Fourteen

Por Carla Leonardi

Fourteen 
EE.UU., 2019, 94′
Dirigida por Dan Sallitt
Con Tallie Medel, Norma Kuhling, Lorelei Romani, C. Mason Wells, Dylan McCormick, Kolyn Brown, Willy McGee, Scott Friend, Evan Davis, Ben Sloane, Caroline Luft, Strawn Bovee, Solya Spiegel, Aundrea Fares, Michael Wetherbee, A. S. Hamrah, Vadim Rizov, Lydia Kavanagh

El dolor y el vacío

Por Carla Leonardi

Hay películas a las cuales la austeridad formal y económica es el recurso que más conviene en función de aquello que se quiere narrar, como es el caso de Fourteen (2019), quinto largometraje del realizador estadounidense Dan Sallitt. El film cuenta la historia de las vicisitudes de la relación entre dos amigas (que se conocen desde la infancia) a lo largo de diez años, los cuales trascurren durante su inserción en la vida adulta, luego de concluir la etapa de estudiantes en la facultad. 

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En este drama intimista, el minimalismo formal resulta efectivo, no sólo porque al sugerir (antes que mostrar explícitamente,) involucra al espectador en la construcción del film, sino también porque vehiculiza una riqueza simbólica en la apertura a una pluralidad de aristas y sentidos desde la cual abordarla. Hay al menos tres posible entradas para leer esta película: el desarrollo de la amistad en si misma, los cambios que van experimentando las protagonistas en sus relaciones con sus partenaires masculinos y respecto de su feminidad y también la cuestión del abordaje de la enfermedad mental. 

La película está narrada desde el punto de vista de Mara (Tallie Medel), personaje más estable y reconocible (con el cual es más plausible que se identifique el espectador), a partir del cual vamos conociendo la historia y las vicisitudes de su vínculo con Jo (Norma Kuhling), una joven que padece un trastorno psiquiátrico. A lo largo de la película vemos que hay intermitencias en la relación entre ambas amigas, pero no obstante, cada tanto siempre están en contacto y al tanto de las novedades de una y otra. Los amigos son precisamente aquellos que quizá uno no ve cotidianamente, pero que aunque pase el tiempo, siempre están y cuando se produce el encuentro todo fluye con la naturalidad de haberlos visto el día anterior. 

Pero el director no nos transmite una idea romántica o idealizada de la amistad, sino que se atreve a mostrar que no se trata simplemente de estar en los momentos felices o de diversión, sino principalmente en los momentos difíciles por los que atraviesa el otro, dando cuenta del verdadero valor de la amistad. El lazo amistoso entre Mara y Jo, por tanto, se forja durante la escuela primaria, cuando Jo con valentía defiende a Mara de las compañeras que le hacían bullying por ser la nueva. Se establece así un vínculo en el cual Mara queda en una suerte de deuda respecto de Jo. 

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Así, ante cada crisis emocional o dificultad laboral que tenga Jo, Mara responde con su presencia, transformándose en el único punto de apoyo en los momentos de desestabilización de su amiga. Pero este lugar no es fácil de ocupar ni mucho menos de sostener en el tiempo. Jo irrumpe imprevistamente  en la cotidianeidad de Mara, quien se ve en la situación de interrumpir citas amorosas, tareas laborales o las visitas de su madre para acudir al socorro de Jo, incluso a riesgo de quedar plantada por ésta. Las insistentes e imperiosas demandas de Jo, resultan a veces difíciles de soportar para Mara, lo cual la lleva a plantearse la necesidad de tomar distancia de ella por un tiempo, cuando Jo está un poco mejor. La intermitencia cíclica del juego de la presencia/ausencia es entonces el signo característico de esta relación, que se mueve al compás de las crisis emocionales de Jo.      

En relación con lo femenino, las amigas funcionan al comienzo dando cuenta de la duplicidad o escisión de lo femenino. La diferencia de carácter entre ambas amigas se cifra en la escena en la cual conversan apoyadas en un muro. La proliferación de ramas de enredaderas sobre la que se apoya Jo, da cuenta de su intensidad emocional, de su desmesura. Al menos en contraposición a la sencillez y contención de las ramificaciones donde se apoya Mara. Al mismo tiempo, el cigarrillo en manos de Jo da cuenta de su ansiedad, mientras que el labial en manos de Mara, de su dificultad respecto de lo femenino. Donde Mara es la chica con inhibiciones y dificultad para aceptar ser tomada como causa de deseo por un hombre, Jo presenta un estilo más liberal respecto de su sexualidad y más desenvuelto respecto a dejarse tomar como objeto del deseo de un hombre. 

Así Jo representa para Mara, la otredad de lo femenino que a ella le cuesta encarnar. Mara se experimenta así misma como inferior, apocada y opacada respecto de Jo. La ve como la imagen ideal que representa aquello que no puede ser, dado su deslumbrante belleza, su éxito para atraer a hombres atractivos y su inteligencia original que le permite forjar ideas que están más allá del sentido evidente y cotidiano. 

