Las facultades

Por Leyla Manzur Horta

Las facultades 
Argentina, 2019, 77′
Dirigida por Eloísa Solaas

Crisis, ansiedades

Por Leyla Manzur Horta

La necesidad urgente de hablar sobre el estado de la educación en América Latina es una evidencia clara. La urgencia por hablar sobre el estado de la crisis de la educación sin duda que también lo es. La necesidad de hablar sobre la responsabilidad que tiene el Estado en cuanto a la calidad de la educación… qué decir. Anunciados que una y otra vez se me repiten en el ejercicio de escribir sobre el documental Las Facultades. Se me repiten porque se me repite también el estado de la educación tanto de Chile, mi país de origen y donde vivo, y el de Argentina, del cual me he informado todavía más haciendo un seguimiento a través de medios de comunicación. Precisamente antes de atender el documental, pensé que la finalidad de este trabajo era la de tomar el pulso de este sistema trasandino. Primer error cuando voy detectando que la ruta más acentuada se determina por tomar el pulso de los nervios, de las frustraciones, de los cuestionamientos, de las exigencias, de las decepciones y del estado de las uñas mordidas de un buen puñado de estudiantes previo a dar los exámenes o al momento de enterarse del resultado de las evaluaciones.

La Universidad Nacional de San Martín, la Universidad de Buenos Aires y sus facultades, un recinto penitenciario, la diversidad de perfiles de alumnos, de estratos económicos, de condiciones de vida, de aspiraciones, de perspectivas, de sellos personales, se convierten en más que fragmentos de trascendencia en esta construcción. La máquina de Solaas no quiere esencialmente entrevistar: se afirma en la observación, en no cortar lo orgánico de las conversaciones, de la respuesta certera, de la respuesta dudosa, de la respuesta a medias, de la respuesta mal fundada, del mutismo, del color de la piel, de lo étnico y social, del lenguaje del cuerpo. De la Filosofía, de la Medicina, de la Ingeniería Agrónoma, de la Sociología, de Piano, del Derecho, de la Arquitectura, de las Ciencias Físicas, del Cine. 

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En Las Facultades los maestros evalúan, pero no son los que se roban protagonismo, a pesar de ser los experimentados. Incluso algunos cumplen con su rol fuera del cuadro. Las universidades y sus facultades son más titánicas que los profesionales “disciplinados, competentes y sabios”. Son más infinitas que las voces oficiales y consolidadas. En la totalidad de este trazado prácticamente no encontramos el ritmo y el pulso típicos de una cátedra, sino que el shock que nos golpea como sociedad en lo cultural y económico. En esta cartografía no dejamos de pensar en un sistema educativo telúrico en el que Solaas ni siquiera piensa en apoyarse de especialistas para que nos traduzcan porcentajes y cifras. Aquí se puede ratificar el peso de la academia reconociendo las condiciones hostiles de este siglo. 

Mientras el macrismo y el kirchnerismo golpean cada día, mientras se confrontan, mientras se pelean por adherentes, mientras que los movimientos sociales se concentran alzando sus voces y sus acciones por las calles de Argentina, muchos de estos estudiantes no se interrogan por los acontecimientos y por las crisis que sacuden a su país. Se encuentran, en apariencia, apartados por estos reinos del saber. Pareciera que estuvieran más privados de libertad que Jonathan, quien lo está realmente. En el penal –Servicio Penitenciario Bonaerense N° 47–, Jonathan estudia, conversa con un compañero por el mismo rechazo del lenguaje, por el color de piel, por la procedencia. Dialogan sobre sus procesos en la modificación del habla, porque si cambia “sospechan de uno”. Y porque el segundo sabe que el uso de la violencia en el lenguaje se da porque “no hay otro recurso” y es un salvavidas para sobrevivir. De manera paulatina, y con la fuerza que emana desde él, Jonathan se va convirtiendo en algo muy similar a un pilar principal en este ensamblaje. Es muy posible que se pregunte: “si me construyo bien, ¿cómo puedo ayudar a construir?”. 

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En este registro, además de la abundancia de escaleras y pasillos atestados de estudiantes haciendo filas, que se sientan en el suelo y que enfrentan a los docentes entre la expectación y el nervio –sudan quienes son examinados en botánica y quienes responden sobre las teorías del cine, los dispositivos, sin evadir a Bazin, la ontología de la imagen y el Neorrealismo–, las maquetas y las amplias mesas donde se planifican y se esbozan diseños determinan también este escenario. Todo está en movimiento mientras la realizadora insiste en enfatizar en los planos fijos, aproximarse a los cuerpos, a los rostros, a las muecas, a la ansiedad de las manos que muchas veces dicen más que las mismas palabras. La corporalidad sin duda es clave. 

La magnificencia de las fachadas universitarias, como bien dijimos, siempre prevalece, y sus apariciones no permiten que olvidemos los contextos. Nos sitúan en todo momento, como en la simulación de un juicio en Derecho, otro punto alto, en el que seis estudiantes son evaluados. Tres y tres, frente a frente, en el que, a pesar de tener una misma instrucción universitaria, el contraste de color de piel da una fuerte idea de la crudeza de higienización y blanqueamiento insertos en la sociedad. Justamente en otra secuencia, Jonathan, cuando introduce para hablar sobre las teorías de Marx y Thompson, se refiere a los antagonismos de las clases –la burguesía y el obrero–: “quien tiene los medios de producción, quien produce, y quien vende su fuerza de trabajo”, para luego ingresar a otra imagen poderosa y decisiva cuando en breves segundos, y mediante un plano fijo, una postal manifiesta una jerarquía: la idea de la industria, camiones en la horizontalidad de una ruta, la inserción de los barrios populares con algunas casas y edificios desaliñados e inacabados, hasta llegar a una arquitectura que se impone y “toca el cielo” entre la sobriedad, el valor patrimonial y el enquistado poder. 

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María Alché –gran sorpresa para mí encontrarla como alumna y que me llevó a dirigirme con inmediatez a los años en que vi La Niña Santa(2004), de Lucrecia Martel– enfatiza en que estamos ubicados en “la escala imperfecta”, todo mientras se discute sobre la perfección y la ausencia de conflicto en Dios durante un estudio previo a un examen de Filosofía y que se llega a sentir como si fuera una confesión compartida a un amigo durante una tarde cualquiera. Es un momento de respiro entre tanta estructura universitaria al igual que las dos chicas que se esmeran en estudiar la vegetación en una escenografía natural, donde en ese plano fijo los muros desaparecen. Son historias atravesadas por la ansiedad, en mayor o en menor grado. Muchos nos situamos en ese mapa donde la evaluación oral podía alterar, y aún así sigo insistiendo en que las diferencias de clase siguen marcando pauta.

La academia muchas veces impone que se perpetúe un discurso. Y aquí, ¿dónde está la acción social? Jonathan es el que la tiene en sus manos. Es de interés que haya configurado una tipología de aquellos que están cumpliendo condena: desde los que viven, prevalecen y mutan, los que son carcomidos por este sistema carcelario, hasta considerar a aquellos que “velan por cuidar” y a los que están de infiltrados. Nuevamente el desarrollo de una jerarquía. No es menor plantearse la siguiente pregunta: ¿qué efectos y cuánto incide la educación en la cárcel? Otro ítem vital que evidencia Solaas. 

En esta competencia algunos ganan, otros pierden. Son las marcas del día a día en la odisea que vivimos en los espacios universitarios. Las Facultades y el rito de la competencia que se resiste a olvidar la lucha por permanecer. Todo para alcanzar la finalización de un ciclo.

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