Fue la mano de dios

Por Marcos Rodríguez

È stata la mano di Dio 
Italia, 2021, 130′
Dirigida por Paolo Sorrentino
Con Filippo Scotti, Toni Servillo, Luisa Ranieri, Teresa Saponangelo, Marlon Joubert, Lino Musella, Renato Carpentieri, Sofya Gershevich, Enzo Decaro, Massimiliano Gallo, Elisabetta Pedrazzi, Ciro Capano, Biagio Manna

La vida misma

Hasta los detractores de Sorrentino nos terminamos por cansar de señalar la distancia que hay entre sus películas y las de Fellini. El problema es que el señor Sorrentino insiste en señalar de forma directa esas películas como plantilla para las suyas, y en Fue la mano de Dios hasta mete a Fellini como personaje, además de introducir referencias mamarias a granel. Si La grande belleza quería ser una nueva La dolce vita, La mano de Dios parecería querer emular al Amarcord de Fellini, aunque, si somos sinceros, sus aspiraciones lo dejan más cerca de la Roma de Cuarón que la de Federico, lo cual no es decir poco.

Por supuesto, no es que esté prohibido referir al cine de Fellini y hasta copiarle las formas; Moretti lo hizo durante décadas con resultados excelentes. El problema es que las formas resucitadas, además de referencias, deberían contener algún sentido propio, una razón de ser más allá de la cita. Ahí donde Fellini jugaba, acumulaba, inventaba, Sorrentino despliega, siempre con parsimonia, siempre con la lentitud necesaria para que el espectador sea consciente del virtuosismo con el que trabaja su cámara (más referencias a Cuarón). Hasta sus chistes terminan por parecer solemnes de tanta preparación y exhibicionismo técnico.

Hay que reconocerlo: Fue la mano de Dios debe contener la menor proporción de ampulosidad de cámara por minuto de película de toda la filmografía de Sorrentino (sus últimas películas ni las vi, pero asumo). Y estoy bastante convencido de que esta debe ser su película más “humana”, por decirlo de alguna forma. Digamos que me conmovió: no por la belleza desgarbada de las lágrimas reprimidas de su protagonista (que vendría a ser el propio Sorrentino de joven, digamos: Sorrentino filmando las lágrimas de Sorrentino) sino porque por una vez parece dispuesto a construir personajes queribles, con fallas pero con una simpatía enorme, y es ahí donde late el corazón de esta película: no en lo que dice sobre Nápoles, sobre la vida o sobre el cine, sino en la figura de esos padres un poco ridículos, muy burgueses y genéricos pero enormemente queribles. Padres que son padres como los de cualquiera, pero a los que queremos porque, durante lo que dura esta película, son los nuestros.

Todo el resto es grotesco mal ejecutado y cháchara, nada nuevo en el cine de Sorrentino. Pero en el medio de eso está esa emoción genuina: la de un chico que mira al matrimonio de sus padres y recuerda chistes tontos. La nostalgia es inevitable, pero (y este creo que debe ser el mayor hallazgo de la película) también hay mucha vitalidad: la vitalidad del entusiasmo por Maradona en el Nápoles, la vitalidad del amigo contrabandista, la vitalidad de la tía ninfómana y loquita, todas fuerzas que empujan adelante, que empujan a Fabietto (el Sorrentino joven) a salir de ese pozo de melancolía que Sorrentino confunde con profundidad de contenido. Uno quiere ver a esos padres y cuando ya no los ve es cuando la película se vuelve más plomiza: por los colores, por la falta de sonrisas. Sí hay lágrimas y también reflexiones sobre el cine.

Un detalle curioso: unas cuantas veces los personajes citan una supuesta frase de Fellini, quien habría dicho que hace películas para escapar de la vulgaridad aplastante de la vida real. Avanzada la película, Fabietto dice que él quiere dirigir películas. Fue la mano de Dios es, entendemos, la película que Fabietto salió a hacer cuando dejó atrás su ciudad, su familia y su pasado para descubrir el cine. Sin embargo, Fue la mano de Dios no respeta la (supuesta) máxima de Fellini, que de tanto repetirse parecería querer ser la máxima de Fue la mano de Dios : un cine fantasioso construido para escapar de la vulgaridad. Hay fantasía en esta película, sobre todo por el lado del grotesco y el azar injustificado, pero no hay escape. Al contrario: el grotesco parece querer decir algo, revelar una verdad, al igual que la ambientación realista, la reconstrucción cuidadosa, la atención puesta en generar esa sensación de “la vida misma”.

En un momento, sobre el final, cuando está decidido a hacer cine, Fabietto persigue a un director que vive en Nápoles y se embarcan en un coloquio sobre la vida y el cine, y el director/mentor, después de putearlo un poco, dice: “Para hacer cine, tenés que tener algo para decir. ¿Tenés algo para decir?”. En la ficción, Fabietto no sabe qué contestar, pero su indecisión no hace más que poner en evidencia el juego: el Sorrentino viejo sí siente que tiene “algo para decir”. Ese algo es Fue la mano de Dios , donde viene a explicarnos cómo es la vida, cómo es Nápoles, cómo hay que vivir la vida y lo que debería ser el cine.

Fellini nunca se animó a tanto.

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