en el cine americano post-clásico. Ahí donde había un vacío había una necesidad. Y el terror de familias perturbadas supo aprovechar ese espacio como nadie. Si, es cierto que esa tradición del gótico puede rastrearse en casos previos (ya se ha dicho muchas veces, pero es ineludible pensar en una obra maestra como The Old Dark House de James Whale como antecedente). Pero la realidad es que en el marco de las formas que iba adquiriendo el terror en los 60s ninguna película se había atrevido a los riesgos que se propuso Spider Baby. A su vez, en sus limitaciones formales y económicas, en su criterioso uso del fuera de campo, pero antes que nada, en su decisión de traer al centro el eje de la familia como núcleo organizador del horror. Esto la acerca velozmente a todo aquello en lo que el terror de las siguientes décadas postularía. Pero lo mas notable es que lo hace con una liviandad que nos evita las sentencias que tipos como Wes Craven (The Last House on the Left, 1971) le insuflarían al género en los años subsiguientes. No se la pierdan. Denle su oportunidad. Ah, y antes que nada: se consigue por youtube.

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Contemporánea: El fantasma (Joao Pedro Rodrigues, Portugal, 2000)
Cada vez que veo esta película de Rodrigues me asusto, porque realmente siento que estamos ante un ovni que no baja, que se mantiene an altura, que nos genera una superficie rebaladiza e imposible de asimilar. Película sobre la obsesión sexual (un verdadero omnívoro sexual que no le hace asco a nada ni a nadie), pero también sobre las pulsiones llevadas al extremo (que demuestran que toda pulsión vital también tiene mucho de pulsión de muerte y viceversa). Pero el modo en el que Rodrigues nos propone entrar a ese mundo no es la perspectiva del espanto, sino la de un observador privilegiado similar a una mosca: está presente todo el tiempo, circula en torno a su personaje, no lo abandona, pero al mismo tiempo se fascina con él, con su recorrido demencial, con sus obsesiones y prácticas destructivas que al mismo tiempo son una vía de escape a la sexualidad habitual. Frente a un cine calculador, administrador de emociones, el cine que nos propone el director en su opera prima es de una radicalidad inaudita para los estándares del siglo que estaba por comenzar. En ese recorrido Rodrigues se sale de la espceculatoria de hacer un film de ghetto, un film de “minorías sexuales” (qué espanto ese término). Lo que construye es menos una película sobre el sexo que una película sexual en donde en encuadre, el sonido, el modo de montar, la manera de construir la puesta en escena es en efecto una mecánica sexual en donde los espectadores nos quedamos pataleando. El final es de una perturbación suprema. Al día de hoy no me recupero de ese plano.

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