High Flying Bird

Por Amilcar Boetto

High Flying Bird 
EE.UU., 2019, 90′
Dirigida por Steven Soderbergh
Con André Holland,  Kyle MacLachlan,  Zazie Beetz,  Caleb McLaughlin,  Michelle Ang, Melvin Gregg,  Jeryl Prescott,  Zachary Quinto,  Bill Duke,  Sonja Sohn

El rostro y la rodilla

Por Amilcar Boetto

En algún momento, durante la cursada de mi carrera, tuve que exhibir en una clase un paupérrimo material filmado para una entrega, cuyos requerimientos se basaban en filmar una parte de la ciudad de alguna manera singular. A la hora de la devolución la profesora encargada de la clase destrozó sin piedad mi material argumentando que filmar con un celular mataba toda personalidad que un autor pudiera volcar sobre su propia obra. Que la imposibilidad de usar trípode, que la imposibilidad de cambiar el tamaño de lente, que todo se ve igual. No me fui muy conforme.

High Flyng Bird 3

Este año Netflix subió a su plataforma High Flying Bird, película de Steven Soderbergh filmada íntegramente con un iPhone 8 (empresa en la que el director nacido en Atlanta se había embarcado el año pasado con Unsane). Fue recién ahí cuando logré entender mucho más la crítica de mi profesora que, en un principio, me había parecido más un acto de pretensiosidad y arbitrariedad más que una sincera opinión sobre un material, desde ya, deleznable, si vamos a decir la verdad digámosla completa.

Porque si bien todos estamos al tanto de la notable crisis derivada de la merma de público en los cines, y que esa consecuencia encuentra alguna de sus causas en esos pequeños y bellos artefactos que son los celulares, no deja de ser importante pensar algo más detenidamente qué posturas posibles puede asumir un autor ante un contexto en donde posiblemente sus películas sean visualizadas en pantallas pequeñas. En esta dirección debe reconocerse un gesto osado en Soderbergh: combatir el supuesto enemigo desde adentro ¿sino puedes con ellos, únete? A ver, yo diría más bien otra cosa: si mi película va a ser vista en pantalla pequeña, filmemos desde la pantalla pequeña. Una lógica que implica que la adaptación del cine a los nuevos métodos de ritualizar el cine tiene que apropiarse del mismo artefacto que supuestamente está reduciendo al cine para filmar un producto “celuleable”, que se vea como un video que filmaste con tu smartphone…pero de hora y media de duración, claro.

High Flying Bird

La película está hecha para verse en las pantallas de un celular, al igual que todo lo que un celular graba. En caso de ver el material en pantalla grande dejaría en evidencia los problemas de textura de la imagen. Ahora bien, excediendo las limitaciones potenciales del soporte, viene la segunda pregunta… ¿como se filma esto? Y aquí retorna (todo retorno tiene algo de represión y toda represión algo de norma, por eso el retorno es el retorno de lo reprimido) la voz de mi profesora como una enorme advertencia: cuidado con la lógica del empate. A ver: sabemos que el mayor problema de filmar con un celular es, en efecto, la lógica del empate o mejor dicho, la lógica de la equiparación. El empate, entonces, hace que todo se vea igual, y que, por lo tanto, nada tenga peso dramático. En buena medida, filmar con un celular parecería empeorar el asunto que ya era un problema en las primeras épocas del lenguaje televisivo: todo se ve con el mismo angular, y es que ante los ojos de un celular, todos los recuerdos familiares que uno filma se representan de modo similar, al menos desde la forma. Si, claro, podrán decir que lo importante está en el contenido de lo que registramos, no en la forma. Pero para el cine está decisión es, cuando menos, polémica. Hay un problema todavía mayor, Soderbergh parece no tener precisiones a la hora de establecer una decisión de corte. Aqui el criterio de montaje (y esto excede al soporte celular, aclaremos) el corte está porque si.

Quizás sea interesante pensar que Soderbergh no solo filma con el soporte iPhone, sino que filma como se filmaría una serie con un iPhone. No hay una obsesión por la variación formal (lentes y montaje, ante todo), sino en establecer un registro preparado para verse en un celular: no hay inconveniente o pérdida derivados del empate sencillamente porque High Flying Bird no está pensada para ser vista en pantalla grande. En esta dirección hay algo de sombrío en la posición del director, como si de alguna forma pareciera rendido a rezar la máxima que indica que el cine murió y lo que nos quedan son la historias de Instagram. Y que en este mundo bombardeado por imágenes (en donde solo con entrar a dicha red social uno ya visualiza un número aproximado de 300 imágenes por día) ninguna vale más que la otra, solamente vale un encadenamiento de historias.

High Flying Bird Steven Soderbergh

En esa indistinción de qué imagen vale más o menos (indistinción estéril si las hay) es interesante pensar en el último diálogo de High Flying Bird, en el que se descubre el operativo con el que el personaje principal salva a su empresa -y aparentemente a la NBA también- con una de las escenas de Moneyball en la que luego de haber perdido la final de la serie mundial, el personaje de Brad Pitt soporta un primer plano sobre su rostro sin saber que acaba de fundar el futuro del béisbol. En esa comparación, en donde el registro se limita al registro y el registro se convierte en lenguaje expresivo y emotivo es donde emerge el contraste entre un cine que siempre puede reinventarse y otro en el que un rostro y una rodilla son la misma cosa.

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