#DossierGray – Introducción

Por Tomás Carretto

Más corazón que odio: El cine como experiencia sensible

Por Tomás Carretto

Entre los cineastas de su generación James Gray se diferencia claramente del resto por varias razones. Su mirada a corazón abierto parece desentonar con el patrón cínico y desangelado (no estoy haciendo una crítica generalizada, aunque sí estableciendo una diferencia) de la mayoría de sus co-generacionales: Paul Thomas Anderson, Christopher Nolan, Denis Villeneuve, Bryan Singer, Christopher McQuarrie, Andrew Dominik, Zack Snyder, Darren Aronofsky, Sam Mendes, David Mackenzie, J. J. Abrams, Nicolas Winding Refn, Martin McDonagh y siguen las firmas. Al mismo tiempo, tampoco parece tener esa sensibilidad prefabricada de los Wes Anderson, los Kevin Smith, los Noah Baumbach. Pertenece a un tercer grupo todavía más reducido de directores donde el componente emocional y la pericia técnica van juntos. Donde el celo por seguir ligado a una tradición se mantiene. Donde no hay universos cerrados sino que el mundo con todas sus contradicciones y todos sus dolores se filtra. Quizás podríamos meter en este grupo a Joe Wright y el director de documentales Asif Kapadia y no muchos más. 

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Es así como se fue haciendo evidente para nosotros la importancia de dedicarle a Gray algo más que la simple crítica de sus películas. Agreguemos a esto la pereza de muchos críticos. Que aunque empapelan sus críticas hacia Gray con frases laudatorias nunca terminan yendo más allá. Empieza a hacerse necesario pensar el cine de Gray en un nivel de profundidad que verdaderamente le haga justicia. Sin ir más lejos, uno de los argumentos para desmerecer su cine es colgarle rápidamente la etiqueta de cineasta clásico (o neoclásico para hablar con propiedad) porque el clasicismo primigenio caducó frente a los primeros rayos de sol del modernismo, que clausuró cualquier postura de inocencia frente al artificio. 

Neoclásicos eran también Spielberg, Coppola, Scorsese, Friedkin (De Palma siempre mantuvo esa tensión manierista entre lo clásico y lo moderno), aquellos discípulos de Corman que James Gray tanto admira. Pero ser neoclásico es un desafío mucho más complejo hoy que ayer, es huelga decir. En aquel tiempo (fines de los 60 y principios de los 70) lo que logró la generación del New Hollywood fue majestuoso. Adaptar el cine de los viejos maestros a una nueva mirada que tampoco desdeñara tradiciones de la modernidad. Una mirada más joven. Adaptarla a sus gustos, sus instintos, sus consumos, sus estilos de vida. Rockearla (como quien dice) con inteligencia, estilo, potencia e identidad. Darle ese giro Clive Davis (aquel legendario productor discográfico surgido en aquellos mismos años) al viejo cine clásico. Embeberse de las vanguardias modernas sesentistas, si, pero también de los géneros menos prestigiosos. De la hechura menos solemne del cine B. De la televisión y de la música (es decir de dos grandes formas del consumo popular). Transgredir viejos códigos y tabúes. El experimento salió tan bien que el neoclásicismo se extendió varios años más (depende de el interpretador se extendió hasta los primeros ochentas o siguió influyendo casi tres décadas más).  En ese punto se empezó a desmerecer otra vez la importancia del director. ¿Es el clasicismo lo que hace grande al cine o son Spielberg y Scorsese? La impronta se transformó en un costumbrismo (a veces esmerado, a veces rancio), que a su vez fue la pauta modélica para el cine mainstream. Pero todos estos cambios se dieron en un mundo que seguía siendo analógico. Un mundo cerrado donde la pericia y lo original era difícilmente reproducible. La experiencia del home video que sirvió para educar y explorar filmografías no era (entonces) análoga a la experiencia de la sala de cine. 

