Indiana Jones y el dial del destino

Por Federico Karstulovich

Indiana Jones and the Dial of Destiny
Estados Unidos, 2023, 154′
Dirigida por James Mangold.
Con Harrison Ford, Phoebe Waller-Bridge y Mads Mikkelsen, Antonio Banderas, John Rhys-Davies, Shaunette Renée Wilson, Thomas Kretschmann, Toby Jones, Boyd Holbrook, Olivier Richters, Ethann Isidore, Martin McDougall y Alaa Safi.

En busca del tiempo perdido

No hay que tener cuarenta o treinta y pico para sentirse interpelado por la saga del doctor Jones. En todo caso, si eso sucede, será una cuestión generacional, tan válida en un principio como la misma franja etaria en plan de conmoción viendo la serie de Fito Páez. No, no te conmueve lo que ves sino lo que fuiste proyectado en lo que ves. Posiblemente el mismo problema del recurso extorsivo del nosotros inclusivo pasó por la cabeza de Spielberg (y sin dudas por la de Mangold) cuando sobrevino la posibilidad. Dale, juntémonos y hagamos la última. La última real. Una despedida a todo trapo (que eclipse a la malquerida cuarta entrega, que ya tendrá algún justo reconocimiento dentro de unos años cuando el cine de aventuras sea, quizás de forma definitiva, el recuerdo de otro siglo.)

Ninguna de las cinco partes de la saga de Indiana Jones está atravesada por el cinismo. Menos que menos por la lástima o algo parecido a la especulación retro. Menos que menos por la extorsión generacional (que en los ochentas pudo haber interpelado a los adultos de entonces, acaso capaces de recordar a los seriales y a las películas de los 30s, 40s y 50s, que según su competencia cinéfila podrán considerar que este compilado comparativo es exagerado o no). El neoclasicismo spilberguiano siempre obró de buena fe con la tradición a la que aludía: no se propuso recrear el pasado para lloriquearlo, ni para hacer una jugarreta de mercado (al menos no exclusivamente), pero tampoco para comentarlo con desprecio (recordemos que pertenece a la tradición del New Hollywood, que fue la de los especialistas en sincretismos entre clasicismo y modernidad, siendo la cinefilia la argamasa que cerrara esa grieta estéril). En este sentido todas las Indiana Jones estaban despidiéndose (y despidiéndonos) del pasado desde el minuto cero. En este aspecto, Indiana Jones y el dial del destino no hace nada muy distinto a lo que se espera que haga. Por eso, en rigor de cuentas, es seguidora de una tradición que hace ya más de cuatro décadas se preguntaba cómo seguía una tradición (la clásica). El problema es que, detrás de esta operación en el presente (le llevamos a la primer película casi la misma cantidad de años que la primera le llevaba a los referentes que citaba en su extenso y crocante hojaldre cinéfilo) hoy, al menos, no podemos pedirle la misma operación que podíamos descubrir en los exponentes de los 80s. Por eso cuando vemos esta quinta entrega nos preguntamos casi insidiosamente: a quién le habla Indiana Jones y el dial del destino? Posiblemente sólo le hable a los niños de hace cuarenta años, lo que sería un problema si se tratara de una propositiva con carnet de exclusividad. Pero no sé de qué modo le puede hablar a un espectador de menos de 30. Y ni hablar de menos de 20 hoy por hoy sin que medie toda una operación que la película no propugna: un consumo derivado de la autoconciencia mala, que es el desprecio cínico frente al clasicismo.

Permítanme un excursus que retomaré si alguna vez se estrena ese pequeño milagro llamado No hard feelings (que estuvo a punto de estrenarse en la tercera semana de junio de 2023 pero que por algún motivo los distribuidores decidieron sacar de la grilla y ni siquiera darle la chance de reprogramar para otra fecha: suspensión indefinida). Como en aquella, Indiana Jones y el dial del destino pertenece al imaginario vigesimónico, es decir, al imaginario cultural del siglo XX que todavía habilitaba la construcción de una narrativa social y cultural. Ambas películas son hijas de ese imaginario que, en la cultura del cine dio cabida a la existencia de los géneros populares y canónicos como lo son el cine de aventuras y la comedia romántica (al primero adscribe IJYEDDD, a la segunda pertenece NHF). Esos imaginarios fueron revisitados por la cultura pop primero, por la cultura posmoderna luego. Y el vacío habilitó a que la autoconciencia fuera revestida de un código final y decadente, que es el cinismo. La autoconciencia cínica no solo no tiene un imaginario constructivo sino que su única posible propositividad (de carácter utópico, porque pretende un futuro amparado en esas reglas) es mirar al pasado para despreciarlo (cinismo) o para reescribirlo (reescritura política) si es que no media la voluntad museística del ejercicio de estilo (que no es más que replicar los procedimientos del pasado como si fueran fórmulas en frío). De esa manera el pasado queda encapsulado en su propia fosilización y sólo puede ingresar en el presente mediando las mencionadas operativas.

El presente,revestido en amianto, no sabe ni está en condiciones de pensar el pasado de otro modo (no porque lo postule yo, sino porque los ejemplos se multiplican y las anomalías son cada vez más escasas y limitadas). En esa volteada caen las películas que hoy por hoy intentan hacer un abordaje desesperado a los géneros, que son vistos por buena parte de la generación centennial como un rejunte de lugares comunes insoportables de otras épocas o bien los géneros son observados como intentos desesperados por el mainstream presente por aggiornarse a un discurso demagógico y falsamente inclusivo. De ahí que la interlocución con Indiana Jones y el dial del destino sea casi nula en términos de especulación de un plan de negocios durable.

Paso en falso? No, en todo caso Indiana Jones y el dial del destino es dueña de un orgulloso clasicismo que porta sobre sus hombros sin verse condicionada por nada ni por nadie. En todo caso, lo que sí podemos ver es que su desesperación por el paso del tiempo, por el envejecimiento está más patente que nunca. Pero lo que a primera vista se revela como un gesto crepuscular, en el fondo, quizás, sea un gesto desesperado. Por eso el CGI y la inteligencia artificial que logran un deepfake bastante preciso de Indy en sus treintas (y no en los casi ochentas de la diégesis presente de los hechos que narra) hablan de algo más que de un mero desarrollo tecnológico. El tiempo perdido, como obsesión principal de la película, se pone de manifiesto en toda ocasión: relojes, arrugas, artefactos antiguos, fotos, pero también saberes.

Y el saber antiguo, parece decir Mangold, casi citando a Spielberg, es el del clasicismo sin volteretas. Ese clasicismo desesperado es tan noble que no le permite a la saga volver al pasado para resolver nada mediante ninguna clase de multiverso canalla que reescriba el pasado (de hecho tengo la hipótesis de que en el imaginario multiversal de buena parte del mainstream de superhéroes actual, en el fondo, hay una demanda implícita por reescribir y cambiar el pasado). Pero en Indiana Jones y el dial del destino no sucede nada de eso: la gente se muere, la gente se aleja, la gente toma malas decisiones que inciden sobre el presente, la gente se queda sola y no logra comprender su tiempo. Y lo único que puede alterar esa melancolía es, apenas, el abrazo de los seres queridos, el cuidado y la hospitalidad para con los otros y desde los otros (por eso la saga siempre fue una saga de héroes éticos). En ese resguardo que llamamos tradición clásica pervive esta película a la que varios colegas trataron de “poco original”, “con tendencia a repetir lugares comunes de la saga”, como si el pasado no tuviera la menor importancia. Pero el presente tampoco.

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