In Fabric

Por Raúl Ortiz Mory

In Fabric 
Reino Unido, 2018, 118′
Dirección Peter Strickland
Con Marianne Jean-Baptiste,  Sidse Babett Knudsen,  Caroline Catz,  Julian Barratt, Gwendoline Christie,  Hayley Squires,  Leo Bill,  Richard Bremmer,  Steve Oram, Susanna Cappellaro,  Sara Dee,  Eugenia Caruso,  Jaygann Ayeh,  Pano Masti, Terry Bird,  Simon Manyonda,  Derek Barr,  Fatma Mohamed,  Barry Adamson, Gavin Brocker,  Karl Farrer,  Antonio Mancino,  Kim Benson

Algo rojo

Por Raúl Ortiz Mory

Un vestido rojo provoca desgracias a quienes lo portan. Vuela ondulante sobre sus víctimas por las noches como si estuviera vigilándolas. Está ligado a una secta satánica que practica ritos medievales. Modula y altera el comportamiento de las mujeres. Aunque flagela, despierta placer y dependencia en sus víctimas. Un vestido rojo también puede ser el arma más letal para desnudar la miseria de una sociedad de consumo alimentada por el sistema bancario. Además, puede ser una justificación para no ponerse solemnes y criticar con sorna los objetivos de la publicidad. 

En un mundo donde muchos despistados creen que las necesidades elementales están cubiertas, pero donde realmente las ambiciones por parecer deseables son infinitas, el director británico Peter Strickland, ofrece un retrato de la soledad y la insatisfacción en clave de terror que apunta más allá de la significación social que encierra el consumo.

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Strickland ganó elogios internacionales cuando en el 2012 estrenó Berberian Sound Studio, una película que rinde homenaje al giallo más clásico -ese estupendo subgénero italiano que llevó a directores como Mario Bava y Dario Argento a la condición de referentes de culto-. BSS mostraba a un técnico inglés (Toby Jones), que era contratado por un director italiano para que se encargara de la sonorización de una película de terror. El proceso de postproducción, las actitudes de un jefe inestable y la aparición de mujeres fatales de perfiles siniestros hacían que el ambiente se tornara opresivo y misterioso para el técnico, llevando las acciones, y su paciencia, al límite. 

BSS funcionaba, entonces, por muchas razones. Entre ellas, su premisa enmarcada en la metaficción, trabajada por un diestro manejo del fuera de campo. La actuación de Jones, trasladada a un ejemplo exquisito de transformación y alteración psicológica a la vez complementada con una creíble puesta en escena setentosa que potenciaba la sensación de encierro que recubre a un estudio de sonido eran los elementos que completaban el conjunto.

Tras recibir elogios en cuanto festival se exhibió BSS, la crítica sembró evidentes expectativas respecto al siguiente trabajo de Strickland. The Duke of Burgundy llegó dos años después de la entrega anterior y comprobó que lo del realizador inglés no había sido un golpe de suerte. 

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Las situaciones en TDOB no estaban enmarcadas en una época o un lugar exactos, como si el tiempo no importara y la relación amorosa entre las dos protagonistas estuviera suspendida en el tiempo, para vivir el presente sin mayores preocupaciones trascendentes. Sin embargo, la aparente vida reposada de Cinthya (Chiara D’Anna) y Evelyn (Sidse Babett Knudsen), poco a poco, invitaba al espectador hacia un mundo donde los hombres, literalmente, no existian. Y como contrapunto las dos mujeres intercambiaban roles de sometimientos, humillaciones y complicidades eróticas, alejadas de las grandes metrópolis. Cinthya asumía el rol de una sumisa criada y Evelyn el de prepotente patrona. Si la primera no realizaba adecuadamente las tareas cotidianas, la segunda la castigaba a nivel físico y psicológico. El placer que las dos experimentaban al representar sus roles también se podía apreciar durante sus encuentros amorosos. 

La sutileza de Strickland, como en BSS, aunque en menor número de circunstancias, se traducía al recurso del fuera de campo para no dejar que las acciones sexuales desviaran la atención de la trama. Strickland sugería con audacia -y no se amparaba en lo explícito- para exponer su propuesta. TDOB no es exactamente una historia de amor lésbico dominatrix, sino la alegoría de un mundo que se rige por breves momentos de disfrute frente a la necesidad de autodescubrirse sin inhibiciones.

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Entonces…¿qué puede llevar a un director a saltar desde la vereda de un estudio de grabaciones en la Italia de los 70s hasta un panorama ochentoso donde un vestido rojo asesina a quienes no se someten, en medio de una desbordada sociedad de consumo, haciendo escala en un paraje atemporal que revela una historia de lesbianismo romántico lejos de los lugares comunes de la representación que el cine en mayor o menor medida nos ha terminado habituando? 

In Fabric es la última película de Strickland, aquella del vestido rojo y maldito, que vuelve a las raíces del giallo para demostrar que el género nunca se fue…en todo caso apenas sufrió un desplazamiento, quedando a merced de mutaciones del terror clásico. La película del director británico desarrolla una historia sencilla: Sheila (Marianne Jean-Baptiste) es una mujer madura que recién sale de una separación matrimonial. Vive con su hijo, un joven que la respeta poco y que todo el día fornica con su déspota novia en la habitación contigua a la de su madre, quien se siente muy sola. La mujer sopesa su tiempo muerto con un trabajo en una entidad financiera que no la motiva. Un día, antes de citarse a ciegas con un hombre al que “conoce” por un anuncio en el diario, visita una tienda para comprarse un atuendo. La vanidad ocasional y las entendibles intenciones por impresionar a alguien causan tanta ternura y piedad que la empatía hacia el personaje es inevitable. 

La trama podría seguir el rumbo feliz de la nueva pareja de adultos cincuentones o cómo podría reaccionar el hijo de Sheila ante esta relación. Pero el camino que toma la película es menos lógico y más emocionante. El vestido que compra Sheila es llamativo, elegante y asesino. La prenda produce sarpullido, destruye la máquina lavadora y asfixia con su envolvente tela. Todo puede parecer una locura, pero Strickland lo hace tan creíble, incluso en su condición hiperbólica, que en ningún momento cae en la ridiculez. El humor agudo, las referencias al individualismo moderno y las interrelaciones humanas que se limitan al instante, dejan de lado cualquier mirada exclusiva sobre la prenda endiablada. 

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Lo único que se le puede objetar al director es el giro que hace cuando cierra la historia de Sheila, a mitad de película, y el vestido pasa a poder de una pareja de jóvenes perdedores. El cambio es brusco y toma tiempo adaptarse a la idea de que el mundo de Sheila desapareció. Entonces, debemos recordar que ni ella, ni la secta camuflada en la tienda de moda, ni la pareja protagonista de la segunda parte del film, ni el propio vestido, son los protagonistas en In Fabric. Son los efectos de la vanidad y el consumismo los que guían esta hermosa fábula macabra que termina por consolidar a Peter Strickland como un director que rompe estándares y asume riesgos respetando algunas reglas clásicas del género. 

La del director inglés es una mirada innovadora que se esmera por mostrar aristas desconocidas que van potenciadas por el sonido, la puesta en escena y una serie de personajes inquietantes y entrañables. Hasta un vestido rojo, maldito, puede causar alboroto y complicidad.  

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