Retrato de una mujer en llamas

Por Carla Leonardi

Portrait de la jeune fille en feu 
Francia, 2019, 120′
Dirigida por Céline Sciamma
Con Noémie Merlant,  Adèle Haenel,  Luàna Bajrami,  Valeria Golino,  Christel Baras, Cécile Morel,  Armande Boulanger,  Michèle Clément

Un amor de juventud

La realizadora francesa Céline Sciamma a lo largo de su filmografía se caracterizó por indagar en cuestiones vinculadas al despertar sexual y a la identidad de género durante la infancia y la adolescencia. Su ultima película Retrato de una mujer en llamas, si bien está situada en el periodo de juventud, no deja de coherente con sus intereses, pues trata de la exploración del primer gran amor de dos jóvenes mujeres en clave melodramática.

Una profesora de dibujo posa con mirada taciturna para sus alumnas. Al mismo tiempo les enseña a fijarse en ciertos detalles para componer su retrato. Una alumna ha traído a la clase un viejo cuadro pintado por la profesora que lleva por titulo “Retrato de una mujer en llamas”. A partir de allí, entramos como espectadores a la memoria de quien es la narradora y descubrimos la historia de la mujer retratada a partir de su punto de vista.

Marianne (Noémie Merlant) es una joven pintora que, en el siglo 18, viaja desde París a la mansión de una familia aristocrática de provincia venida a menos. Ha sido contratada por la madre (Valeria Golino) de la joven Heloise, con el fin de pintar el retrato de bodas que se enviará a su pretendiente en Milán. La empresa implica para Marianne un desafío, pues la joven se ha negado a posar para el pintor que la precedió, por lo cual se la presenta como su dama de compañía. Marianne debe componer el retrato a partir de la memoria fotográfica que conserve de sus rasgos característicos a partir de las caminatas que realice con ella.

Se presenta así ya una contraposición entre dos jóvenes de la misma edad. Marianne es un espíritu libre, que entre otras cosas puede prescindir del matrimonio (ya que su padre es un exitoso comerciante) y dedicarse de lleno a su pasión por la pintura. Mientras que Heloise (Adèle Haenel) fue retirada por su madre de su formación en el convento, para ser prometida en casamiento a un milanés a quien no conoce y por el cual no experimenta sentimiento alguno. El casamiento heteronormativo como lugar reservado para la mujer de acuerdo a la moral sexual cultural de la época, tiene todas las características del encierro. La joven carga con la presión extra de no poder sustraerse al imperativo del matrimonio, debido al suicidio de su hermana mayor en medio de la pretensión matrimonial. En cambio, en los claustros del convento, al menos en las resonancias de la lectura y la música en el cuerpo, el goce femenino encontraba en Heloise un refugio de libertad. Para enfatizar el contraste la directora Céline Sciamma trabaja el perfil de cada una de las jóvenes a partir de los colores que emplea en las vestimentas que las identifican: elige el morado pasional para Marianne, mientras que Heloise luce un azul oscuro que expresa su vida desdichada y lángida.

En los sucesivos paseos por la playa, mientras Marianne estudia a Heloise en sus detalles anatómicos para dibujarla por las noches, las dos jóvenes se van conociendo. Entre ellas surge la complicidad y una mutua atracción sutilmente expresada, que lleva a que Marianne revele a Heloise el verdadero motivo de su presencia y a Heloise a aceptar posar para Marianne.

En aquellos tiempos previos a la fotografía, era la pintura la que ocupaba la función social de documentar los acontecimientos históricos, daba trascendencia a los miembros de las familias acomodadas y oficiaba como carta de presentación en las alianzas del parentesco. Pero tomando especialmente la pintura de retratos de mujeres, esta puede leerse como un intento por parte del artista de acercarse, a través de la poética visual, a aquello imposible de representar que es el enigma de lo femenino. De esto dan cuenta tanto La Gioconda (Da Vinci, 1503), como La maja desnuda (Goya, 1800) o el celebre cuadro El origen del mundo (Courbet, 1866). Inevitablemente, todos y cada uno de esos cuadros son evocadas en la película durante los encuentros amorosos entre Marianne y Heloise.

Cuando Marianne revela a Heloise el retrato que ha hecho de ella a escondidas, Heloise hace una pertinente observación en la cual marca la diferencia entre aquello que se ve en el cuadro (las armónicas formas acorde a las reglas que impone la academia) y lo que no está presente en él, es decir, la mirada o el punto de vista del artista respecto del objeto retratado. La asepsia de la mirada de Marianne es lo que hace que el cuadro carezca de vida y de la apasionada personalidad del artista.

La segunda oportunidad de Marianne de pintar el retrato, se da ahora con el consentimiento de la retratada y mientras la condesa se va por unos días. El azul de Heloise, da paso ahora al verde del vestido con el cual posa, vinculado a la vida y la renovada esperanza.

En ausencia de la madre, como representante de la autoridad y de la conciencia moral de la época; las dos jóvenes se solidarizan con la joven criada Sophie (Luàna Bajrami), que vive el imperativo social de la maternidad como un encierro al cursar un embarazo no deseado. Al mismo tiempo ambas pueden dar rienda suelta a su pasión amorosa. Atrás quedan los encorsetados vestidos y los rodetes, para dar lugar a la libertad del pelo suelto y la desnudez.

En el amor que las une, Marianne toma la posición de amante, cautivada por la causa del deseo que encarna Heloise. El lugar de causa de deseo de Heloise está marcado en la escena del fogón. El vestido de Heloise se prende fuego accidentalmente, mientras camina distraída hacia el campo rodeada de oscuridad. Esta imagen es la que Marianne inmortalizará en el cuadro que vemos al comienzo, años después. El fuego aquí es indice tanto de la pasión por de Heloise por Marianne que la abrasa, como de su ira por deber casarse con alguien a quien no ama.

Un amante en posición masculina (y al hablar de posición ya es claro que es independiente del sexo biológico de quien la encarne) busca poseer al objeto de su deseo y la habría coaccionado a Heloise a romper su compromiso. Pero Marianne desde su posición femenina, como en el mito de Orfeo y Eurídice, adopta la posición del poeta, que precisamente decide perder a su objeto, al menos como condición para poder recrearlo al infinito en sus producciones artísticas.

Es claro que en el contexto social de esa época un amor de estas características está condenado a la acotada clandestinidad de su prohibición o a la finitud. En este sentido, la aparición de los espectros de Heloise, vestida de un blanco de novia, que ve Marianne en los pasillos de la casa, traduce el doble movimiento de su afán de retenerla y de la desaparición del objeto en ese mismo punto. Pero es precisamente en la aceptación de la imposibilidad misma de la unión que Marianne podrá crear poesía en el lugar de ese imposible, intentando asi nombrar en imágenes la indecible infinitud del sentimiento de su amor por Heloise.

En Retrato de una mujer en llamas, Céline Sciamma no sólo nos brinda un melodrama atípico, sino que nos permite pensar en el papel que la otra mujer juega en el devenir hacia la feminidad. En las posiciones más histéricas, la preocupación celosa por la otra mujer es un rodeo para intentar responder la pregunta por el enigma del goce femenino. Pero en el caso que nos ocupa, cada una de ellas, funciona para la otra como despertar y descubrimiento de las delicias del goce femenino por medio del amor. Como un misterio develado.

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