Largo viaje hacia la noche

Por Marcos Rodríguez

Long Day’s Journey Into Night (Di qiu zui hou de ye wan ) 
China, 2018, 133′
Dirigida por Bi Gan
Con Tang Wei,  Sylvia Chang,  Vivien Li,  Huang Jue,  Chen Yongzhong,  Lee Hong-Chi, Luo Feiyang

Nadie

Por Marcos Rodríguez

Venía dispuesto a destrozarla. Había algo que me molestaba (y me molesta) bastante de Long Day’s Journey Into Night y durante largos minutos no podía más que preguntarme qué hago mirando esta cosa tan bonita. La vida es corta para regalarle minutos a un tipo que parece obsesionado por demostrarte cada 15 segundos que es el capo más capo con la cámara, que te la maneja como ninguno, que las piruetas que es capaz de crear no te las hubieras ni imaginado. Qué capo. La belleza en Long Day’s Journey Into Night es frecuente y es pasmosa. Pero, antes que esa belleza, está la preocupación constante del Sr. Gan por dejar bien claro y en primer plano que su destreza es casi inverosímil. Una especie de cruza entre lo peor de Wong Kar-wai y lo peor de Paolo Sorrentino. Un cineasta puede romper barreras y puede experimentar, pero su objetivo siempre es crear algo nuevo. Un vendehúmos, en cambio, sabe manipular todas las herramientas del medio para disponerlas de modo tal que la evidencia de su propia genialidad se imponga por sobre todas las cosas. Bi Gan corre más bien con esta manada. No vi Kaili Blues, su película anterior, lo aclaro.

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El problema con los vendehúmos es que son tipos extremadamente talentosos. Primero, no cualquiera tiene semejante ego pero, sobre todo, no cualquiera puede construir semejantes catedrales a ese ego y no ser, simplemente, un ridículo. Un tipo como Christopher Nolan, por poner un ejemplo cualquiera, bien puede ser un bodoque, pero nadie más hace lo que él hace. ¿Podría no haberlo hecho? Desde ya. ¿Merece las loas que recibe? Por de pronto, un vendehúmos sabe qué se necesita para conseguirlas y trabaja duro en ese sentido. Así que se las merece. Ahora, el cine es otra cosa.

Con la primera hora de Long Day’s Journey Into Night no podía dejar de pensar que me encontraba ante el surgimiento de un nuevo vendehúmos asiático, de esos finos que circulan tan bien por festivales de cine. ¿Que si construye planos bellos? De forma infalible. ¿Que si hay algún descubrimiento en esa belleza? Ahí ya es más difícil porque en buena medida no hay nada en esta película de Bi Gan que no estuviera ya en el cine de Wong Kar-wai. Calificar esta película de film noirparece una exageración: juega (como jugaba Wong) al juego de la confusión, de la excusa genérica, de los espejos sucios, las estrategias desviadas, la melancolía difusa, el kitsch terapéutico. Tampoco importa: desde el primer plano Gan deja en claro su estrategia: belleza, movimiento de cámara, confusión sueño/realidad. El que avisa no traiciona.

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Sin embargo, en la mitad de la película se produce un quiebre. Ahí donde aparece la placa con el título. Según leí en crónicas de festivales, ahí es donde en la experiencia original uno debía ponerse los anteojos 3D para pasar a ver esta segunda mitad de la película, que tiene una dimensión más que las meras dos de la primera parte. Para quienes vimos la película en un Netflix hogareño, hay una dimensión que falta, pero tampoco importa: la experiencia de esa segunda mitad es sólida, contundente y no estoy demasiado seguro de que requiriera esos anteojitos, pero bueno, tampoco puedo saberlo.

La segunda mitad de Long Day’s Journey Into Night, que dura aproximadamente una hora, está compuesta por un único plano secuencia, que empieza adentro de una mina, se sube a una moto, vuela por los aires, casi recibe una patada de un caballo malhumorado, incluye karaoke, melancolía, camas giratorias, amor, dolor, de todo. No hay una relación clara entre la primera y la segunda mitad: los mismos actores representan personajes paralelos, como si el plano secuencia final fuera el sueño del protagonista de la primera mitad (que, a su vez, estaba compuesta por una mezcla indistinguible entre realidad, ficción, recuerdos, alucinaciones y vaya a saber uno qué más). Sueño del sueño. Hay nombres y motivos que se repiten: las manzanas, los pomelos salvajes, la chica que siempre se nos escapa, casas que giran. Pero lo que se muestra es una entidad cerrada.

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La virtud de la segunda mitad es que la construcción de ese plano secuencia es una proeza tan grande en sí misma que termina por dejar un poco de aire libre para respirar de verdad (y por primera vez) dentro de la película. En efecto, quien esté interesado por las cuestiones técnicas que hacen al cine, no podrá dejar de pasarse la hora que dura este trecho de camarografía atlética preguntándose cómo carajo hicieron esto. Me pasó: sigo sin entender. Hay algo de magia negra china ahí, no caben muchas otras explicaciones. Sin embargo, un plano secuencia de estas magnitudes está compuesto fundamentalmente de aire. Por más que planifiquen cada movimiento (siempre intentando disimularlo) para que una cosa lleve a la otra y el plano esté siempre ocupado, su construcción exige tránsitos, espacios, momentos que escapan a la meticulosa articulación que se exhibió antes. Si en la primera parte Gan se desvivía por deslumbrarnos con sus colores, con sus encuadres, con sus desplazamientos absurdos, con su montaje asociativo, toda una parafernalia morosa pero infatigable, en la segunda ya un simple desplazamiento siguiendo las piernas de un personaje por una escalera es a la vez demostración de destreza más que suficiente y, de paso, como quien no quiere la cosa, un buen pedazo de cine. Y entonces la cosa cambia. Entonces sí aparece una gran película.

¿Era necesaria toda esa primera hora laboriosa? Me permito mis dudas. En la primera mitad es donde se presentan los personajes, pero honestamente el argumento se disuelve tanto, los personajes se trazan de tantas formas parciales y contradictorias, en definitiva, la historia importa tan poco que no sé cuándo construyó realmente Gan antes de lanzarse a su acrobático plano final. Tampoco me atrevería a recomendar que el espectador se saltara todo eso y se zambulla directamente en lo importante.

Una cosa es seguro: nadie hace lo que hace Bi Gan.

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