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Cuando Mara comienza a mantener una relación con Adam, la mirada de éste sobre Jo (que la considera linda, pero problemática), modifica la imagen que Mara tiene de su amiga. Caído el ideal, Mara puede comenzar a conectarse con lo femenino en ella misma, puede ser más atrevida en los juegos de seducción con Adam. Vemos que ya no se trata para ella simplemente de responder a las condiciones y requerimientos fetichistas de su partenaire (que la lleva a pensar en la posibilidad de complacerlo en su fantasía del trío sexual), que ya no vive ser tomada como objeto del deseo de un hombre como un insulto, sino que tomando la iniciativa se sirve de ocupar ese lugar a titulo instrumental para intentar alcanzar el goce femenino, ese que está más allá del goce.

En rigor, Jo encarna una feminidad desamarrada. De ahí la labilidad de sus vínculos con los hombres, mientras que Mara es un personaje que ilustra la posición femenina, que implica sostener el vacío. En este sentido, Mara se presta a vestirse con los ropajes que ilusionan a su hombre, pero para trascenderlos. Cuando nace su hija Lorelei (y ya separada de Adam), es la niña quien encarna la representación de la función de un límite respecto de lo ilimitado femenino que ahora se desplaza hacia el goce de las palabras que encuentra tanto en la escritura como en los cuentos que inventa y relata a su hija para dormir.  

Al mismo tiempo, vemos que cuanto más avanza Mara en su carrera profesional y en su acercamiento a la feminidad, más deteriora la vida laboral, la salud mental y el brillo de Jo. 

Con respecto al trastorno mental de Jo, al comienzo el director nos la presenta durmiendo durante mucho tiempo, incapaz de cumplir horarios laborales y por lo tanto con dificultad para permanecer en ellos, distraída o volada, lo cual hace suponer que se trata de efectos del abuso de drogas. Pero Josh, su primer novio y también dealer, le deja saber a Mara que el problemática  de Jo, va más allá que un trastorno por adicción. Al mismo tiempo, nos enteramos del carácter cíclico de los episodios de inestabilidad emocional de Jo, de que luego del episodio de amenaza con un cuchillo hacia su novio Tim fue medicada con un antidepresivo y -por boca de ella misma- que realizó diversos tratamientos psiquiátricos sin continuidad, así como que todo comenzó cuando tenía 14 años. 

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En este punto resulta interesante por parte del director que nos dé las pistas, pero que nunca ponga en boca de ninguno de los personajes un diagnóstico preciso de la enfermedad de Jo. De esta manera, evita la estigmatización del paciente psiquiátrico y apunta más bien a resaltar lo que Mara pudo tomar de Jo (su lucidez para ver más allá de los semblantes y los sentidos determinados, su valentía para enfrentar a las chicas malas del colegio donde otros se inhibirían), antes que su aspecto deficitario. Por otra parte, evita el aspecto patético y obsceno respecto de la enfermedad mental y logra trabajarlo con sutileza. 

Al mismo tiempo, Sallitt realiza un agudo cuestionamiento al tratamiento que se realiza a los trastornos mentales en el sistema de salud estadounidense. Se trata de un modelo eminentemente médico, que entiende la enfermedad mental como un déficit en la química cerebral. De esta manera, se limitan a decretar un diagnóstico y a recetar la medicación que corresponde al conjunto de síntomas que compone determinado trastorno de la clasificación. Esto da cuenta de por qué los tratamientos se ven interrumpidos o resultan fallidos. La medicación es condición necesaria, pero no suficiente para lograr una estabilización.  

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Espontáneamente Jo elabora dos soluciones posibles para su malestar: el alojamiento en la escucha y ayuda que encuentra en Mara, frágil porque podría no hallarla en algún momento, y las drogas como modo de anestesiar el dolor psíquico, que le traen aparejadas otras dificultades. Como pide a gritos Jo, no hay espacio alguno que le de la palabra al sujeto sufriente. Un espacio psicoterapeútico le permitiría posiblemente elaborar un dique simbólico que ponga límite al desamarre. 

Hay un elemento formal interesante que emplea el director en ciertos momentos, de impronta teatral y que consiste en dejar la cámara fija en ciertos espacios (como por ejemplo un muro en la pared, una puerta o una estación de tren), para luego de cierto tiempo hacer entrar a los personajes en el cuadro. De esta manera nos transmite no sólo la soledad de Jo, sino también la idea de un vacío. Este vacío no es sólo la representación del que puede experimentar Jo, sino que además anticipa la insondable decisión del ser que ella tomará hacia el final.  

De esta manera, el título Fourteen, corresponde a la marca del desencadenamiento, a ese momento que sitúa un antes y un después, sin retorno posible, en la vida de Jo. Se trata de la huella a partir de la cual tanto sus padres, como sus novios ocasionales y la indiferente sociedad en general, la han dejado sola frente al insoportable dolor de existir.

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