Isn’t It Romantic

Por Gabriel Santiago Suede

Isn’t It Romantic
EE.UU., 2019, 88′
Dirigida por Todd Strauss-Schulson
Con Rebel Wilson, Liam Hemsworth, Adam DeVine, Priyanka Chopra,  Betty Gilpin, Marija Juliette Abney, Faith Logan, Jacqueline Honulik, Doris McCarthy, Eugenia Kuzmina, Annie Pisapia, Marcus Choi, Thomas Canestraro, Stacey Alyse Cohen.

El mi(ni)sterio de la felicidad

Por Gabriel Santiago Suede


Hay que ser feliz. No felices. No en conjunto. Hay que ser feliz como individuo. La felicidad, entonces, resulta un contrato: o sos feliz o te vamos a hacer sentir esa falta. Asi que mejor ponete las pilas y déjate de joder con eso de deprimirte. La depresión no paga las cuentas. La felicidad, la exaltación de los mundos que se expanden (carrera, trabajo, pareja, vida en todos los sentidos posibles de la publicidad), si. Por eso hoy por hoy lo intolerable no es la depresión ni la melancolía. Lo intolerable es el norte de la felicidad como un ejercicio de la burocracia diaria. Si te sentís oprimido, explotado, alienado, sé feliz. Ser feliz como una rutina de gimnasio, ser feliz como un tip de comida, ser feliz como un sistema cualificable. Por eso las Marie Kondo del mundo se multiplican. La felicidad puede construirse en económicos pasos.

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La comedia romántica es una de las formas de la felicidad. Quizás los géneros lo sean. Pero se trata de una felicidad artificiosa que opera por contrastes violentos. Tipos como Frank Capra sabían de eso. Sabían que detrás de todo acto de felicidad se oculta un rasgo oscuro. Por eso la felicidad como artificio es un verdadero misterio, un centro de sinsentido: para qué construir un mundo de mentiras y simulaciones si sabemos que no son ciertas y a partir de las cuales el encuentro con nuestro mundo cotidiano va a ser aún más duro y deprimente? Quizás exactamente para eso, para recordarnos que en la mierda cotidiana la felicidad del artificio casi no tiene lugar. Por eso las películas son sencillos contratos éticos: me quedo porque entiendo que no es posible. Y retorno con la fuerza de la no posibilidad.

El personaje que encarna Rebel Wilson (que repite su personaje de encantadora y guarra a la vez) no cree en las comedias románticas ni cree en la felicidad. Pero sus compañeros si. Lo interesante, entonces, es precisamente eso: su desprecio a las convenciones de la comedia romántica son precisamente el rechazo a las convenciones que permiten entender, aunque sea por contraste, que eso que llamamos felicidad no existe. Y que, en todo caso, de existir, tendrá forma de pequeñas islitas cotidianas e imperceptibles a las que confundimos con la paz del día a día (una mirada, un comentario, una temperatura del sol sobre nuestra piel, una brisa fresca en un momento caluroso, una revelación tímida y discreta, un roce sobre un brazo).

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Si algo tiene de noble Isn’t it Romantic es justo eso: su capacidad de ver que la felicidad como norma no pertenece al terreno de la ficción ni de los artificios, sino a la tiranía de la vida cotidiana, vivida como una constante de presiones interminables. El problema, a su vez, redunda en que el personaje que Wilson encarna no asume el punto de vista de la película. Y en esa disociación estratégica radica algo o buena parte de la pérdida del encanto de lo narrado. Esto se debe a que la película opta por someter a su protagonista a un camino, a un cuento moral inevitable. Y ese cuento moral, en buena medida, desvirtúa la anarquía de un personaje que más allá de la revelación final, parece entender perfectamente que las felicidades cotidianas son las que permiten sobrevivir las imposiciones masivas de felicidad. El problema es que, al someterla a la tiranía del arco dramático clásico, el resultado termina siendo menos un abrazo a las comedias románticas y su política de la negatividad y más a la revelación individual del encuentro con uno mismo.

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En definitiva, si hay catarsis, que no se note, o que si se nota, que sea debajo de capas y capas y capas de cinismo, es suficiente como para considerar que la humillación de los patrones narrativos reconocibles de un género hace 20 años (agarrate con uno de tu tamaño!) pueden lograr que apreciemos el costado edificante por otros medios. Entonces: empoderamiento mediante, la película no renuncia a la catarsis final. Pero tampoco usa al género para cuestionarse esa catarsis. Porque en el fondo querer (y quererse) son ejercicios que se pueden practicar. El cine puede ser un espejo cóncavo o convexo de afirmaciones. Incluso cuando parece mediar el mayor de los desprecios.

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