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Fue en la segunda mitad de la década del 90 donde apareció una ola de nuevos realizadores. No solo Gray y los nombrados aquí arriba. Esa tendencia se extendió a todo el mundo. Y permitió el surgimiento de nuevos cines. Entre ellos el nuevo cine argentino (que ya tiene varios pirulos encima). Gray es parte de ese gran lote de realizadores que estuvo en el momento justo en el lugar indicado. Lo que podemos agregar también es que, mirando en retrospectiva, Gray se desmarca como un cineasta totalmente a trasmano de su tiempo. En lugar de focalizarse en lo que es norma entre los suyos: la pura expresión personal y el regodeo con la imagen, Gray va en otra dirección. Hablamos de un cultor celoso de los géneros y las construcciones dramáticas. Los festivales de cine (en principio) –que comenzaron a reproducirse y popularizarse- les dieron lugar a todos estos nuevos realizadores para empezar a despuntar sus carreras, y también a Gray que en un principio parecía contranatura frente a aquel mundo de cineastas noveles.

Frente a ese clasicismo que se estaba apagando (y su deriva costumbrista que generaba tanto rechazo) apareció un nuevo cine, difundido con vehemencia en los festivales, una suerte de tendencia neo-modernista que despotricaba contra el anquilosado clasicismo hollywoodense. Claro que esto fue hasta la llegada del 11S que generó un impacto irreversible en la visión de mundo de los Estados Unidos. Y también en su cine, como era de preverse. Hollywood casi como acto reflejo dejó de confiar en los géneros, como discursos contenedores. Su mirada sobre el mundo se volvió cínica y desangelada (en sintonía con sus nuevos cineastas en auge que tuvieron la enorme virtud de tomar ese pesimismo latente y misantrópico que estaba en la atmosfera). El cine de festivales se quedó sin cine contra el cual despotricar y atacar. Y sus pinturas -a falta de referente diferenciante- se empezaron a repetir.

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Las fronteras de ese mundo cerrado, de ese viejo mundo analógico, se resquebrajaron paradójicamente con el atentado del 11S. La cultura americana que era fuertemente autorreferencial empezó a percibir el temor por un “otro”. Y el optimismo (que se vendía como marca de fábrica) viró en un pesimismo que contaminó todo. El atraso tecnológico del mundo analógico había ayudado antes a establecer jerarquías y evitar el vacio de la anomia y de lo cotidiano que hoy es la norma. Con la digitalización, las posibilidades tecnológicas hicieron implosionar el resto. Internet y la piratería se transformaron en una amenaza paranoide y se llevaron puesto el viejo orden, entre ellos los viejos modelos de producción. Ya no hay más jerarquías. Ni miradas que destaquen. La mirada cínica y desangelada del post 11S se llevó puesto a los géneros tal cual y como los conocíamos y se perdió cualquier rastro de inocencia. Hoy lo nuevo y lo original corre el riesgo de ser vampirizado al momento mismo de su emergencia. De replicarse hasta el infinito y convertirse en impersonal. 

Para sobrevivir y frente al recelo de la piratería, el cine norteamericano se focalizó en los tanques (con estrenos simultáneos en todo el mundo) en desmedro de sus propias películas medianas y chicas. Por estos años (quizás fruto del cansancio) Spielberg y Scorsese dejaron de filmar con asiduidad. Personajes como Kim Dotcom se transformaron en villanos grotescos, terroristas al nivel de Osama Bin Laden. 

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Marvel y el cine de superhéroes fue una salida. Se podía luchar contra el terrorismo global y vender una nueva épica. Pero el mainstream  se quedó sin directores para relevar la vieja guardia. Y tuvo que apelar a varios de los directores de la NCA (la nueva comedia americana). Quizás el único cine (en todo este tiempo) que se mantuvo al margen del cinismo y desangelamiento post 11S. De repente el absurdo de ver a los hermanos Russo, Adam McKay, Todd Phillips, Peter Farrelly, el gordo Jon Favreau, filmar proyectos mastodónticos.  Haciendo films serios y solemnes. 

Con todo lo descripto arriba no está de más decir que el cine de Gray es un antídoto frente a las calamidades. Las películas de Gray nunca dejan de ser melodramas. Y su mirada tiende a ser pesimista. Pero son películas a corazón abierto que todavía creen en las personas y que no se someten al nihilismo deshumanizante. Cineasta Pre11S, el humanismo grayciano y su pericia dramática y maestría técnica y estética se van haciendo cada vez más imprescindibles. Se necesitan más directores como Gray para revivir al cine. Se necesita más corazón que odio. Espero que lo disfruten.

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