Muerto por un dolar

Por Pedro Gomes Reis

Dead for A Dollar
EE.UU., 2022, 114′
Dirigida por Walter Hill
Con Christoph Waltz, Willem Dafoe, Rachel Brosnahan, Warren Burke, Benjamin Bratt.

Las buenas intenciones

Sé que varios compañeros de la redacción se encuentran entre los defensores de la obra de Walter Hill -en todo caso la pregunta indica otra cosa: cómo no defender la obra del responsable de El peleador callejero, The Driver, Los guerreros, Cabalgata infernal, Calles de fuego, Oro y cenizas– y no me gustaría excluirme del conjunto. En este aspecto, mi disidencia pasa por la aceptación casi unánime y acrítica del último largometraje de Hill como director. Encuentro que el mismo no sólo es el peor trabajo de su brillante carrera, sino que expone una condescendencia alarmante de parte de alguna crítica nostálgica que elige cuidar a rajatabla a los grandes neoclásicos del New Hollywood antes que honrar la honestidad intelectual.

Dead for a Dollar está dedicada a Budd Boetticher, uno de los grandes nombres del western, es cierto. Pero su homenaje esquivo no puede asimilarse al estilo que uno supo tener (Boetticher trabajaba con un formato que bien podríamos llamar western de cámara, es decir, pocos personajes, espacios reducidos, concentración temporal, presupuesto limitado, dilemas morales de impacto inmediato, abrazo a los lugares comunes de los géneros para, eventualmente subvertirlos) con respecto al que aquí se expone, que tampoco tiene nada que ver con el estilo que el mismo Hill supo cultivar décadas atrás (acción constante, confianza en la imagen por encima de la palabra, montaje seco, personajes arquetípicos vaciados de psicología profunda, revisión de los códigos de los géneros clásicos para llevarlos al paroxismo de la depuración vía sustracción de elementos argumentales).

En Dead for a Dollar no hay, precisamente, una experimentación no autoral en donde Hill busca olvidar lo que fue, sino, más bien, un acercamiento antes que a la depuración a la pobreza de recursos (no justificada por la producción híper económica e independiente hasta lo indecible). Por el contrario, DFAD parece retomar lo peor de su obra, que oscila entre algunos episodios para series de televisión y, fundamentalmente, la floja La venganza (2016) y la horrible (a tal punto que fue terminada por Francis Ford Coppola de manera no acreditada porque Hill abandonó el rodaje) Supernova (2002). Pero con DFAD todo empeora no solo porque sea la película con menos recursos económicos de toda su filmografía, sino, estrictamente, porque la falta de recursos aquí es netamente narrativa, en lo que casi podría interpretarse (si forzáramos las cosas un poco) como un homenaje involuntario al Lars Von Trier de Dogville y Manderlay.
Intentemos hacer un breve inventario de la debacle que acabamos de ver: pobreza de recursos traducida en una puesta de cámara casa amateur tendiente a la cámara en mano, abundancia de fundidos encadenados o a negro como sistema de corte arbitrario, actuaciones o exageradamente debajo del tono o muy por encima, iluminación plana de formato casi televisivo (pero de la TV de la década del 70-80, filmada en estudios), decorados malos hechos de cartón pintado, escenas de acción torpemente montadas, finalmente un juego (sin mediar cinismo o retromanía)cinéfilo con los espectadores que puedan identificar las referencias respecto de otros westerns clase B de los 50.

Pero por más que nos pese, Hill no logra acá lo que Carpenter logró con Fantasmas de Marte o Cronenberg con eXistenZ, que fue sacarle el jugo al bajo presupuesto para maximizar su propia obra y jugar con el conocimiento de los espectadores. En DFAD todo se ve y se escucha como una renuncia, como un tirado de toalla antes que una experimentación narrativo-formal. Por eso mismo no logro entender qué es lo que le encontraron a este exponente de una pobreza monumental. En todo caso me pregunto qué no sucede con algunos directores, mitos, sagas de los 70s/80s a las que por momentos sentimos que debemos endiosar como contrapunto con un presente de producción empobrecida. En todo caso lo que si se agradece es que Hill no rinde pleitesía ni a la agenda de la corrección política imperante ni piensa al western como un reservorio de nostalgia retro, como dijimos antes. Pero con las buenas intenciones solas no bastan. También importa el cine.

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