Tell me who I am

Por Ariel Esteban Ramos

Tell me who I am
Reino Unido, 2019, 85′
Dirigida por Ed Perkins

En busca del tiempo olvidado

Por Ariel Esteban Ramos

Atravesar el espejo; hender la piel de esas apariencias duplicadas para alcanzar un revés oculto de la realidad. La idea no es nueva. Allende esa superficie misteriosa, mágica, acecha la Realidad auténtica, con mayúsculas. No obstante su carácter último, ese sustrato puede entenderse de dos maneras casi opuestas o quizá complementarias: 1) como el símbolo o la metáfora de una verdad que, asequible a los sentidos, aún está en escorzo y simplemente necesita más indagación: una trascendencia accesible, la cara oculta de las cosas; 2) un poder de fantasía radical que funda esta realidad tan sólida creándola todos los días. Ni la realidad humana más gris podría existir sola, ya que todas las versiones de este mundo deben ser creadas con nuestro concurso, con una mezcla de percepción e imaginación sobre cuyo carácter exacto discuten filósofos y artistas. Ciencia vs. Calderón de la Barca.

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El documental de Netflix Tell me who I am expresa la tensión e hibridación de estas dos formas básicas de trascendencia, aunque articuladas a través de un espejo muy especial: la experiencia de los hermanos gemelos. Quien conoce aunque mínimamente de cerca un par de hermanos gemelos, tiene perfectamente claro que la profundidad y el carácter de la conexión entre esos dos individuos genéticamente iguales es algo casi insondable. La sentencia “tú eres eso”, que para Joseph Campbell define la esencia espiritual de la empatía, no podía ser más adecuada para esta condición. Los hermanos ingleses Alex y Marcus Lewis protagonizan el relato de su propia historia familiar, que comienza con una tragedia disparadora: A los 18 años, en un accidente de motocicleta, Alex pierde su memoria y el registro de todos sus seres queridos, salvo el de su hermano gemelo Marcus. Él será la roca sobre la cual se edificará la iglesia de los recuerdos para construir un altar a la identidad perdida. Las fotografías, ese gran registro material de la memoria, son fundamentales cuando se vuelve a cero. Sobre ellas y sobre su propio relato, Marcus construye para su hermano el relato de una familia feliz, un mapa de quién ha sido y qué vida ha tenido.

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Pero como reza la famosa ley, si algo está mal, siempre puede ser peor, porque la familia feliz revela más temprano que tarde silencios y heterodoxias. Tras la muerte de su madre, acumuladora compulsiva, los hermanos emprenden una limpieza a fondo del hogar en donde aparecen extrañas pistas que prenden todas las luces de alarma. Quien ha olvidado, sólo puede suponer, y a 14 años del accidente, Marcus confirma con medias palabras las sospechas de su hermano: le ha mentido para protegerlo de recuerdos que él mismo quisiera pero no puede olvidar, y en su mentira ha creado una realidad en la que también él puede creer y vivir. El subtítulo del exitoso libro en que se basa la película, publicado en 2017, es “a veces es más seguro no saber”. Estamos mordiendo el borde del spoiler.

La estructura del documental es tan sencilla que debería cansar: testimonios personales, fotos familiares y un par de locaciones. Pero la historia es extraordinariamente inusual debido al componente amnésico que magnetiza todo el relato en plan de confesión a dos voces. Su resolución es un juego de simetrías y asimetrías en el puzzle de los relatos de uno y otro hermano. La memoria ausente le permite a Alex forzar la catarsis de Marcus. En esta extraña dinámica fraternal creada por la amnesia se cifra el cierre de una historia común, procesada de maneras tan diferentes. Si en un contexto familiar la negación o la expresión de experiencias traumáticas comunes por parte de un miembro aliena o libera a los demás, en Tell me who I am ese mecanismo se observa de manera tan clara como amplificada, una vidriera de la identidad (cuán vulnerables los niños) formándose a través de la mirada y el discurso de los demás. Somos gratamente los otros, pero a veces no tan gratamente, Borges.

Quizá sea una forma extrema, al estar traducida al particular idioma de los gemelos, de ese diálogo cotidiano que ocurre en el espejo de nuestro fuero interno: un espacio en donde recuerdo, olvidos, dolores y afectos monologan en una textura apretada. Extraño caso de proceso terapéutico en común, separado en dos individuos por obra y gracia de la división celular primero, luego por un accidente, y finalmente sintetizado en una sola, triste verdad gracias al afecto. 

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